jueves, 30 de julio de 2015

París, mirada y andanza, IV. penúltima pieza.

Sacré Coeur y Montmartre:


     
       Un importante templo religioso de París, “Sagrado Corazón”, se ubica en lo alto de la colina de Montmartre. La presencia y visión del edificio se hace absoluta.


     Acude mucha gente a este lugar. Quién sabe si por la más amable temperatura, por lo espectacular de la basílica o por otras razones igual o más válidas.



    Tal vez por ver París desde este balcón. 


     En el interior del monumental edificio se está celebrando el ritual de la misa. En francés, por supuesto. Motivo de respeto por lo que hago breve la visita. La limito a una exploración rodeando el espacio de la celebración litúrgica, en un paseo sin detenimiento por las naves. 
      Me estimula y atrae mucho más pasear, mirar por donde los artistas aún pueblan el mítico barrio de la bohemia.

      Pero en vez de buscar Montmartre, -la brújula, con el calor, anda averiada-, he ido descendiendo los innumerables escalones. Y, ¡ay!, eso supone tener que regresar cuesta arriba.
   

    Desde donde me veo llevado por mi despiste, se accede subiendo una encumbrada escalera llamada ‘calle del Calvario’, que desemboca, a su vez, en la plaza del ‘Calvario’. Repetido con toda propiedad: ¡subir por un camino riguroso hasta aquí lo es! El significativo nombre redoblado de plaza y calle es apropiadamente objetivo.

     La plaza del Cerro o del montículo.

   La luz de la tarde en Montmartre recibe y acoge cálida y serena. Me agrada. La iluminación es permanente. De la luz se deriva todo. La plaza de los artistas sigue defendiendo la vida del arte. El lugar es activo en la característica convulsión del claroscuro.
   
     Fue este barrio territorio del arte y de la cultura, del fenómeno de la bohemia. La inspiración artística idealizada en el hambre y la escasez, en la privación, que se vivían como elementos de vocación artística, como itinerario iniciático para alcanzar la gloria, en la esperanza de que los compradores de arte fueran generosos y, también, propagandistas.

La bohème”, esencia del recuerdo.


      En este lugar de París, unos arriesgados y enérgicos personajes venidos desde diversos lugares del mundo, acamparon en la historia e innovaron en el arte con nuevos conceptos y formas. Pintaban, bebían absenta, participaban en tertulias, pasaban frío, se admiraban, se envidiaban, se enamoraban. Los artistas bohemios de París, aquellos de apariencia desordenada, libres y románticos, entregados a la creación artística, se acabaron hace muchos años, ya no están aquí y sus huellas empalidecen.
   
  El paseo por la plaza del arte y los espacios expositivos cercanos, parece haber disuelto su rumbo. No sé cómo decirlo. Sólo es ya una identidad difuminada. La ausencia de aquel modo de vida muestra el vacío como una metáfora del espíritu. Sigue habiendo artistas en Montmartre, y tienen calidad. Exponen su obra. Pero el momento es muy otro ya.

     La plaza no se corresponde con la sugestión mental, la que imagina a aquellos artistas de los siglos XIX y XX, a los que la sociedad francesa adoptó y, culturalmente, agrandó con obras literarias, teatrales y con el cine.

       El arte y el pensamiento se difundieron desde la luz de París por todo el mundo. El consumo, la evolución del arte, sus canales de difusión y venta causaron una bajada en el tono. Sólo queda el recuerdo en la música y en algunas imágenes. El sueño bohemio vive en la memoria de una sombra. 

  La contemplación de Montmartre transmite cosquilleo en la mente y escalofrío en la espalda. La memoria de la Bohemia o la contemplación de alguna pintura proporciona diferentes resultados.
      Aún así, había que venir y ver.
     Y observar el arte en la calle, en galerías cercanas y en locales que quieren conservar el pasado. Se mantiene el interés. Y comprobar que vivimos sumergidos en un flujo incontenible de imágenes: tanto las de ahí afuera, como las del interior que la fantasía mantiene como símbolo y sueño.

   Me gustan los relieves, estas pinturas de mendigos iluminados bajo las farolas. Mueven a convertirlo en relato.


   Vuelvo a considerar que alguien, con talento narrativo o musical, podría situar aquí una trama sólida y abierta a la acogida de lo inesperado. Porque lo que es previsible acaba en indiferencia y bostezo. Arriesgarse y sorprender al lector, darle lo que no espera. 



Con pasión en la experiencia, se mira al presente y el pasado brota, refleja la memoria llena de exaltación. También irrumpe la pregunta por la responsabilidad del futuro, en momentos de cambio. La crisis de la concepción romántica del genio, el único poder que tiene el autor -o creador- es el de mezclar la escritura, llevar la contraria una a otra.
   


     Y escribir relatos plurales que estimulen el diálogo, sin ocultar la emoción de que en la historia, en la mirada hacia atrás, nos reconocemos entre las ruinas en las que se aprecia la evolución hasta aquí. Hasta el paisaje resulta abstracto en los contornos suaves y redondeados de los árboles.


      Hace muchísimos años, el arte trabajaba en la Historia,  confiaba en la utopía. Y empezó a mostrar la línea de sombra, en el esfuerzo para buscar y elegir imágenes que ofrezcan señales. Pero eso pertenece al Ayer, la Historia. Hoy hablamos de Mercado. Diálogo difícil.


El arte es cosa del pasado. (Hegel)

-         Alguien preguntó, ante las obras y objetos de los artistas: “Pero ¿esto es arte?

-         Un norteamericano muy influyente en arte, Arthur Danto, manifestó una rotunda respuesta: “El arte ha muerto”.

-         Dicho así, esto… Parece cosa reservada a expertos, para gente instruida. Es decir: para poca gente.

-         Las preguntas y las respuestas avanzan desde hace ya bastante tiempo, por allá en el siglo XIX.

-         Queda un poco lejos.

-         El arte que se llamó “moderno” perdió la naturalidad y fuerza de épocas anteriores. Pasó a ser arte para sí mismo, se encerró.

-         Como siempre, cosas de especialistas. ¿Cómo hacerlo entender, expresarlo sencillo?

-         El arte cambió y, por tanto, también las ideas sobre él. A mitad del siglo XX se pensó que la Modernidad había terminado.

-         Dime algo, que sirva como ejemplo.

-         La originalidad, el carácter irrepetible de los cuadros llamados abstractos dejó de ser fundamental. Y las formas que aparecen en los cuadros se parecen a los objetos que vemos en los comercios.

-         Si las obras dan la impresión de que las hace cualquiera, es lógico dudar de si estamos ante una obra de arte.

-         Ya no importa la originalidad, lo nuevo. Aparece la imitación artística y se llega a dudar de los originales y las copias.

-         Y, supongo, aparece una nueva teoría del arte.

-         Pues no. Ninguna “teoría postmoderna” ha sustituido a la moderna.

-         ¿Y eso?

-         Se duda de que exista una teoría que establezca lo que es arte y lo que no.

-         Y con esa duda… ¿quién compra arte?

-         Es curioso el fenómeno: el arte se encarece y sólo lo compran los que tienen mucho dinero.

-         Entonces, ¿dónde las diferencias entre arte y publicidad?

-         El arte se refugia en el significado de la realidad, no en la apariencia estética.

-         A ver: la forma no es lo principal del arte, sino el sentido.

-         Eso es. Pero al espectador no le está confiado descifrar un sentido oculto en las obras.

-         El artista se libera, ya que no está obligado a producir sus objetos según teorías.

-         Liberado de la teoría, el artista contemporáneo es libre de hacer lo que le plazca. El hombre moderno pierde toda certeza de sí mismo y nota la pérdida del artista creador.

-         Resulta difícil decidir lo que es o no es arte. Y más aún en el espacio donde habita lo efímero, lo fragmentario. Múltiples interpretaciones para encontrar en las obras alguna huella de posible sentido.

-         Por tanto, el arte puede parecerse a objetos normales y corrientes de la publicidad, de lo feo, lo vulgar y lo obsceno. Ya te he dicho: hoy no hay ninguna teoría artística que decida qué aspecto deba tener.

-         Pero esto significa la imposibilidad de la crítica.

-         La tarea está en ponerle palabras al contenido de las obras, hablar de lo que representan.

-         Las obras de arte son símbolos, maneras de expresar ideas, deseos, temores o críticas.

-         El resultado es la disolución del arte en la vida. Y, por tanto, en el frenesí del espectáculo y el mercado. “Lo quieres. Lo compras. Lo olvidas de la campaña publicitaria funcionan.

-         El arte se vuelve mercancía de alto valor. Hasta tanto que sólo la compran los bancos y los inversores. La capacidad engullidora del mercado a quien no le importa el creador, sino el mero gesto de la inscripción o la firma.

       Si el mundo no fuera absurdo, y todo tuviera un significado como hace un siglo…
        Si hubiera una forma por la que se enseñara a un niño en cinco minutos y convenciera de que su vida tiene un sentido, una geometría, un carácter…
        Las artes y las ciencias se han ocupado de otras grietas.

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·       En el café Le Ronsard¸ antes de iniciar la subida al Sagrado Corazón, una situación incómoda, desapacible.

          Las seis de la tarde, persiste el calor que ha invadido París. Antes de iniciar la subida al Sacré Coeur y luego a Montmartre, conviene tomar algo para contradecir a la modorra. Y será un café “Le Ronsard”.
          Dos camareros al otro lado de la barra. Uno de ellos, de tez oscura, se nos acerca y nos saluda con un “¡bon jour!” supuestamente amable.

-     ¿Por qué dices lo de ‘supuestamente’?

-     Porque era por la tarde y el saludo se dice de otra manera. Esto me suena a adiestrada costumbre mecánica.

-     Por nuestra cara inconfundible de turistas extranjeros: ofreció amabilidad prefabricada.

-     Se empeñaba en que nos sentáramos en una mesa, ¿recuerdas? ¡Si nosotros queríamos algo rápido! Y, además, nos gusta el café de pie. Se lo dije bien claro.

-     Sí, ya sé. No tiene por qué conocer nuestras costumbres. Y, menos aún, cuando imponen las suyas. La contradicción es la de que la amabilidad empalagosa al entrar chirría cuando aparece el desaire en el trato, con tinte de chauvinismo.

-     Volvió a preguntar, esta vez con cara inexpresiva, si el café era exprés. Le dije ‘oui’. Y me insistió en que nos sentáramos.

-     Y tú seguiste hablándole, ¿de qué?

-     Que pusiera sacarina. Me miró con ceño fruncido. Y empezó a hablar con bastante velocidad, por lo que algunas expresiones no las entendí…, aunque me las imaginaba.

-     Sí, la verdad es que hablaba irritado.

-     La explosión vino cuando le pedí un cubito de hielo (glace)…

-     Sí, ahora me acuerdo,… nos miraba toda la gente del bar por la voz elevada que empleaba con nosotros.

-     Nos dijo que es que queríamos gastar poco. Y eso no estaba bien. Que sentarse a la mesa costaba 20 céntimos más por persona; y que, para ahorrar y no comprar agua, habíamos pedido hielo.

-     ¡Menos mal que no le pediste lo de “pierres de refroidissement», (‘piedras de enfriar’),  con lo susceptible que estaba el camarero ¡la habríamos liado!

-     No pude resistir más: me tomé el café de golpe, le pedí la cuenta de los dos (¡4,40 euros!), pagué y nos fuimos.

-     No quise escuchar lo que siguió diciendo a nuestras espaldas.

-     Deja el episodio atrás, en el saco de las cosas caras e incómodas de París.

-     Anótalo, sólo como señal de la brecha entre la realidad y la pretendida politesse (cortesía) francesa.

-     Olvidado queda. Desde allí, al barrio de los Artistas: esperaba ¡Montmartre!

sábado, 25 de julio de 2015

PARÍS: mirada y andanza.- (Pieza III)



De día, natural; farolas en la noche; iluminada siempre: París, la luz. 

 Charles Garnier, arquitecto francés del siglo XIX.

       Decoración y colorido, la arquitectura de Garnier, conocida como "estilo Napoleón III", viene a ser un neobarroco, grandilocuente y muy ornamentado. El Imperio contribuyó a la renovación, con la influencia clásica griega, en el arte de la edificación.

     Iluminada por los escritores, un ingrediente literario contiene y muestra cada esquina de París. Búsqueda de la imagen evocada en los libros y su reflejo en la realidad. O como el recuerdo de Jean-Paul Sartre, al pasear por el bulevar de Saint Germain, punto de la Revolución de mayo 1968.

Camino a buen paso por la calle Lafayette hasta la plaza de la Ópera. El amanecer abrió las palabras, gotas que caen y termina el silencio. Preludio para mirar el entorno, más cercano que de lo común. Compartir mirada. Saber que uno es circunstancial transeúnte, en París y en la vida.
Y contarlo.

     París conserva con pulcritud sus huellas. Ojos y ánimo predispuestos para la observación de característicos escenarios urbanos, primero con la influyente guía de Marcel Proust, quien describió la decadencia de la nobleza francesa en el siglo XIX, -“En busca del tiempo perdido- y estableció el espejo del tiempo y la memoria, del arte y las pasiones humanas.

    La imitación resulta homenaje a las descripciones, a las conversaciones que entrecruzan sus personajes en estos lugares. Y se imaginan los paseos que Proust daba junto a una amiga por los Campos Elíseos y los jardines de las Tuilerías.

    Hay otras etapas alternativas para inagotables paseantes proustianos.

     Proust es, ante todo, parisino. Vivió en el primer piso del 102 del bulevar de Haussmann, donde escribió la mayor parte de su obra. Hay cuatro páginas intrigantes en un cuadernillo de Proust, en las que relata los intensos días de observación de una mujer por las calles de París. Arranca en la Estación de l'Est, –cerca del hotel en que me sitúo-, recorre el bulevar de l'Hôpital, el puente de Saint-Michel, calle Lafayette, hasta la Plaza de la République. Magnetiza con lo que cuenta y lo comprobamos visualmente.



     Llegado al bulevar Montmartre, plagado de tiendas de moda, destacan los tres edificios de las famosas galerías comerciales Lafayette.










        Entro. Las plantas tienen balcones que dan hacia un atrio circular cerrado, coronado por una espectacular cúpula de vidrieras de estilo modernista. Merece una visita, al menos para conocer su edificio central.


       Y subir a la última planta. Desde su terraza se pueden apreciar hermosas vistas de París.

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“Los Pasajes de París”,
con la mediación de Walter Benjamin.


Los Pasajes...

Concretamente, los espacios de mi mayor interés y atención en París. Pieza central, resulta difícil de comunicar. Y pudiera escribirse en otro molde narrativo. Lo hago en éste.

-         ¿Qué te llama tanto de las travesías cubiertas?

-         Mira las fotos: calles interiores plenas de luz.

-         Bien, sí, tiendas y cafeterías. ¿Eso es todo?

-         La novedad, la moda, y comercio especializado de objetos antiguos.

-         Eso se da en cualquier ciudad.

-         Ya, lo sabemos; Pero empezó aquí, en estas calles que permiten el paso de un sitio a otro, de un bulevar a un conjunto monumental o a un sitio de trabajo, de encuentro. Mientras se pasa, se mira.

-         Tú lo has dicho: lugares de paso.

-         Sí, como lo es la novedad: es breve. La moda se sustituye por otra.

-         Entonces, ¿por qué los Pasajes?

-         Son los que permanecen. ¿Te has fijado de qué están fabricados sus techos?

-         A la vista está: hierro y cristal.

-         Materiales que duran más. Lo provisional de la moda en lo permanente del recinto.

-         ¿A dónde quieres llegar?

-         ¡Ya estamos aquí! El Pasaje es un lugar para ver y dejarse ver.

-         Y ¿de dónde has sacado tú eso?

-         De la obra "Los Pasajes de París", de Walter Benjamin. Una lectura de hace años.

-         ¿Quién es?

-         Filósofo y escritor alemán; poco conocido, es cierto. Murió con 44 años: dejó su obra inacabada; incluida ésta de los Pasajes.

-         Lo importante es que a ti te orienta, en esto. Conocer su biografía no afecta al caso. Antes hablábamos de Marcel Proust

-         Sí. La importancia de las personas de pensamiento. Benjamin fue un intelectual de gran talla.

-          Y ahora que has visto los Pasajes, ¿sigue el significado y la energía de estos lugares?

-          Será mejor que mires las fotos… Con las palabras quizá no sea suficiente.

-          La palabra contiene el valor expresivo. Hay que querer narrarlo.

-         ¡Ah, contarlo…! La forma se te resiste.

-         Un argumento parecido a cómo se construyen las novelas de misterio y acción: situar un hecho llamativo que ocurra en un Pasaje.

-         ¿Y…?

-         Quizá la intriga, que necesita maestría, hecha  sin solidez, desfigure lo que quiero decir.

-         Inténtalo al menos.

-         Lo diré como sé: aunque resulte torpe, será cierto.

-         Como sea. Elige los recursos para dotar de realidad a la narración.

   

             El siglo XIX es el sueño del que hay que despertar.
        Los pasajes enlazan los bulevares: atraen, fluyen, se muestran y desaparecen, como las personas del nuevo París. Es vivir en público a la vez que a resguardo. La alegoría es la novedad, a la vez que lo transitorio. El pasaje, mientras nos lleva, se muestra y hace visible. Cuando volvamos a pasar, algo habrá cambiado.


  Podemos comprobarlo. Miremos cómo camina la gente por el Pasaje de los Panoramas, de comercio antiguo, en una atmósfera entre poética y decadente.


El passage es una combinación de calle y de interior; es una calle estrecha y corta, por debajo de las casas. El pasaje no es privado; es público y se atraviesa, se gana tiempo para llegar a otra parte. Es un signo más del período: sitio para ver y ser visto. Está reservado a las personas, no hay vehículos. Lo que se desarrolla y ocurre en los establecimientos y en el propio pasaje, favorecía que el caminante anduviera pausadamente, y la lentitud es propicia para que se acostumbre al trance de observar e imaginar.


 Junto a los comercios de novedades aparecen los periódicos. Comparten la misma esencia. Cada día el periódico nace y muere, la publicación temporal que tiene que renovarse constantemente; el periódico es la novedad. (Hay una expresión que dice “nada es más anticuado que el periódico de ayer”).

 
 París empieza a ser capital de muchas 
cosas, una de ellas la moda. 
        Hay que salir bien vestido y, a ser posible, llamativamente, que se note la presencia. Nace un estilo de vida que genera modelos comerciales, sociales y éticos. Un nuevo sentimiento vital, la ambición de lo nuevo.

  
Pasaje del Havre.

             Lo que comenzó con el despertar de los sentidos ante las cosas, se transforma en la 
capacidad de percibir semejanzas no sensibles.     
     Esta es la observación de W. Benjamín.           
Y el enigma se renueva: 
el propósito de su análisis era 
unir el material y la teoría, los edificios y el modo de vivir; en un 
mundo de cosas, el individuo no es aún consciente de la vivencia del instante. 

      Es lo propio del fetichismo de la mercancía.



      La mayoría de los pasajes de París surgen posteriormente a 1822. La primera condición de su florecimiento es la coyuntura favorable del comercio textil.




En su decoración, el arte entra al servicio del comerciante. El interior se convierte en el refugio del arte. A ambos lados de estas galerías, que reciben la luz desde arriba, -el cristal es el futuro-,  se abren las tiendas más elegantes, de modo que el pasaje es una referencia en sí mismo con la luz en la que el sueño sumerge a las cosas, haciéndolas aparecer a la vez extrañas y muy próximas. Las creaciones y modos de vida provenientes del siglo XIX quedan “iluminados", se ven, son presencia.  

Una vida nueva se desarrolla en París: Pasajes, panoramas y exposiciones universales, el interior y las abiertas vías de París. La calle cubierta se habita y en ella se producen encuentros, buscados y fortuitos. Se comenzó por la preocupación por la limpieza e higiene públicas, la importancia de las fachadas y el arte en la calle, el trato cortés, galante;... ¡tantas cosas!



       El pasaje es la aparición de la vida de negocios y comercio, porque hay que estar por donde pasa la gente.

       
La novedad y lo efímero van de la mano en este espacio lleno de “encantos”. Hay memoria popular de los amores de pasaje…, pasajeros:


«En el pasaje Vivienne,
Ella me dijo: soy de la Vienne».


 








“Yo debía encontrarme con una doncella

en el pasaje Bonne-Nouvelle,

pero en vano la esperé”.

 
      En el poeta Baudelaire, que fue habitante destacado de los pasajes, es característico que las imágenes de la mujer se asocien con las de París.
Lo comprobamos en un poema de sus “Flores del mal”, dedicado a lo momentáneo:

A una transeúnte

La calle atronadora aullaba en torno mío.
Una dama pasó, que con gesto fastuoso
De súbito bebí, con crispación de loco.
Y en su mirada lívida, centro de mil tornados,
El placer que aniquila, la miel paralizante.

Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer,
¿Salvo en la eternidad, no he verte jamás?

¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!



Enamoramiento despertado por una mujer desconocida que pasa. Con sólo un flash, una impresión, que luego se reconstruye, con sólo ver una piedra se imagina todo el edificio.
      
Este pasaje está muy cerca de la Biblioteca Nacional, a donde Benjamin acudía en sus días de París. Hoy es de uso restringido y de destino de trabajo intelectual y universitario. Aun personalmente rodeado de sombras y amenazas, quizá este pasaje le ayudó en su peculiar visión.

Benjamin tiene capacidad de poetizar estos lugares y convertirlos en sensaciones. 
       El auténtico manuscrito del Libro de los Pasajes fue escondido durante la guerra en la Biblioteca Nacional. No habré buscado lo bastante y no he encontrado calle o plaza dedicada a Walter Benjamin, quien tanto estudió París. Seguramente lo habrá.


        Decir lo cierto y ser creíble. Resulta una paradoja: en los testimonios escritos analizamos los hechos pasados. Los ponemos en las páginas como mejor sabemos, y al resultado lo llamamos historia.

-         ¿Qué quieres explicar?

-         Ir más allá de los límites del turismo habitual, un cambio en el trayecto.

-         Empeño difícil para sólo unos días, donde se es forastero.

-         ¿A qué tierra pertenece una persona? ¿A la de su nacimiento o a la de su empeño?

-         Te veo venir: los derechos del hombre proclamados por la Revolución Francesa.

-         Sí, pero atento a lo que significa el mundo comercial de bulevares y pasajes: la economía no es una ciencia moral.


-         Es un tapiz de múltiples hilos.

-         Al entrar a un pasaje se vive la sensación de llegar a un mundo distinto. Inmediatamente intuimos que puede darse la narración infinita.

-         Es un espacio tridimensional cuyas piezas se van modulando con la luz y, sobre todo, con el paso del visitante, quien acaba por formar parte de ese conjunto.

-          Las fotografías muestran una sensación inesperada, un deseo de habitarlas. Vuelve el misterio y las palabras se quedan cortas.

-          Calles iluminadas, moda y paso. Eso era.

-         También moda, publicidad, espacio para el coleccionista. Y prostitución. Una belle époque de contraste entre la bohemia y la explotación social de la clase trabajadora.

-         Con espacio para el flâneur.


-         ¿Flâneur? ¿Quién es el flâneur?

-         Un singular paseante callejero.

-         Yo no le visto.

-         Ya no se da. Apareció con los pasajes en el siglo XIX.

-         Su presencia, ¿se le notaba?

-         El flâneur perfecto era el que, fuera de casa, se siente en todas partes como en casa. Y vive en el centro del mundo. En las nuevas construcciones se siente bien el flâneur. El gran almacén es su último territorio. El poeta Baudelaire era un flâneur.

-         ¿Y qué hacía, cuál era, digamos, su trabajo?

-         Aparentemente ocioso, sale al espacio público para vender y comprar: él es mercancía en sí mismo. Se le distingue enseguida. Vende y compra de lo más variado, sabe lo que le interesa a su posible clientela, trata con obras de arte, compra y cambia objetos, poemas… Todo ello con un extravagante y llamativo aspecto. Es, en sí mismo, la novedad y el paso del tiempo. Es un explorador del mercado.

-          …Y si nos acercamos más…

-         Podemos decir que es un personaje intermedio entre un bohemio y un artista moderno. La ciudad no es su patria sino su escenario.

-         La evolución de París.

-         Los cafés se llenan, los teatros se abarrotan de alegres espectadores. Los pasajes hormiguean de curiosos. Los timadores se agitan tras los flâneurs.

-         Interesante aventurero…

-         … y arriesgado.

-         Pero no tenemos una imagen de lo que podría ser su apariencia.


-         Que cada quien lo imagine como quiera. Veámoslo como un homenaje a la vida en los márgenes, un modo de vida poliédrico que nace de la necesidad de un espacio urbano.