FICHA
TÉCNICA
Asociación Cultural
de Docentes
de Murcia.
(ACDOMUR). Real Casino de Murcia.
Modalidad: conferencia-coloquio.
Título: Los Sofistas: Esos tipos estrafalarios.
Fecha:
30 noviembre 2015
(Agradecido porque ACDOMUR me tuviera en cuenta para su programación. Acepté participar
con gusto.
He decidido escribir mi propia crónica: ¿por qué no? Sin
pretensiones ni vanidad añadida, pero resuelto a hablar de todo esto, porque
ocurrió. Un relato mezcla de ficción y realidad, a modo de resumen, de testimonio,
o eso espero.
Y como el de la medida, el “homo mensura”,
soy yo mismo, me permito esta cantidad de texto, pensando en quiénes no lo van a
leer. Pero, por si acaso, he recogido en relato lo dicho en la conferencia).
__________________________
A este escenario del Casino
de Murcia y en un momento de otoñal primavera, acudo a la llamada de ACDOMUR para hablar de los Sofistas. No es
cuestión fácil, ya que de inicio, en el inconsciente colectivo, se parte de una
cierta mala fama del ‘Sofista’.
Lo entendemos como un
incentivo que, con esfuerzo y búsqueda de equilibrio, se limpie de barnices y nos
aproximemos lo más posible a lo que fueron y son los sofistas. Somos herederos de la Grecia antigua, y nos interesa serlo.
Un relato casi nunca es lineal ni objetivo de fotógrafo, y preocupa,
especialmente, cómo concluir. Comencemos, en esta reconstrucción de la
charla-coloquio, sin más. El resto
viene solo. Espacio, pautas de luz y tiempo, fundamento en la regla
filosófica de la pregunta.
Que hablen los personajes, que no son héroes pero
participan en la batalla, sin pretensiones de originalidad, con criterio y voz
propia. Hasta que se descubra la influencia que tiene en nuestras sociedades
actuales. En realidad, el de los sofistas no es tema que preocupe ni despierte siquiera
curiosidad. Y aquí lo tenemos, al despertar de un sueño mínimo.
En un lado,
sobre la mesa iluminada, se posan un sombrero de copa, “…que usan todavía en el mundo los prestidigitadores y los académicos”, y un fular, queriendo indicar una
sofisticada distinción, una pretensión de estilo y personalidad, un toque para un paseo urbano en el que ser
visto, en esta presencia simultánea del presente y el pasado, con la
pasión por los siglos lejanos.
Alegorías que arbitran el acto, elementos más allá de lo estético.
Símbolos de la condición formal, de testimonio del paso
del tiempo, restablecimiento y renuevo. Es el paisaje y el sentido del tiempo.
Con un discurso al alimón, como apertura, comenzamos.
RÉTOR: Señoras...
ATHINO: ...y señores: ante ustedes, intentamos…
RÉTOR: … una conferencia al alimón.
ATHINO: Argumentos, que sabemos distintos, expuestos aquí.
RÉTOR: Juntos, el filósofo de aquí a mi lado, y yo, hablaremos de los
Sofistas.
ATHINO: En estos círculos, las expresiones las forman palabras vivas, que saludan
con su voz propia a quienes están aquí esta tarde. Y diremos del Sofista qué es
y qué representa, en la persona de quien me acompaña.
RÉTOR: Repitamos el nombre de Sofista hasta que se rescate del olvido.
ATHINO: Pondremos nombres en el aire, para que suenen en todos ustedes.
RÉTOR: Porque, señoras...
ATHINO: …y señores...
RÉTOR: ¿Dónde está, en los espacios de esta ciudad, la plaza con el nombre de
un Sofista?
ATHINO: Calles dedicadas a filósofos sí que hay.
RÉTOR: ¿Dónde hay un monumento a quienes fueron los protagonistas de la
Democracia griega?
ATHINO: Ellos enseñaban en el ágora, ¿dónde está el parque Protágoras? ¿Y la
Avenida de Gorgias?
RÉTOR: Los filósofos…
ATHINO: …y las filósofas…
RÉTOR: dan nombre a librerías, bares y tiendas.
ATHINO: Porque se han ganado el reconocimiento.
RÉTOR: …o porque sólo tiene sentido poner su nombre a una calle.
ATHINO: Porque fueron y son importantes.
RÉTOR: Pero nadie sabe qué dice un filósofo. Se les emborrona con que son personas
extrañas.
ATHINO: No es así. Como señalar a los sofistas como inmorales.
RÉTOR: No lo somos.
ATHINO: Pero no buscáis la verdad.
RÉTOR: Enseñamos lo que hay, lo útil. Y allanamos caminos para ganar.
ATHINO: Sin que os importe la verdad.
RÉTOR: La sociedad es una jungla en la que hay que llevar un guía que abra
caminos. Se necesita a un sofista.
ATHINO: La selva está en el interior de cada quien. Y el camino es aceptar
las respuestas y conclusiones a que lleguen, en la búsqueda de la verdad; que no
se lo den hecho ya, como hacen los sofistas. Se necesita un filósofo.
RÉTOR: Sólo la verdad no basta para atravesar esta vida. Hay que
participar, defendiéndose y alcanzar metas.
ATHINO: Pero no de cualquier manera. Hay que atender a los intereses de la
sociedad, de la polis y del estado. Y luego, los propios.
RÉTOR: Como organizados que somos, enseñamos lo que nos piden y haga falta
para superar los inconvenientes. Y, que lo sepas, creemos en la Grecia de
todos, podemos vivir nosotros, que no somos griegos de nacimiento, y
consideramos a Grecia nuestra tierra y a los griegos nuestros hermanos.
ATHINO: Tus palabras son de espuma y sonido de campanas, pero que sólo oyen
quienes tienen dinero y quienes lo buscan.
RÉTOR: Nosotros somos la voz del pueblo, no la de los aristócratas.
ATHINO: Y a ese pueblo le apretáis para obtener sus pagos.
RÉTOR: No obligamos a nadie. Ellos nos buscan.
ATHINO: Caminemos esta noche por el sendero de la vida, donde crecen los
sueños y la voz.
RÉTOR: Oigamos la música y bebamos los licores con la muchedumbre en sus
versos.
ATHINO: Vivamos en las normas de la ciudad, más allá de las formas.
RÉTOR: Brindemos por la enseñanza.
Avanza la tarde. Las lámparas colgantes están encendidas. Silencio solo quebrado por el movimiento de las palabras. La vida continúa en esta ágora.
—
¿Quieres saber una cosa? —susurra un
espectador a quien tiene al lado.
—
¡Ssssstt!, -suena cortante la expresión condensada de un anónimo
cercano.
Silencio fragmentado por los ecos de alguna tos. Estamos
ante una partida en torno al Sofista. Y hay dos jugadores: RÉTOR y ATHINO.
-
Habla bien el sofista, -insiste el
inquieto espectador.
-
Baja la voz, -le indica el compañero-. Sí, lástima por la mala reputación del sofista, con lo brillante que es.
-
Y ¿qué me dices del calificativo de “locos” a los filósofos?
-
El ataque habitual a los pensadores. A quienes piensan y lo dicen, por si
acaso, se les descalifica. Como si pensar fuera una enfermedad o una manía sombría.
-
¿Tú los percibes como estrafalarios?
-
¿A quiénes?
-
A los sofistas.
-
¡Qué va! Al contrario.
-
Tampoco a los filósofos.
-
Esto es más que un juego: un diálogo limpio.
Sonrisas amplias, intercambio de palabras que se suponen
vivaces y optimistas. Enseguida, silencio.
- Esta noche dedicamos el tiempo de “Ágora viva” a hablar de
qué puede ser más importante: ¿La Polis o el Hombre? ¿Filosofía o Sofística?, - especifica
Rétor, elocuencia en el rostro y en la palabra.
- Tema interesante a la vez que difícil, -despunta
Athino con un tenue brillo de humor en los ojos-. Cuestiones de algo quizá árido. Intentaremos resulte ameno y
cercano para todos ustedes. Superar los tópicos en torno a los Sofistas y a los
Filósofos, acercarlos. No son extrañas entre sí estas órbitas. Se necesitan, se
relacionan, a menudo se confunden.
- Cada tiempo histórico crea y tiene sus gestores. Terminadas
las guerras en la Grecia del siglo V a. C., el de Pericles, la paz normalizó la
vida política,
con el advenimiento y auge de la nueva forma de organización social: la democracia,
que necesitaba gestores distintos y eficientes, para los que ya no servían los
modos de la aristocracia, -explica Rétor-. Hablemos
de filósofos y sofistas.
- Si bien la democracia
griega no fue el «paraíso en la tierra», supuso un progreso todavía hoy
aleccionador en muchos aspectos, -perfila Athino-. Se resquebraja el orden jerárquico y el poder de los
aristócratas. La igualdad política y social es la nueva situación para la que se
necesitan inéditas habilidades y una nueva cultura. Este estrenado espacio lo
ocupan los Sofistas
y sus alumnos-clientes.
- El éxito o el fracaso de las acciones
ante los jueces o las instituciones políticas –continúa Rétor-, dependían
principalmente de la habilidad oratoria y de argumentación en los juicios
populares. Los sofistas son, por tanto, los
actores de la democracia, en oposición a la aristocracia conservadora.
-
¿Podrías
decirlo de modo más claro y dinámico? –pide Athino-: discurso largo, retórico, organizado…
pero difícil de entender. Hablas como un sofista.
-
El sofista,
-sigue Rétor-, es
un profesional de la enseñanza. Lo que, en sí, es una novedad histórica
absoluta. Estudioso, pensador, profesor itinerante y orador de éxito,
transmitía noticias (lo que hoy es un periodista) y experiencias. Consejeros
políticos, embajadores cosmopolitas: eran hombres prácticos brillantes y
triunfadores.
-
A
los sofistas se les tiene por estrafalarios, -señala Athino.
Un
revuelo se produce en un lateral de la sala, cerca de la puerta. Entra un
hombre vestido con desaliño que se apoya en un palo como báculo y cayado a la
vez. En las gradas se producen murmullos y comentarios.
Camina
despacio, se detiene y así habla:
-
Me llamo Basúgenes. Y todos me conocéis. No tengáis miedo, pues no soy violento. Me visto
como necesito, no preciso de más. Nadie debe de molestarse por eso.
Hombre flaco, de rostro anguloso. Viste de traje
mugriento encima de un jersey cuyas mangas asoman bajo los puños de la chaqueta,
y una corbata por encima de traje y jersey.
-
Diga a qué ha venido, qué quiere, Basúgenes, -Rétor, irritado,
eleva la voz-. Usted no ha sido invitado.
-
Solo quiero ser parte de la conversación.
Y advierto dos errores —dice Basúgenes—.
Tendría yo que haber figurado ahí, incluido como ciudadano para debatir: ese es
el primer error. Pero no hay sitio para la disidencia. O sea, que son dos
errores.
-
Escuche, Busúgenes, -clama Athino-,
usted no está
en esta mesa, porque no admite regla alguna.
-
Tú y tu compañero defendéis los intereses del dinero. Os olvidáis del ser
humano y de la Naturaleza.
Basúgenes el Cínico mira con la distante
expresión de quien lleva un invisible impermeable por el que resbalan los
argumentos.
Athino, con gesto de petición, camina hacia Basúgenes, le sonríe y le
indica con ambos brazos la dirección hacia la puerta de salida.
—
Sí, de acuerdo, me voy, ya me voy. —El Cínico,
con mueca teatral de resignación, asiente.
El público emite un rumor de alivio, como algo que
acaba al tañido de una campana.
— No hay mejor ejemplo para decir qué
es lo estrafalario, -dice Rétor.
— Al menos sirve para diferenciar a los Cínicos
de los Sofistas; os ha hecho un favor, -apunta Athino.
—
Ellos forman escuela, como vosotros, los filósofos. Nosotros, no, -precisa Rétor-. Los Sofistas no somos estrafalarios ni extravagantes.
— Ya imaginamos que los sofistas
cuidaban mucho su aspecto para transmitir confianza y que les contrataran, -asiente Athino.
— Los Sofistas somos organizados. Y seguimos un programa, con objetivos
predeterminados para ser eficientes.
— Como filósofo, busco la verdad, en la
ciudad, en el estado y en el ser humano. Y si cambian las condiciones, cambia
el hombre y su búsqueda.
— Desde luego —dice Rétor con tono indulgente—, no niego el valor de la filosofía. Pero a lo que vienen es a que les
resuelva un conflicto con un vecino, con una herencia o que quiere formarse
para acceder a un cargo público, o sobre cualquier otro asunto: buscan
soluciones, no reflexiones sobre la verdad.
—
Para encontrar el sentido de la vida y vivir en consecuencia: cada cual ha de
encontrar el sendero de la verdad. La polis educa al hombre. Sócrates
cree que es la ciudad la que conforma
la conciencia del ciudadano y no la conciencia del ciudadano la que configura
la ciudad.
—
¿Qué autoridad es la vuestra? –pregunta Rétor.
—
Tú recibes dinero por lo que haces. Nosotros, no.
— Exigís que el conocimiento, que afecta a todos los hombres,
solamente pueda ser descubierto por filósofos, –afirma Rétor,
en tono acusador.
— A los Sofistas sólo os interesan los
resultados, los que sean favorables a vuestros clientes. Aunque haya que mentir, -afirma Athino-, o decir hoy una cosa y mañana su contraria. El arte de
persuadir podía engañar. Platón os llamó ‘traficantes de mercancías del alma’.
— ¡Oh, qué cosas dices...! En la democracia se busca la igualdad
de oportunidades. Y la gente sin ambición no va muy lejos.
— Ignoráis la verdad porque interesa que sea la mano del
hombre y sus máquinas las que controlen al mundo. Vuestra frase preferida, la
de que “el hombre es la medida de todas las cosas”, sitúa al Hombre como
culpable y a la Naturaleza su víctima.
— «El Sofista» es el sabio, es la
«sabiduría». Su instrumento, entre otros, es el «sofisma». Poetas o músicos y,
en general, quienes tienen algo que ver con la educación en sentido amplio, reciben
el nombre de sofistas, -manifiesta Rétor con orgullo-.
— Resulta muy
difícil establecer con precisión el contenido y el alcance de las tesis que
realmente defienden los sofistas, -apunta Athino-. Las diferencias con el filósofo son claras: el
filósofo elige a sus discípulos, crea escuela; al sofista se le busca y se le
paga, para que enseñe y adiestre: termina el contrato y se acaba la relación.
Los fines de los sofistas eran prácticos y especulativos.
Para un
filósofo, con modelo en Sócrates, el código moral es la comunidad, la polis.
Para un sofista, «El
hombre es la medida de todas las cosas».
El himno al hombre de Antígona es ejemplo
rotundo: “Nada
hay más asombroso que el hombre”, la ley moral y divina es más
importante que las leyes del gobierno.
- Los sofistas fueron brillantes y
triunfadores, -manifiesta
Rétor. Cuando llegaron
a Atenas, con sus enseñanzas que apuntaban a cuestiones de política, un amplio
público de jóvenes, ávidos de aprendizaje, los acogió con entusiasmo. Y les entrenaban en el arte de la palabra, en la necesaria
elocuencia y habilidad: la Retórica,
-
Lo que es convertir ante
los jueces o ante la asamblea, lo blanco en negro, -denuncia
Athino-. La gente alquilaba a un experto que
le escribiese el discurso para conseguir éxito en la corte de justicia. El sofista, en la práctica, enseñaba a los hombres cómo
conseguir que lo injusto pareciese justo.
- Con esas afirmaciones conseguisteis
desprestigiarnos, –se lamenta Rétor-. La palabra «sofista» no tenía al principio un sentido peyorativo. Un
sofista era alguien que se ganaba la vida enseñando a los jóvenes lo que les
sería útil para la vida práctica. ¿Qué puede tener eso de malo? El dinero que
los sofistas cobran, y que los clientes pagan, es «el más poderoso disolvente»
de la aristocracia.
- Y la referencia última de la retórica sería la apariencia y no la naturaleza de las cosas, -proclama Athino-. El
objetivo, la apariencia, la verosimilitud y no la verdad. La habilidad podía
convertirse en trampa o engaño y, en consecuencia, el sofista podía ser un
perfecto embaucador. La mala fama de los sofistas tiene que ver con esto. Y en
que no seguíais la búsqueda y la razón de la Dialéctica de la filosofía.
- ¿Qué tiene de reprobable que un
profesor cobre por sus lecciones?, --pregunta Rétor-. ¿Cuál es la maldad de un programa
educativo que ofrece, entre otras disciplinas, la matemática o astronomía, el
estudio del lenguaje en todas sus formas y la retórica en particular?
- De los sofistas sólo puede decirse que cumplieron su función,
-asevera
Athino-. No crean ideas ni doctrina, solo
organizan. No eran filósofos en el sentido platónico-aristotélico. Y hoy, entre
otros, son abogados, publicistas y tertulianos. Ha significado la devaluación
de las ideas y de valores indispensables, como el de la frontera clara entre la
verdad y la mentira, nociones que andan confundidas en la vida política,
cultural y artística. Es la influencia y presencia del espíritu sofista, que se
ha trasformado y se mantiene, mientras la Filosofía desaparece de los planes de
estudio.
-
Los
sofistas –dice Rétor-, vinimos
a satisfacer una demanda social de formación superior, exigida principalmente
por un sistema político participativo e igualitario. Todo alentado por el
círculo de Pericles. Nuestras conclusiones
son que gracias a los sofistas, la filosofía de Platón y la de Aristóteles dominaron.
Y que, gracias a la idea central de hombre, floreció el arte, en su reflejo y
muestra del cuerpo humano.
-
Según
tú, no hay mérito propio en la Filosofía.
-
La
sofística fue el símbolo del helenismo, -asegura Rétor.
La
aceptación por Roma de la cultura griega, y de su sistema de enseñanza influyó
en el mantenimiento y auge de los sofistas.
- Para nosotros –explica Athino-, los Sofistas fueron gestores eficientes y profesionales,
pero personas que también transmitieron una moral equívoca basada en el triunfo
a cualquier precio.
_________________________
EPÍLOGO.- El uso de la palabra fascina,
durante siglos, a la humanidad. Desde la tradición oral hasta lo bien
construido, como el sistema de los sofistas. En siglos posteriores recuperó su
sentido honroso. Como fue en lo que se llama Segunda Sofística. El siglo II d. C. es la edad de oro de los profesores; los sofistas están
orgullosos de ser los educadores del mundo. Los grandes maestros de elocuencia
creían firmemente estar realizando la más noble tarea.
Para mantener su espacio, cuando se fueron degradando sus
prácticas y desacreditando sus enseñanzas, los sofistas se acogieron a las extravagantes
tendencias –aquí aparece el calificativo- que mostraron algunos de los sofistas
más tardíos a sutilizar –sofisticar- sin fin. Buena muestra de ello son los 14 progymnásmata o ejercicios de Retórica, graduados de
forma progresiva en el arte de la persuasión; excesos de
los sofistas que solo tienen interés por cuestiones relativas al
estilo y la composición. Se internaron en el pantano de la refinada diversión de la literatura oratoria de espectáculo.
Hay
que constatar que un modo de enseñanza y de hacer, que se mantiene con el
nombre de “Sofística” durante mil años, no es una cuestión menor ni anecdótica
en la Historia.
Y a lo largo
del tiempo nunca dejó de haber sofistas, -aunque no
usaran el nombre-, como el flâneur, en París del siglo XIX, donde “sofisticado”
es quien se comporta de forma distinguida y elegante, muy refinado y, en
ocasiones, falto de naturalidad. Se habla de modales sofisticados.
En
el siglo XXI, la humanidad sigue rindiéndose al embrujo de esos artistas de la
retórica. Y ahí está la gran influencia los políticos, abogados, publicistas y
tertulianos.-
(Pero eso, es otra 'historia')
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Se concluyó la exposición con el “Pregón”, de la obra de León Felipe, ‘El Juglarón’, que también porta chistera.
Y del que recogemos unos fragmentos que –creemos- aluden a la permanencia
del ánimo sofista:
“Cuentos como sueños… y sueños como cuentos...
Cuentos para despertar a la marmota y a los topos
y cuentos para dormir a la lechuza y al mochuelo,
cuentos para los niños y las mozas, para las comadres y
los viejos, para el delfín y la infantina, para los galeotes y los presos.
Cuentos de sobremesa, de sacristía y de tinelo.
Cuentos de arcángeles y pólvora... cuentos del cielo y
del infierno.
Llevo en este zurrón toda clase de cuentos...
Soy un personaje trashumante equívoco... y sin tiempo...
Me cubro la cabeza con esta chistera despeinada, que
usan todavía en el mundo los prestidigitadores y los académicos.
No tengo edad ni patria.
En esta barba blanca y negra hay pelos de Adán, de
Salomón y de Homero...
Pelos de algún pastor del Quijote y pelos de Merlín y de
Maese Pedro.
Pelos de las pelucas empolvadas del siglo décimo octavo y
de las melenas románticas del décimo noveno...
Pelos de la barba de Tolstoi, pelos del bigote de Balzac
y de Galdós...
Y ahora que ya lo sabéis todo,
quién soy, de dónde salgo y qué pretendo...
cuál es mi mercancía
y qué es lo que pregono o lo que vendo...
Decidme... ¿qué queréis?
¿Queréis un cuento trágico o burlesco?
¿Un cuento donde juegue la astucia o el enredo?
¿Un cuento de sorpresas o de ingenio?
¿Un cuento donde mande la acción o donde mande el verbo?
¿Un cuento de amor que marche con un ritmo de pavana y
termine en un dulce caramelo o un cuento de pasiones primitivas con un final
bárbaro y sangriento?
¿Un cuento de ¡Aleluya!... donde todos se salvan?
¿o un cuento explosivo... ¡Paf!... donde todos se vayan
al infierno?
¿Qué queréis?...
Decidme, ¿qué queréis?... ¿Qué cuento es vuestro cuento?”