sábado, 30 de julio de 2016

MEMORIA DE UN TRAYECTO POR GALICIA, RÍAS BAIXAS (conclusión) Julio 2016

El viaje ideal siempre queda por hacer.

De este que se ha hablado aquí es un viaje real. Mientras se camina y descubre, el viaje tiene su retazo de sueño.

Viajar es igualmente un placer cuando se hace desde las palabras de un escrito o por la imagen sugerente de una fotografía.


Cualquier situación es importante y notable, tiene su pequeño o grande interés, hasta su encanto, según quien la admita en su memoria y en su ánimo.


...Y llegó el final del viaje a Galicia.
Compartida la visión de lugares, ciudades y anécdotas: ¡tanto por contar!
Vigo, Cambados, Baiona, Valença do Minho –Portugal-, Pontevedra, La Coruña, O Grove, La Toja, Combarro, Santiago de Compostela…

     Había que decirlo. Conociendo los lugares y su historia se entiende el presente. Y con estos escritos –creo- se ayuda a la memoria y al placer de haberlos vivido.
      En el conjunto hay una voluntad explícita de que el viaje signifique un buen momento en la vida. Lo que se ha visto, paseado y coincidido no supone ninguna disciplina, pues ha sido y es una realidad de intercambio.

Los lectores son los que estiman el resultado y, entre todos, el intento de dar continuidad a la pequeña historia de lo que han mostrado las ciudades visitadas. 

[Dicho esto, solo unas fotos y pocas líneas para ilustrar mínimamente el contenido de lo que se ha visto y de lo mucho que queda por ver. Y por volver].


Ver y enseñar la ciudad; geografía y espacio urbano turístico.
Con Xabier de guía, implicado, incansable, informado, amable y de un excelente humor.

En un intento de comprensión de la complejidad, aportando una visión si no distinta, sí desacostumbrada. Viajamos, y pocas veces nos lo cuentan a continuación.
Al acabamiento solo es, sencillamente, un peldaño más en el conocimiento. Es la conciencia de la persona moderna: la modernidad es viaje.

La lectura de “La Odisea”, en donde Ulises (Odiseo) es el viajero por excelencia, sería recomendable como base. Pero, cuidado, es una obra complicada, difícil y extensa. Y podría tener el efecto contrario: que os alejara de la lectura. Y en absoluto se desea eso.
Lo que aquí se dice son dos características –entre otras- de todo viaje que así se llame: una, la de viajar y no querer volver; (¡qué placer viajar! La lástima es que cuesta dinero). Y la otra es que, al inevitable regreso, todos nos piden. “¡Cuenta, cuenta…!” Y contamos. Volvemos a vivir.
Porque a toda persona se le despierta el interés por las historias relatadas por quienes lo han vivido, pie en tierra, y si lo hacemos en una atmósfera que apasiona y acerca por igual a quien escucha.

Las ciudades visitadas, lo hemos comprobado, se han lanzado a recuperar su espacio público y hacerlo resistente ante cualquier circunstancia social, económica y, sobre todo, ambiental. 
Fantástica oportunidad aprovechada, en la que ha acompañado la luz, sin la lluvia que ha quebrado su costumbre de caer.

Objetos e imágenes en el escenario urbano.

       Son esencialmente los elementos que el cuerpo y la naturaleza dedica al movimiento y para esbozar el espíritu de la época en la ciudad. La cultura, no podemos negarlo, también es un negocio.



Los cruceiros, presentes en toda la geografía.



     Suelo de ondulaciones en espejismo, en La Toja. 






     La iglesia de La Toja: fachada de conchas marinas.



Mareas que crecen y se retiran, como si de latidos de un inmenso corazón se tratara este movimiento de agua, a la vez que, cuando viene y se va, recuerda el estar/no estar de los humanos. 









El Cristo del Buen Viaje, -en Pontevedra-, sacado a la calle por si los marinos en su ida o al regreso encontraban la iglesia cerrada.




Vigo, la industriosa y trabajadora ciudad (dicen los gallegos que “Vigo trabaja, Pontevedra duerme; Santiago reza y A Coruña se divierte”). 




Los hórreos, función de almacén y secreto.







A Coruña, con sus edificios de corte modernista. 

La interesante y destacada heroína popular María Pita, contra los ingleses.


Llegando a Santiago de Compostela, iglesia de san Francisco.

El apóstol Santiago, patrón. 





Botafumeiro, símbolo bien conocido y popular de la catedral de Santiago de Compostela.

Preparado para esparcir su humo.






Y los encargados de moverlo, para purificación. 





La catedral de Santiago permitía a los peregrinos dormir en el interior, lo que provocaba un olor desagradable. Por eso era conveniente tener un incensario tan grande.









Las metáforas, soledades humanizadas, no buscan tanto lo llamativo como lo simbólico, en estos misteriosos latidos. 




He traído palabras porque tienen poder creativo: ordena las cosas, da presencia y movimiento, ojalá con música, frágil lenguaje que reproduce el fondo de lo real.





       El más difícil viaje se hace quieto en el torbellino de lo diverso, entre lo semejante y lo radicalmente distinto, en el silencio del mundo.  

viernes, 29 de julio de 2016

FANTASÍA EN LA TORRE DE HÉRCULES EN LA NIEBLA. ABAJO AGUARDA CARONTE

     
     Como señora del esplendor junto al agua, en este día, ante el viajero la Torre de Hércules se muestra tímida y envuelta en un velo de vapor.

     La niebla en este lugar debe de ser habitual. Aún así, sorprende a principio de julio, a mediodía y con cielo despejado, que la Torre esté oculta en bruma. Resulta un inesperado fenómeno llamativo para el visitante. Quienes vienen de otras latitudes quedamos sorprendidos por este acontecimiento.

    Y se abre paso a la imaginación, en tierra de meigas y sabiendo cerca –a unos 100 kilómetros- del lugar final de la Tierra, (Finisterre), se dispara la fantasía y el misterio.

       ¿Por qué se oculta la Torre?
      Imaginamos el pasar del tiempo en el silencio, en cada sombra y en el fresco de la mañana por la larga calle empinada.

   
 La Torre de Hércules, el único faro romano —y el más antiguo del mundo—, 57 metros de altura, se construyó en el siglo I. 

     Con la aparición de la niebla se convierte en un personaje misterioso en pleno día de cielo limpio y sol resplandeciente.
    Una explicación viable es la de que el excesivo calor evapora agua marina cercana y se condensa en niebla. Bueno, puede ser. Llegados a esta península de A Coruña, sobresalía el fenómeno.

      De entre los viajeros se puede apreciar dos actitudes: una, la de sentirse dominado por lo que no se ve. Y otra, de temor, por si es señal de algún presagio. Una espléndida aproximación.

     Como sea, estas excepcionales imágenes de rotundo impacto dan para imaginar cuentos y hasta algún poemario. Una ideación novelesca en episodios independientes, con un sentido unitario en la Torre y en el océano, en la realidad presente de quienes, tras completar el Camino de Santiago, continuaban la peregrinación hasta lo que se consideraba el final de la Tierra.
     No faltaría el misterio, una historia ante la extraña niebla que abarca toda la Torre, en clave de equívoco irónico. Escribir historias de personajes que se relacionen con el pasado, y de otros que se implican para dar a conocer el mundo, ensanchar el escenario real y humano, con un punto de poesía y de veracidad dentro del misterio.
       Que cada quien convierta estos episodios vitales, en una intensa peripecia reveladora, que muestre algo de la cara oculta de la vida, en donde caben los asuntos intemporales (el amor, la pasión, la soledad, el recuerdo, lo extraño, la cultura...).

       La subida hacia la Torre avanza por un laberinto de sorpresas.
      A pesar del fuerte viento, un gaiteiro, como un juglar actual exprime su música para que la oigamos pero que suena como un tributo al momento y la Torre. En tiempos antiguos, los juglares recorrían los lugares ganándose unas monedas a cambio de la narración de ciertas historias, páginas de espuma. La poesía, en estos momentos, no sirve para para nada. Hoy en día nadie coge un libro de poesía.  




     Cuando se retira la niebla, el sol se refleja en las fachadas de la torre. La serenidad perfora el paisaje. Por la escalera se sube y se baja, y los peldaños son huellas de una estela, hacia adelante y hacia atrás.
 











La escultura de Caronte recibe en la entrada del Parque escultórico de la Torre de Hércules. Caronte está aquí porque fue el barquero que cruzó con su barca a Hércules camino del Hades (mundo de los muertos). 

Sea a la subida o sea al regreso, está ahí el barquero del Hades —territorio del más allá de la vida y del que ya no se regresa—, encargado de llevar a las almas de los difuntos de un lado al otro, hacia el consuelo eterno, si tenían una moneda para pagar el viaje, (por eso en la antigua Grecia los cadáveres se enterraban con una pieza bajo la lengua).
Y quienes no podían pagar tenían que esperar cien años a la orilla del río. Después, Caronte los llevaba sin cobrar.
       ¿Cómo no pensar en la visión del mundo y en los recuerdos?
      Aunque no conviene explicarlo todo.
     El conocido aquí como Caronte "el vigilante", escultura de hombre, en bronce, con exagerada obesidad, tiene una ocupación más amable en este Parque: recibe a los visitantes y soporta que la gente, por superstición o ritual, —¡vaya usted a saber por qué!— (La poesía es lo que queda para dar forma al caos), le saque brillo concretamente en el seno izquierdo y en el pie derecho. Los viajeros se miraban perplejos, con un punto de ironía.

    En esta atmósfera que expresa la niebla, refleja la incertidumbre de estos tiempos. Descubre las máscaras de la realidad. A este lado del mundo, Caronte es otra vida. 

 

      Vayamos despacio. Poesía en agua clara para los marineros con sed.

  



    Luego despeja y
la luz tiene su sitio dentro del tiempo, mientras sentimos la arena que pisamos.


     Cuando despierto de la ensoñación, me encuentro en el autobús con el bullicio de los viajeros.

miércoles, 27 de julio de 2016

INESPERADO Y GRATO HALLAZGO DE CONSTRUCCIÓN TÍPICA Y LLANEZA HUMANA: PAZO DE ULLOA

   
   En la ría de Arousa, es Cambados la ciudad de la diferencia fusionada.
     Se le dedicó una tarde, y observamos una ciudad compleja: actividad marinera, agricultura (destaca la vid albariño), turismo de masas, y los pazos y casas señoriales. (También hay otras enormes mansiones de construcción reciente, que destacan por su suntuosidad y granito caro, quizá de inversión complicada. Mejor no remover).

 
     En la cultura, destacan los vestigios de presencia del notable y famoso escritor Ramón Mª del Valle Inclán, que vivió en este lugar. 
          
          Recordemos el paseo y sus avatares.
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«Capilla, palomar y ciprés, pazo es», asegura el dicho popular gallego y señala las tres características indispensables.

 
       El narrador ha de acercarse a la objetividad, en un entorno de impacto, como es éste. La mirada sigue siendo subjetiva, a veces pretende ser irónica.
       Toda una travesía vital que hay que leerla de pie, caminando desde los dominios donde emergen las variantes de la incertidumbre más tópica de Galicia.

        Tiene su interés, sin duda. Ponemos el punto de mira en el pazo, (para los seseantes, ‘paso’), procede el latín “palatium” y se refiere claramente a un palacio.
          Preciosas construcciones en zonas rurales, habitadas por gente de alto poder económico y larga historia. Alrededor del pazo pasaba la vida de los aldeanos que trabajaban las tierras del hidalgo dueño. Entrar en una de estas viviendas es vivir rodeado de historia en plena naturaleza.

         La visita comienza en el grandioso pazo de FEFIÑÁNS. 

     El viajero inevitablemente lo descubre al bajar del autobús. Amplio espacio de la monumental plaza de Fefiñáns, construcción del siglo XVI, Bien de Interés Cultural. Conjunto arquitectónico bello y admirado de Galicia.: enorme pazo, con arco-puente, atalaya de la Torre del Homenaje, el ‘palomar’, y la iglesia de San Benito, (reúne sobradamente las tres características). Antiguamente era la plaza del mercado semanal.
   

    Es también la sede de la denominación de origen albariño.

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       La sorpresa vino después del paseo, tras recorrer la calle Real y bordear la iglesia, hay que destacar enfáticamente el hallazgo, de entre otros pazos, el PAZO de ULLOA, hermoso lugar.

        (Para mí, personalmente, lo considero un momento cumbre en el viaje).  


        Más allá de la anécdota, lo relevante es encontrar y visitar un pazo no abierto al público, fuera de la ruta turística.

       (Xavier, el guía, dirá que, en todos los años que lleva en esta profesión, nunca accedió a este pazo).
     La tarde calurosa avanza y allí me encuentro con Juli y Carmina, [a quienes dedico esta reseña y compartimos admiración y momento mágico], 
  que estaban mirando el cruceiro. Y seguimos hasta la puerta de esta llamativa construcción. 

       Que sea ‘pazo’ y de pertenencia a Ulloa, evoca y trae a la memoria la novela de Emilia Pardo Bazán: “Los pazos de Ulloa”, (publicada en 1886).

       Es propiedad privada, por lo que el acceso es restringido. Que pudiéramos acceder fue una mezcla de casualidad, empatía y. como resultado, un privilegio.

       Estábamos a la puerta cuando un hombre, de unos setenta años, vistiendo sombrero blanco de paja, camisa blanca y pantalón, pleno de energías se acercó a la verja sin rozar a quienes estábamos allí. Empujó con decisión la puerta y ya, desde dentro, sujetando el acceso, nos preguntó:

    “¿Quieren ustedes entrar? ¡Pasen!”

        No lo dudamos. Julián (Juli), el cordobés y yo respondimos:

    Si no molestamos, claro que queremos, —manifestó Juli con una nerviosa sonrisa y cierta timidez cómplice.

    Será un gusto visitar el pazo. Pero ¡qué dirán los dueños! —le indiqué con cautela.

    —    Soy el dueño, —expresó con resolución y una amplia sonrisa—. Les invito: “¡Adelante!”

       Una vez dentro, boquiabiertos y mirándonos como si no fuera verdad, reparamos en que el hombre había desaparecido mientras admirábamos las hortensias.

      A lo lejos, dentro del recinto, en lo que era un espacio dedicado a pista de tenis y piscina, se escuchó una voz juvenil de hombre:

     “¡Abuelo, han entrado desconocidos!

        Nos quedamos paralizados, pues por nada del mundo buscábamos un conflicto ni que alguien nos considerara algo así como en un allanamiento de morada. 

       Tras un largo minuto, desde una esquina interior de la casa, la voz rotunda del dueño sonó:

    Tranquilos, que vienen conmigo. No os preocupéis, seguid con lo vuestro.

       Se dirigió hacia nosotros, comentando que los nietos lo disfrutan mucho, traen a sus amigos y hacen comidas y fiestas, pero trabajan poco para mantener el pazo. Y que esto necesita mucha dedicación y cuidado.
       El dueño había dejado el sombrero. En una mano portaba las llaves de un coche y en la otra una herramienta de jardín.

    Pero díganme, ¿de dónde son?

      Se lo dijimos mientras se acercaba hacia donde estábamos.

      Por si se iba a ausentar, me atreví a preguntarle con apresuramiento si este Pazo de Ulloa tenía que ver con la famosa obra de la escritora Emilia Pardo Bazán, “Los Pazos de Ulloa”.

    No, no. Ella nunca estuvo aquí, al menos que conste y yo sepa. Se nota que ustedes han leído.

 
       Emilia Pardo Bazán se inspiró en tierras como esta, Galicia profunda y tradicional, en sus gentes, en sus costumbres, la vida rural gallega en el mundo cerrado, lo que quedó recogido en su famosa obra: Los pazos de Ulloa
        Al referirse al personaje central de la obra, “Julián”, ocurrió que mi amigo de viaje comentó:

    Yo me llamo Julián, manifestó Juli.

    ¡Qué casualidad! —exclamó el dueño del pazo.

    Pues sí que lo es, reímos por la coincidencia de nombres estando en un pazo.

   


   El Pazo de Ulloa, construido en el siglo XV, reformado a lo largo de los años, entre sus propietarios tuvo a la Casa de Alba.


         —              También este pazo fue propiedad de los Castro, —siguió informando el actual propietario—. ¿Han leído a Rosalía de Castro?

       Casi como un resorte, me salió sin pensar, inicié el conocido poema de la nostalgia —saudade—, de Rosalía:
  
Adiós ríos, adiós fontes
adiós, regatos pequenos;
adiós, vista dos meus ollos,
non sei cándo nos veremos.

Miña terra, miña terra,
terra donde m’eu criei,
hortiña que quero tanto,
figueiriñas que prantei,
(…)
Adiós, ríos; adiós, fuentes
adiós, arroyos pequeños;
adiós, vista de mis ojos:
no sé cuándo nos veremos.

Tierra mía, tierra mía,
tierra donde me crié,
huertecilla que tanto amo
higueruelas que planté.
(…)

        Le gustó que fuera en gallego.

      El señor nos indicó por dónde acceder a la casa y comprobar las características del pazo.

     —    Entren en la casa, vean lo que está abierto. Y luego, cuando se vayan, cierren al salir. Tengo que seguir trabajando, —nos comentó, mientras subía a coche audi Q7, de amplio espacio trasero, cargado de pequeños árboles y de ramas de boj que dejaría en el contenedor de residuos de plantas.

       Aclara que estaba en pleno cuidado de los bojs, arbusto siempreverde, y si me sonaba, en clara alusión al libro “Madera de boj” de Camilo José Cela, el premio Nobel que estuvo allí. El dueño del pazo manifestó con tono confidencial que Cela comía y bebía mucho y no se ocultaba de su inclinada afición por las mujeres.

        Hay que dejar constancia del suceso, de la casualidad de que el actual dueño nos franqueara la entrada.
        Traspasamos un misterio y lo vimos por dentro en el ámbito de lo privado.

         Escudo de armas, peculiar ladeado, en él aparecen los linajes familiares de los Acevedo, los Ulloa, los Fonseca y los Castro.

En el jardín del pazo destaca la camelia, delicada flor señorial, que también pudimos observar en el pazo de al lado, La Capitana, a unos cien metros, casa solariega Amplio y espacioso también construida a principios del siglo XV

       Es de propiedad de los Ulloa, y estaba abierto al público porque, no en vano, se alquila como casa rural y para celebraciones.
La Capitana cuenta con viñedos, jardines con bojs centenarios y árboles frutales, protegidos por una muralla que los rodea y aísla del exterior.

     Lo más: la cocina, el comedor  y la bodega de A Capitana, con cuatro lagares de piedra centenarios, que dan idea de que en la antigüedad este pazo debió ser uno de los mayores centros de elaboración de vino de todo el Salnés.



Las diferencias en solo unos poco metros, pequeñas y sutiles que no pueden medirse ni pesarse, van desde lo rural a lo marítimo y a la acogedora calle Real.


 Otras veces se halla en acontecimientos temporales: cuando los viajeros entran en el bar que tiene textos de Valle Inclán en sus paredes. 


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          Anécdota de un EXTRAVÍO: Lo más críptico fue al caminar y extraviarnos, en calles de bifurcación, cuando la hora de regreso al autobús estaba muy próxima. De pronto, en un instante que resulta imposible predeterminar, no teníamos línea de horizonte.
   
      Nos pusimos a andar a buen paso ¡y nos pasamos!, creyendo que íbamos en paralelo, y aparecimos en no sé dónde. Menos mal que la cordobesa de Montilla, Carmina, mujer previsora, llevaba el número de teléfono de Xavier, el guía. Y localizamos la plaza de Fefináns, punto de encuentro.

       —    “¡Os habéis perdido!”, nos dijeron al regresar al autobús.

    Pues no sé qué decir. Más bien os decimos que os habéis perdido el Pazo de Ulloa.

       Risas, emociones, complicidad y recuerdos imborrables, la imagen es sugerente. Lo importante es que vimos algo impensable y genial.