domingo, 28 de mayo de 2017

Lectura dramatizada en torno a Gloria Fuertes: "Las 3 reinas magas" y mucho más...



Palabras en el escenario:
Gloria Fuertes, un encuentro,
memoria en su centenario


     Lectura dramatizada, a través de un texto elaborado con materiales de la poeta y con guion de las aportaciones desde la dirección del acto. Dos sesiones, dos días de muestra en torno a la obra de Gloria Fuertes.

Emplear la convocatoria de Cultura-UMU para urdir una acción escénica, pretendidamente distinta, con centelleos infantiles junto a momentos enfocados a un público genérico: el centro es Gloria Fuertes, desgranada y compuesta mediante diez musas y alegorías. Y con dos textos dramatizados por la escritora para ser representados.
   
  La apertura al camino escénico,en homenaje a Gloria Fuertes, resultado del trabajo de dieciséis personas en escena, se ha producido con la presencia, aliento y presentación del acto y del coloquio posterior por Silvia Montesinos, el primer día, y el segundo, con Mariángeles Rodríguez, ambas profesoras, responsables colaboradoras de la actividad y versadas en Teatro.

        (Por motivos académicos justificados y viaje a Italia, no se ha podido contar con la estimable presencia de la Coordinadora de Cultura, voluntad y estímulo de Deletreartes, Diana de Paco). 


      Los textos de Gloria Fuertes, que tienen algo de clásicos, son luz que recupera la infancia y, a la vez, hacen las paces con el pasado vital y crítico. 

  
      Hay motivo para la lectura dramática. Y se ha sometido la claridad de las palabras a la escena.
      El Teatro, en esta ocasión, ha ofrecido algunos de los textos que aprendía de memoria y ella misma recitaba ante un público entusiasta.
     Centenario de su nacimiento, mujer moderna, atrevida, escritora de vivos versos no intelectuales. Hablar de Gloria Fuertes, mujer, poeta y pobre no era fácil en el tiempo de la posguerra.
    Persona comprometida y personaje inasible, mujer peculiar, extravagante, libre. La libertad era la única etiqueta que aceptaba.
     
     Fue mucho más que una poeta encasillada de ripios infantiles. (Lo de “poeta infantil” le causó mucho daño). Hay que remarcar la importancia de su obra infantil, ya que removió la literatura para niños en España y propició que se acercaran a la poesía. 
   Tan interesante como su fecundo oficio infantil, su obra para mayores conviene recordarla. Combinación de humor, amor, dolor y una elemental belleza que resulta efectiva. Tono coloquial, uso de la rima como ironía, puede gustar más o menos, pero se la reconoce de inmediato.  

Sus chalecos y múltiples corbatas toman sentido toda vez que entramos en sus poemas, versos con colores de ironía sobre sí misma, de simpatía por los débiles, los animales, los pobres…, su rebelión ante la autoridad.

    Y con todas las características, en el momento de celebración, a través de la puerta abierta por la Institución Universitaria, ha entrado esta actividad, enmarcada en Deletreartes. Ya que es un cauce para las personas que imaginan posibilidades escénicas a través del texto, y que necesitan actuar en el Teatro, en un intento de hacer cosas, arriesgar, innovar, equivocarse, producir algo distinto...

   Así, en modo de espectáculo, mediante un paseo escénico por su poética, con materiales biográficos, retazos narrados de su vida, de una infancia áspera, de hambre y poco cariño. También fue Gloria enamorada.
 

       Ocasión para hablar de Gloria Fuertes, mujer y poeta, de familia humilde y republicana, a quien su madre castigaba si la sorprendía leyendo o escribiendo, perdió a su hermano pequeño en un bombardeo, durante la Guerra Incivil. El dolor vivió en su piel y ella, luminosa siempre, decidió sonreírle a la vida.
   
       Zarandeó asuntos como el hambre, la paz, el feminismo o el ecologismo. La Guerra Civil, la experiencia del horror marcó su vida y su obra, poesía del dolor, después, el amor. En tercer lugar, las injusticias.
       Gloria Fuertes muestra el valor de lo sencillo, (“no tenía más que un traje, un cuaderno y mucho miedo a que se gastara el lápiz”, decía).
   

      En un universo que sabe a Gloria, versos que hablan al oído. De actitud vitalista, cultivó su vida individual, para hacerla florecer con plenitud, sobre los límites de la pasión, en las voces del grupo teatral, que exhibe con alegría con tinte aún infantil, hay nostalgia de infancia, y la luz que, para todas las edades, se revela en lo simbólico.

Como la versión del cuento de Caperucita

Y que sean las tres Reinas Magas quienes hablen de paz.


             La poeta que expresa la verdad dolorosa, cuando exclama Gloria:
                                             “… Nunca pedí dinero,
                                                   comida, sangre o ropa.
                                                   Empecé a trabajar de niña.
                                                   (Yo misma fui mi propia muñeca)
                                                   Luego de mayor,
                                                   lo único que pedí prestado
                                                   fue amor;
                                                  lo devolví con creces…”

          Un espectáculo lírico, donde se ha intentado el trasvase de experiencias hasta, si fuera posible, lograr belleza luminosa, aunque sea efímera.

       Y la inclusión de pasajes textuales, de factura propia—, como es el caso de la
CARTA ANÓNIMA DE UNA DESCONOCIDA

Querida Gloria: No me conoces. No es necesario. Nuestras miradas se cruzan en un transparente vestido de fuego.
Todas las mujeres somos desiguales, singulares y tenemos mucho en común. Me entenderás, te entiendo.
 Digo que tus palabras, tus rimas alegres y tus versos humanos, son como agua fresca en los ojos cerrados.
 Como a ti te pasó, mi balanza de tristezas y de alegrías, continuamente se descompensa.
 El tiempo no se mide con reloj, sino con cada superación de los momentos dolorosos. Tú y yo lo sabemos. Nacen tus poemas, surgen tus cuentos y tú, nos sonríes.
 Una presencia invisible me acompaña, sin máscara. La verdad comienza, diferente, cada nuevo día, con el dolor de la noche, mi cuerpo es oro dormido. Río detenido, sin tregua, sin libertad en el movimiento.
 Con la luz del día, desde mi frente, zarpa un barco de esperanza, un velero femenino que arde en la noche, que espera borrar de mis hombros la marca del dolor. Y que escriba un nuevo signo de amor.
 Aunque me mueve la voluntad de decidir en mi movimiento,
 aunque la expresión más íntima, la voz, se me rompe como papel de plata,
 aunque la mirada deletrea y la escritura se empequeñece,
 aunque las manos se descuelgan buscando espigas para el camino,
 mi sueño insiste en un cielo de plumas blancas.
 Tú y yo aprendimos rápido, por la cuenta que nos trae. Nos diste el cuento bondadoso, con voluntad y fantasía, y el teatro infantil.
 Y, por un instante, contigo, desde el salón de la casa, viajemos por el universo.

                    Gracias, Gloria.
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        Labor cuidadosamente acabada. Y disfrutada.


     Gracias a las quince actrices, más que aficionadas, abnegadas en su dedicación escénica, y al actor que se unió al proyecto.
      A ellos va dedicado.

              “Parpadeo en movimiento, lectura
                que en su verdad diálogo enciende,
                inunda de corpórea locura,
                se ilumina de voces y estrellas.
                La función comienza, sala oscura:
                eres tú misma.
               Y todos somos otros”.
                                                                   (Juan Soriano)



miércoles, 24 de mayo de 2017

Juan Rulfo, en el Club de Lectura Deletreartes








         ¿…Y de quién hablamos cuando se nombra a JUAN RULFO?
    Pregunta cesante y quizá impertinente, pues el escritor mexicano Juan Rulfo es tan singular, de difícil clasificación y, a su vez, universal y destacado, referente de una característica condición narrativa, que brilla con fulgente luz propia. Artista que, con tan sólo un puñado de páginas, se situó y está en lo más alto de la literatura en español. 
  

     En España, obtuvo el premio “Príncipe de Asturias”, en 1983.
      

¿Quién era en realidad Juan Rulfo?
    
      ¿Qué leía, qué pensaba, cuáles fueron sus influencias literarias?
       
     ¿Por qué merece la atención, además de por el centenario de su nacimiento?


     A estas y otras cuestiones ha sugerido respuestas abiertas y de reciprocidad, el profesor Gilberto Vásquez, en la sesión de este mes en el ciclo del Club de Lectura Deletreartes.



 
     Ha abierto la sesión la doctora Diana de Paco, no solo como responsable de Cultura (y, por consiguiente, de Logografías Culturales), sino como introductora a la peculiar escritura de Juan Rulfo.

     
    Así, tras su exposición ante los asistentes, en tono dialogal, de las características del programa, ha presentado al profesor en el IES “Vicente Medina”, de Archena, Dr. Gilberto Vásquez, a quien avalan dos tesis doctorales —sobresaliente cum laude en ambas— sobre contenido de Literatura y sobre temática de Filosofía.
    Ha considerado, con acierto, no abrocharse al tono de conferenciante, por lo que ha comenzado con consideraciones de su punto de vista personal en torno a “Pedro Páramo”, obra de particular lirismo y sobre su autor, Juan Rulfo.

    Ha destacado, como polos de gravitación, la orfandad, —Juan Preciado, el protagonista relator, no conoció a su padre, Pedro Páramo—, [Juan Rulfo nació en Sayula, estado de Jalisco, en una zona violenta del noroeste de México. De sus años de niño, en el internado de Guadalajara, que debía de ser bastante siniestro, Rulfo escribe que estuvo obligado “a descontar con trabajo el precio de mi soledad”].
    
     Porta como mediación el recuerdo, ajeno, de lo que le contó su madre, —la mirada a través del relato materno—, de la vida en el territorio yermo, de murmullo silencioso, latifundio que fue propiedad de su padre, el cacique, dueño de vidas y economías: «Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo».
       El orador, con excelente entonación, ha leído fragmentos del libro:
   
“Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver” […]
  
(…) “Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles. Mis pisadas huecas, repitiendo su sonido en el eco de las paredes teñidas por el sol del atardecer.
Fui andando por la calle real en esa hora. Miré las casas vacías; las puertas desportilladas, invadidas de yerba. ¿Cómo me dijo aquel fulano que se llamaba esta yerba?”

             (…) la mujer del rebozo se cruzó frente a mí.
¡Buenas noches! -me dijo.
La seguí con la mirada. Le grité.
¿Dónde vive doña Eduviges?
Y ella señaló con el dedo:
     Allá. La casa que está junto al puente.
Me di cuenta que su voz estaba hecha de hebras humanas, que su boca tenía dientes y una lengua que se trababa y destrababa al hablar, y que sus ojos eran como todos los ojos de la gente que vive sobre la tierra.
                                 Había oscurecido.
                             Volvió a darme las buenas noches. Y aunque no había niños jugando, ni palomas, ni tejados azules, sentí que el pueblo vivía. Y que si yo escuchaba solamente el silencio, era porque aún no estaba acostumbrado al silencio; tal vez porque mi cabeza venía llena de ruidos y de voces”.
       Destaca el encuentro con Eduviges:
  
                    —Soy Eduviges Dyada. Pase usted.
Parecía que me hubiera estado esperando. Tenía todo dispuesto, según me dijo, haciendo que la siguiera por una larga serie de cuartos oscuros, al parecer desolados.
Pero no; porque, en cuanto me acostumbré a la oscuridad y al delgado hilo de luz que nos seguía, vi crecer sombras a ambos lados y sentí que íbamos caminando a través de un angosto pasillo abierto entre bultos.
¿Qué es lo que hay aquí? pregunté.
Tiliches me dijo ella. Tengo la casa toda entilichada. La escogieron para guardar sus muebles los que se fueron, y nadie ha regresado por ellos. Pero el cuarto que le he reservado está al fondo. Lo tengo siempre descombrado por si alguien viene. ¿De modo que usted es hijo de ella?
¿De quién? respondí.
De Doloritas.
Sí, pero ¿cómo lo sabe? 
                   —Ella me avisó que usted vendría. Y hoy precisamente. Que llegaría hoy.
     
¿Quién? ¿Mi madre?
Sí. Ella.
                                     Yo no supe qué pensar. Ni ella me dejó en qué pensar:
   
Éste es su cuarto me dijo.
                                     No tenía puertas, solamente aquella por donde habíamos entrado. Encendió la vela y lo vi vacío”.
  
      Gilberto Vásquez ha resaltado, con su lectura impresionista, el estremecimiento preponderante en la novela de una “gozosa desazón”. Al hablar de Susana, subraya que es el amor que Pedro Páramo no pudo alcanzar ni someter.
   
      Y, para propiciar el diálogo y la participación, el profesor anima a que se expresen otras lecturas y opiniones, pues la lectura de Pedro Páramo es distinta según el tiempo y el punto en que se lee.

    El coloquio ha dado lugar a señalar influencias de los autores de la antigüedad clásica como de los contemporáneos de Juan Rulfo.

     También se señala al sitio geográfico, —el páramo—, como un protagonista en sí, enmarcado en el contexto y momento histórico en el que brota el relato: la figura del cacique, y patriarca, señor de lo Público y lo Privado,  —transculturación de formas de vida llevadas allí desde este lado del Atlántico—, muertos que conviven con los vivos. Los muertos tienen historia y la cuentan.
   
     Hay quien resalta la voz poética de algunas descripciones.
  
    Juan Rulfo, hecho evidente, se formó en años de la revolución, de cambios constantes de poder, de presencia obligada con la violencia y con la muerte.
        Rulfo respondió, con inconfundible acento mexicano, al por qué de lo escaso de su obra, que se reduce de hecho a dos grandes libros, la novela Pedro Páramo y los cuentos de El llano en llamas.

—“Porque el escritor no es una fábrica”. Hay mucha gente que solo ha escrito un libro en su vida y no ha pasado nada y otros muchos que han escrito treinta y no les conoce nadie. Escribir por escribir, ¿para qué?”
  
      La sesión ha concluido con el regalo que el profesor hace a los asistentes, de un relato escrito por él mismo, de clara influencia literaria, que se titula “Mirando al cielo” y que comienza así:
  
“Ha llegado el circo; traerá otra vez los mismos leones hambrientos… y desaparecerán los perros callejeros”, decretó mi madre, recostada junto al portal de la casa, con la mirada fija en el cielo, mientras se encendía el primer cigarrillo del día. “Date prisa, hijo, —añadió sin dejar de contemplar las alturas, como buscando una señal, como leyendo una cifra divina de nuestro destino, con esa voz suya: profunda grave y rota— que llegarás tarde, y los hombres han de ser puntuales hasta en su muerte…”. Y yo repetía en mi interior: el circo, los leones, los perros, los hombres, la muerte… “antes de irte, enciende la radio, no sea que se esté acabando el mundo y no lo sepamos”.

       La sesión ha estado traspasada de interés y amenidad. Ha pasado el tiempo sin sentir, enfrascados en diálogo y textos.
   
   Se concluyó porque era la hora de cerrar las dependencias del campus universitario.