En el jardín
de su casa de la playa, aconteció que una palmera, de la propiedad de una
amiga, Minerva, cayó sobre la valla medianera con los vecinos colindantes. Tuvo
sus consecuencias, las de daños por la caída de la planta, y otras colaterales...
A una malograda palmera inmigrante.
(Soneto
circunstancial)
Cica nombrada, ¡oh,
palmera caída!
No fuiste morisca
ni datilera,
ni de oasis donde
gozar la espera.
Tu especie te hace
frágil y abatida.
Desplomada en
espacio frontera
por el viento
marino, invasora
japonesa, cepa
quebrantadora,
causaste daño en
pared medianera.
Y el estrago,
palmera peregrina,
te alcanza. En
diálogo de lindante
y tercio, pacto a
tu fin dictamina.
Descansa en paz,
perdida palma errante.
Permanece sosiego
tras tu ruina,
en un adiós de
quien no fue tu amante.
- ¿Quién ha escrito eso? –pregunta Mariano.
- No sé. Me lo ha enviado Minerva, que se lo ha encontrado.
- Parece un soneto… Lo dice arriba.
- Para sonetos estamos…
- Pues no está mal lo de jugar a la poesía.
- Sí, eso parece. Pero esto habla de lo que le ha pasado a
Minerva.
- ¿Qué ha sucedido en casa de Minerva? –curiosea Mariano,
amigo de la dueña de casa y palmera, que vehementemente se interesa por la
situación. -Ella ¿está bien?
- Tranquilo, Mariano, serénate, que te puede dar algo.
- Déjate de ‘historias’ y dime ya lo que hay. Minerva, ¿está
bien?
- Que sí, que está bien. Está perfectamente. Con el natural
enojo por los efectos y malentendidos.
- Pues venga, aclara… ¿qué secuelas son esas, fuera de los
daños y perjuicios?
- El suceso es sencillo…
- Sin milongas, ¡dime ya! –urge Mariano.
- Esto pasó en su casa de la playa. Y de lo que ocurrió entre Minerva
y el agente de seguros – comenta Antonio, que conoce el relato al poco de
producirse el hecho-.
- A ver, explícate mejor, que sí, que me estás poniendo
nervioso, -demanda Mariano.
- En primer lugar…
el agente del seguro se confundió de domicilio.
- ¿Y eso?
- Pues que fue a la casa de Minerva, sí… pero la de la ciudad,
a unos 50 kilómetros del lugar de los hechos.
- ¡No me digas más…! ¡Qué espabilado! Sigue, sigue… –pide Mariano
- Aparte de que Minerva le indicó con desmenuzado lujo de
detalle dónde estaba la playa y la casa, el hombre del seguro se perdió por
esas carreteras.
- Esto ¿es verdad, Antonio, o me estás tomando el pelo?
- Te lo aseguro por cualquier dios romano que concretara
Minerva.
- Déjate de extravíos, Antonio, anda. Sigue.
- Créetelo, tal cual. Omito detalles. Por ejemplo: parece ser
que el de la aseguradora, en su frenesí de equivocación, aprovechó para buscar
casa de veraneo para su familia, en las playas cercanas.
- ¡Válgame la virgen del encuentro caminero, ¡esto es
grotesco! -califica
Mariano.
- Yo no sé lo que es. El del seguro, cuando llega, habla de póliza
y cláusulas, ¡por los gnomos del Segura! Total: que no cubre los daños a
Minerva y sí a los de al lado.
- ¿Lo he entendido bien? ¿Y los arreglos en la casa de
Minerva?
- Para las reclamaciones, se acude al maestro armero, Mariano.
- Y ese maestro ¿es del seguro o qué?
- Bueno, vayamos a lo que estábamos.
- Sí, mejor será, que me estoy perdiendo, -dice Mariano.
- Te digo que el del
seguro, sin encomendarse a corte celestial alguna, se puso de acuerdo con la
vecina para las reparaciones.
- - Y con Minerva ¿qué?
- Pues nada: le toca jo…fastidiarse y pagar.
- Y entonces, ¿para qué están los seguros?
- Además de deshacerse de la palmera, tan deteriorada que no
podía sobrevivir ni trasplantarse, ¡a pagar!
- Pero las palmeras son árboles protegidos, ¿no? - alega
Mariano.
- Esta clase de palmera, no. Sólo las del Valle de Ricote y similares.
- ¿Y eso? ¡ya estamos! ¡Racismo de palmeras…!
- ¡No exageres, Mariano, y escucha! Hablo de lo que es una falsa palmera; lo que se llama una cica,
originaria del Japón, - informa Antonio.
- ¡Ah, menos mal! - observa Mariano.
- Pues sí, una planta invasora, al fin y al cabo.
- Entonces, vale. ¡Vivan las palmeras españolas!
- Mariano, no te resbales, que no es eso.
- Entonces ¿qué es? Empezamos con esto, de “palmelas
amalillas”, y acabaremos comiendo ‘alos y shusi”.
Saludaremos a la bandera del Sol Naciente…
- ¡Jo, Mariano, para ya!
- ¿Qué pasa?
- Si sigues por ahí, la catástrofe la vas a tener tú.
- ¿Y lo del problema de Minerva?
- Es sólo económico: Minerva corre con lo que cuestan los
“reparadores” -?-
- ¿De los quién? ¿De qué reparadores hablas?
- Antes se decía albañiles y jardineros. Es que ahora decirlo
así es más ‘modelno’,
oye.
- ¡Lo sabía! Esto es influencia de la “palmela nipona,
¡segulo!” ¡Nos invaden!
- ¿Conseguiré terminar de hablar? –se exaspera
Antonio.
- No entiendo que una pared que es medianera sólo se arregle la
parte de la vecina ¡y con cargo a
Minerva!
- Mariano, vamos ver… Tú ¿es que quieres entender hoy las
leyes de la mecánica celeste?
- ¡Yo de mecánica no sé nada! Cuando se me rompe el coche lo
llevo al taller y allí lo reparan, -informa Mariano.
- Que Apolo me dé paciencia…
- Pues ya puestos, pídele también unos whiskys, Antonio.
- Lo tuyo, Mariano, es de antología del disparate también,
como el del seguro.
- Venga, termina ya.
- Pues que Minerva paga al reparador (antes albañil) que
repare la parte de la vecina.
- ¡Jo, Antonio! Parece lo de Groucho Marx, aquello de “la
parte contratante de la primera parte…”
- Pero aquí se trata de la parte medianera de la vecina que no
esta medianera de acá…
- Pues casi es lo mismo, Antonio.
- Y vino un reparador forestal (antes jardinero) y se llevó la
palmerica. Ya no molesta más.
- ¿Y Minerva?
- Está en su casa. Que no se la ha llevado el reparador, (que quería, oye). Minerva descansa de palmera y de rollos segurales.
- ¿Ves? Minerva sí que es de especie protegida.
- Vale, Mariano, vale.