- ¿Nos podemos quedar a
ver?
–pregunta Martina, una niña de unos nueve años, que quiere ver lo que hacen todas
estas personas, venidas de fuera, en el Centro Cultural.
- ¡Claro! Vosotras ahí, sentaditas. –le responde
Diana, la autora/directora de las historias que se van a contar esta noche en
el escenario.
- Si nosotras no vamos a molestar, -insiste la
niña.
- ¿Cómo te llamas?
- Martina, -responde con decisión.
- Y ella, ¿es tu hermana? –sigue preguntando Diana.
- No. Es mi prima, pero como si fuéramos hermanas. Se llama
Violeta, -resuelve
Martina.
- Hola, Violeta, ¡qué nombre tan bonito!
- Gracias. ¿Nos dejas que estemos
aquí? –pregunta
Violeta.
- ¡Claro que sí! Si os gusta, os quedáis. ¿Vale?
Las dos niñas
se acomodan en las butacas de la primera fila. A Martina se le ilumina la cara
cuando aparecen las Varó, actrices, con el teléfono móvil y la jerga juvenil.
Mira a su prima Violeta, que mueve el dedo índice sobre la boca pidiendo no
hablar; le señala lo que ocurre a dos metros de donde ellas se mantienen interesadamente
atentas.
…Y
dimos con Ojós, lugar fértil en el
río Segura, en el valle entrañable que ha heredado rasgos de tantas culturas.
Una joya viva y un espacio para el agua y la historia.
(Para
quienes esto lean y no son de por aquí, o no conocen este lugar murciano, dos
notas previas: una, que se pronuncia y se escribe en aguda: “Ojós”, -no es ‘ojos’-. La otra es que
viene del árabe "Oxoxe", que significa "ambrosía
de los huertos").
El
huerto del teatro va consiguiendo frutos.
Diana no puede reprimir una amplia
sonrisa de satisfacción por la presencia y actitud de las niñas. “Así se empieza en la historia de los gustos de cada quien, - medita
Diana-, en un momento en el que se descubre la
magia de la interpretación: ser una y hablar por otra”.
El
ensayo camina imparable. Quienes se habían quedado de mirones, menos Violeta y
Martina, han abandonado la sala. Las niñas, con ojos desmesuradamente abiertos,
en silencio, como esponjas que se empapan del aire mágico de los contadores de
historias, parecen atrapadas por el trance escénico.
A
Ojós llegó el grupo de teatro “Canna
brevis-APROMUBAM”, en ruta cultural. Los componentes del grupo han alcanzado el
pueblo como cuentas de rosario, por las serpenteantes carreteras del itinerario,
a través de los pueblos al paso. Así es el valle de Ricote.
Arribaron
al Centro Cultural, situado muy cerca del río. Allí, primero, acomodar el
mobiliario y atrezo, prueba de luz; después, ensayo. Luego función nocturna.
Obtener
cosecha no es tarea fácil. Primero sembrar. Y, en la espera, el cuidado de cada
momento.
La
mañana había resultado inquieta: “Piano
insuficiente”.
- Sólo tiene cinco octavas, y un piano que se llame tal
ha de tener ocho octavas y algo más, - asegura Mónica.
(¡Lo que aprende uno en esto del artisteo!).
Intranquilidad
por si no se puede solventar esta inconveniencia. Se forma parte del mismo
juego. Y si una pieza falta, el engranaje se resiente. Afanes y, también,
deseos en sortilegio que no se quiebre la magia del teatro. ¡Y que no aparezca
un nuevo traspié!
Gestiones,
llamadas, y ¡por fin!, Mónica, la pianista del grupo, pasa a recogerlo, lo
carga en su coche y, hale, para Ojós,
con la copiloto Diana de Paco, autora/directora de lo que va a pasar aquí.
Acaba
el ensayo. Un paréntesis, descanso para tomar algo y, enseguida, vestir los
ropajes definitivos.
Martina
y Violeta también se ausentan.
- “Señoras, señores, la función comenzará en tres minutos” –avisa la voz
de Diana, a través del micrófono.
Violeta
y Martina… ¡han vuelto! Vienen acompañadas por quienes, presumiblemente, son
las abuelas. Pero ellas se sitúan en la primera fila, dejando atrás a las abuelas:
evidente condición para no perderse nada.
Diana
no puede reprimir la alegría complacida de que las niñas estén presentes.
- “Señoras, señores, la función comenzará en dos minutos” –insiste la
voz de Diana, quebrada por la emoción de tan singulares espectadoras.
- …Habéis vuelto. ¡Qué bien! Gracias. -les acentúa Diana.
- Es que está bonico esto, -señala Martina.
Comienza
la función. Con todo.
Y
desde el romance inicial hasta la apoteosis final, todo ha transcurrido con la
esperada normalidad.
Martina
y Violeta se van. Se despiden de Diana y de las actrices mientras saludan con
un movimiento de sus manos en significado de adiós.
- ¿Volveréis por aquí otro día?
Respuesta
enunciada desde el corazón pero callada en los labios.
Mientras
los cómicos recogen enseres, en la soledad tras el espectáculo concluso, Diana
se arranca a cantar; le secunda Leticia. Dúo en diálogo de trovadoras. Alguien
balbucea la posibilidad y conveniencia de que diversas canciones tengan cabida en
los próximos espectáculos. ¡Quién sabe…! Lo mismo se ensambla un Music Hall.
(De
ello, si hay lugar, mejor hablaremos otro día).
Recogido
todo, apagadas las luces, ya en la calle, envueltos en la fresca brisa del
Valle, dispuestos a la despedida, se escuchan las palabras de Santiago:
“Ha sido un buen momento de encuentro, de creación y de regreso
al origen. Renovación y esperanza. Actuar nos cohesiona cordialmente y es muy
grato. Alegría de todos, entrelazados de afectividad por las cosas bien hechas”.
Eso es afición al teatro, sí señor. García Lorca, desde donde quiera que esté, no habrá podido evitar un aguijonazo de nostalgia al recordar sus tiempos de "La Barraca", suponiendo que desde allí se siga sintiendo y, qué, caramba, también una chispica de envidia. Porque mira que tenéis que pasároslo bien llevando el teatro a cualquier sitio donde haya un espectador interesado. Enhorabuena, y adelante
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