Perturbaciones desde el
principio del Universo.
Está fría la mañana. O quizá es que no
he dormido bien y ando destemplado. Entro en este edificio oficial. Se avisa en
un cartelito que la temperatura está entre 23ºC y 18ºC, porque se es más
eficiente, sin incomodidad ni despilfarro.
— Vaya allí y pulse el botón de lo que quiere, —me indica el controlador de accesos, eso es lo que pone en el
cartelito delante del hombre que viste de uniforme.
— ¿En dónde aprieto? —pregunto, por resolver mi ignorancia.
— ¿En dónde aprieto? —pregunto, por resolver mi ignorancia.
— En esa máquina. Sí, esa. En la pantalla hay cuatro opciones. Pulse la que
quiera, de lo que venga a resolver, —me
informa con la determinación de quien se sabe el procedimiento.
No noto frío,
tampoco calor. Será eso lo de la eficiencia energética. Me acerco a la máquina,
la miro, el aparato creo que me mira con cuatro ojos, leo lo que dice la pantalla:
“¡Y yo qué
sé…!”
—pienso. Ganas me dan de “pinto, pinto, gorgorito…”—. Lo hago. Pulso, uno tras otro, los
cuatro círculos. ¡Y me salen cuatro papelitos!, con lo mismo que pone en los
rectángulos de la puerta y, además, un código. Lo que me temía, que esto es el inicio de un jeroglífico. Porque un mensaje... no es.
No me aclaro:
no sé que tengo que hacer ni a dónde ir.
Al entrar, los rótulos
de la puerta me ha parecido contraseñas más que información; nombres que suenan
a mitos, a los que resulta difícil encontrarles significado, porque no sé a qué se
refieren.
Evidentemente, tengo un problema de conocimiento que me lleva a la ambigüedad, no sé si por ignorancia sobre los nombres de lugares oficiales. No me lo enseñaron y esto debe de pertenecer a una galaxia desconocida. No me evocan imágenes. Será escasez de sensibilidad en la visión, por lo que no acierto ni encuentro la palabra justa.
Evidentemente, tengo un problema de conocimiento que me lleva a la ambigüedad, no sé si por ignorancia sobre los nombres de lugares oficiales. No me lo enseñaron y esto debe de pertenecer a una galaxia desconocida. No me evocan imágenes. Será escasez de sensibilidad en la visión, por lo que no acierto ni encuentro la palabra justa.
“Consejería de
Desarrollo Económico, Turismo y Empleo”,
¿aquí darán consejos sobre
eso que dice?
Pero aún me despisto más, porque opino —pura creencia— que no se corresponde lo primero con esto que hay a continuación:
“Dirección General de Actividad Industrial, Energía y Minas”.
Pienso que la industria en relación con
lo económico, vale, sí.
Pero el turismo con la energía y el empleo con las
minas, me pierdo, no sé...
Bueno, también puede ser que, ahora, las minas son lugares
de incursión turística. Se ha perdido la actividad industrial y el empleo de
los mineros, pero, a lo que parece, se gana el de los guías para visitas.
No me
atrevo a comentarlo ni a preguntar.
Hay bastantes personas que esperan en la
sala, sentadas en unos amplios bancos dispuestos en tres filas, de cara a un
panel electrónico que muestra, en cada línea horizontal, —¿por qué me lleva esto a recordar la caverna, de Platón?— tres conjuntos de
cuatro caracteres, combinación de letras y números, que asignan orden y lugar
para ser recibido por un funcionario, o funcionaria, que atienda y resuelva. Indudablemente,
aquí se hacen gestiones que me resultan complicadas, oscuras.
Tras un breve señal acústica de timbre, dejan de mirar a la pantalla del móvil, ("guaseando", supongo), y en el estímulo sonoro, orientan su mirada vacía hacia el panel, donde se indica que una nueva persona puede acceder a la cabina para que se le atienda su demanda.
Y ¿qué solicitudes son esas?
El panel
colgado del techo sigue imparable, y cambia la información por medio de luces,
el último turno, el de más arriba, está en rojo parpadeante.
“¿Qué mesa
me tocará? Porque tengo cuatro papeles. ¡Cómo me salgan los cuatro a la vez!”, —medito,
ya que se me han imprimido cuatro papeles distintos, mientras examino y compruebo
qué letra es la de cada uno de los míos y por qué número va.
El primero que sale es el de información
general “A021”, pero en la mesa 02.
— ¡Buenos días! —saludo al funcionario.
— ¡Buenos días!, —me responde y
pregunta—, ¿qué desea?
— Pues verá, yo venía a informarme generalmente.
— ¿Sobre qué? Usted me dirá.
— Pues según de lo que informen aquí.
— Oiga, señor, no entiendo el motivo de lo que viene a
preguntar, —me dice con cierta sequedad expresiva.
— Pues, por ejemplo: ¿por qué dice ahí que esto es la Consejería
de Turismo y Empleo y a mí me sale lo de Energía y Minas? —le enseño el papel.
— Aquí sólo tratamos de
Industria, Energía y Minas.
— Ya me parecía a mí que
no tienen que ver con ‘Turismo’, pues no he visto folletos de viajes y cosas
así, —le digo.
— Perdone, pero no sé por
dónde va y qué es lo que quiere, —noto su tono
molesto.
— Es que como dice aquí que ustedes informan generalmente…
— Pues mire usted, yo de industria no quiero hablar, pero sí que
ya me falta energía.
— ¿Tiene usted problemas con el suministro eléctrico en su casa?
¿O con la instalación del gas?
— No, no: yo soy el que tengo cada vez menos energía.
El empleado se remueve inquieto en
su silla, se agarra a la mesa, observa el ordenador. Nervioso, toca una tecla,
luego pulsa otra…, mira a un lado y a otro, buscando la mirada salvadora y
cómplice de algún compañero o compañera.
Se ve que la temperatura ambiente es
demasiado alta, porque se afloja el cuello y resopla. Habrá que revisar lo de
la eficiencia energética. Finalmente me dice:
— Oiga, por favor, ¿qué busca usted aquí? Porque creo que anda
usted algo extraviado.
— No, no: le he dicho que me faltan ya las fuerzas. Quiero ser
una persona con energía, tener energía.
Respiro esto como que es mi caso, mi testimonio, soy protagonista. También las personas que
me hablan son protagonistas.
Prefiero el diálogo, fuente viva, a los
documentos.
— Eso, perdone que le diga, no se trata aquí. Vaya usted a su
médico, al centro de salud, y se lo comenta, ¿vale? —me responde alzando la voz, un tanto nervioso.
— ¿Y si el médico no tiene de eso?
— Pues vaya usted a la farmacia, que seguro que tienen algo que
ofrecerle.
— ¿Ve? Ya me está dando usted información. Como dice aquí
“información general”, lo mismo me puede decir algo de estudios de Formación
Profesional, lo he pensado por eso de que ahí arriba está la palabra “Empleo”, y mi nieto ya va necesitando uno.
— Mire, señor, no le entiendo, —se remueve en su asiento, y mira al guardia de seguridad—. Lo que quiere saber de estudios, eso tiene que ir a
Educación. Aquí nos dedicamos a otras cosas, y está entorpeciendo el trabajo,
hay gente esperando…
— ¡Oiga! ¡que educación, tengo! No le estoy faltando al respeto.
— Por favor, por favor… —dice con las
palmas de la mano como pidiendo tranquilidad—. Escúcheme y
terminamos.
— Creo que usted se ha equivocado de sitio donde preguntar. Vaya
a su médico, o la farmacia, por lo de la energía. O, si es por estudios, a la
Consejería de Educación, o a un Instituto… Aquí solo podemos informar de los
asuntos de este departamento, ya se lo he dicho: Industria, Energía y Minas.
— ¿Hay minas disponibles? Lo digo porque si yo quiero comprar
una mina, o abrir una nueva…
— Tiene que traer la escritura de propiedad de los terrenos, —resopla el funcionario-, donde está, o estará, la
mina. Y cumplimentar la documentación de solicitud, junto con el proyecto de
explotación.
— ¿Explotación? Yo no quiero que explote. Una mina para
explosiones… ¡Vaya cosas…! Yo creía que esto era un servicio público, no una
fábrica de fuegos artificiales.
— Me va usted a disculpar, pero voy a tener que llamar a
seguridad…
— ¡Eso, eso es lo que quiero! Estar seguro.
— ¿Algún problema? —dice la recién
llegada, funcionaria también, supongo.
— No, nada; Ya me he informado. Pero no sé si tengo que pagar
alguna tasa por ello.
El funcionario que me atendía se levanta y va
hacia el mostrador del controlador de accesos. Aquí se
queda esta mujer, que me dice:
— No hay nada que pagar.
¿Quiere algo más?
— Pues ¿qué hago con estos papelitos de ‘Registro’ y de los
‘Boletines B T’?
— No se preocupe. Como no tiene nada que registrar…
— Eso, eso es, que no me registren, ¡que no soy ningún delincuente!
— Vale, señor, no se preocupe. Ya se puede usted marchar.
Algo me pasa. Porque alguien me zarandea con golpecitos, me llama:
— Señor, oiga, señor…
— ¿Sí…? ¿Qué pasa?
El guardia de seguridad está enfrente de
mí, con su mano en mi hombro.
— Es que es hora de cerrar. ¿Quería usted algo?
— Me he dormido, ¿verdad?
— Pues sí, lleva usted dormido un buen rato ya.
— Más de dos horas, —consulto el
reloj—. Se está calentito aquí.
— ¿Qué venía usted a hacer?
— Sólo venía a presentar unos papeles que me ha pedido el favor
mi vecino…, pero creo que me los he dejado en casa. Papeles que desconozco lo que quieren. Usted perdone.
¿Es un filtro o realmente ocurrió?
— No se preocupe. Espero que usted esté bien.
— Sí. Ya me voy.
¡Qué bueno, Juan! Los juegos de palabras con el desesperado funcionario son buenísimos, y el final... ¡de película!!!
ResponderEliminar¡Y qué cierto! Cualquier persona que haya dedicado —y a veces, ay, también perdido— una mañana a gestiones oficiales se sentirá reconocida. Al menos, ante ese vértigo que nos asalta cuando tenemos que seleccionar, a ciegas, una de las distintas alternativas que nos ofrece esa siniestra pantalla. Sabia la decisión del protagonista, al escogerlas todas. ¡Se la copio para la próxima!
ResponderEliminarPd.- Hay que ver Fran Colomer el comentario tan... entusiasta que te dedica. ¡Tienes en ella una fan de tu estilo literario! Pues otro motivo más para que te sientas orgulloso de ese texto, ale.