El experimentado saber popular señala que
las fiestas y acontecimientos en los que no se come ni bebe están destinados a
desaparecer. Es obvio.
Por intuirlo con fuerza, a la vez que por
saber que esto mueve economía, se ha extendido lo de acudir a bares y
restaurantes, de “ruta de tapas”, es ya práctica
extendida en la geografía extensa.
Podría nombrar muchos lugares donde se
oferta, –sería un total exceso; o lo que es peor: parecería que estoy en ello y
hago publicidad gratuita e interesada-.
Porque se ha puesto tan de moda que no sólo
los ayuntamientos sino otras instituciones ofrecen “rutas
de tapas”, ¡hasta en barco! con paradas en bares a pie de agua litoral
de Murcia.
Aunque los precios (2,5€, tapa y bebida) sean inferiores
a lo que es la regularidad cotidiana, no todos pueden hacer el camino: es el
lado sombrío de la realidad.
Señalaré un ejemplo extrapolable.
He elegido a Orihuela.
Me he acercado en tren, desde Murcia. Un
breve viaje, para optar a restaurantes y bares en un entorno de calles
monumentales. Caminar por la historia mientras
se va de un sitio para otro.
Oriola, momento de impulso y sosiego.
El orden para componer las piezas es complejo.
La ciudad se ofrece –como tantas
otras ciudades y pueblos- en un periplo por el territorio de las tapas, que alterna
con los vestigios y memoria de la historia.
Prefiero que esta ciudad se llame Oriola, tanto en valenciano como en
castellano. La denominación “Orihuela”
tiene una inclinación sonora resignada a lo fácil, y convertirse en “origüela”.
De
los romanos tomó el nombre de Orcelis, a los habitantes se les
llama orcelitanos. Literariamente, Orihuela es Oleza;
(del escritor Gabriel Miró).
En el castellano seseante de la Vega Baja,
la histórica sería “Orselis”
y la literaria “Olesa”.
Oriola, sin problemas.

Degustando cerveza, vino y bocado, cada
quien compone su propio puzzle, el visitante no puede sustraerse a la explosión
arquitectónica de imponentes torres y fachadas, que se anotan en centenas de
años. Oriola
ofrece al visitante una ruta insospechada que vive en los sentidos.
Los caminantes van configurando el acontecimiento
de la tapa. Y sin necesidad de ser conscientes de ello, se reconoce en una
recuperación de la memoria frente al olvido. Es otro camino, lleno de impresiones:
fusión de monumentalidad ambiental y bocado sabroso, entre vestigios que son reclamo
turístico recomendable, conviven cultura y economía local. El viento histórico debe
ser enlazado con el progreso tecnológico, sin melancolía ni desorientación.
Oriola abre su despensa en el casco histórico, a
una mirada de la catedral, poblada de aromas, colores y texturas recién hechas,
lugar de tapas de aplauso. En el recorrido por el territorio oriolano terrazas
de bares y restaurantes salen al encuentro del caminante en una placentera
alternativa de salón comedor a la tradicional ruta de la monumentalidad de la
piedra (iglesias, conventos, signos templarios, fuentes y caminos
tradicionales).
La
incidencia del pasado.
El recorrido que tutela el cauce casi seco
del río Segura, permite visitar lugares como el Casino
o el hotel-palacio de Tudemir,
o el entorno del poeta Miguel Hernández, poemas en la tarde, huellas en la
historia que, desde luego, impactan al visitante.
Las empedradas calles adyacentes, en
restaurantes, bares y tascas son una exposición inacabable de tapas de buena
gastronomía. Se puede rehacer la historia. Los lugares y sus adoquines nos recuerdan lo que fue. Los relatos ante los
espacios históricos aparecen como posibilidad de reconocimiento, como una
narración que sólo una vez pronunciada adquiere todo su significado en el paso
de lo individual la historia.
Nos damos cuenta de lo que sucede. Y si queremos
verlo realmente, en clave de presente. Reunir los fragmentos de historia dispersos
es la dificultad e importancia de lo callado, que nos habla. La incidencia del
pasado en la construcción necesaria del presente nos reúne alrededor de la comida
lúdica. (No hablemos de ‘razón’, tampoco de sinsentido o frivolidad en lo de
las ‘Rutas de la Tapa’). Recovecos profundos de la
existencia humana.
Una visita que duró menos de tres horas, y
que apresó el momento del calor inaugural y continuado. Todo para una lectura
distinta de la ciudad de Oriola, en un compatible y triple despliegue:
personas en leal confianza, compartiendo tiempo y apetitosas delicias; tomar
vinos con amigos en la compañía de las piedras históricas.
Una órbita en la que se evita la agitación,
sobre todo cuando a la fatiga se le añade la saciedad. La cultura también
habita las calles, con las tapas, con la memoria y la música de la amistad.
Pero, ¿por qué la memoria? El acontecimiento
no es lo que ocurre; es una búsqueda de comunicar el pasado con lo de hoy, y vital
para el futuro: las calles y el poeta oriolano aseguran la tradición en la continuidad y se
abren perspectivas.
Regreso en el tren de las cuatro.
Una intensa experiencia breve y agradable.
Me ha encantado, muchas gracias por hablar de nuestra tierra. Un abrazo, Leticia
ResponderEliminarEl artículo está impecable, gráfico y colorista, pero quitando un par de fotografías, y habida cuenta la hora en la que acabo de leerlo: 14´16h., casi que había empezado a hacérseme la boca agua esperando una descripción, eso sí, literaria, como todas las tuyas, de esas tapas a las que seguro hiciste todos los honores... ¡ pero cuyo nombre, aspecto, sabor y olor te guardas para ti solo, egoísta! ¡ Eso no se hace, y menos a estas horas...!
ResponderEliminarEl artículo está impecable, gráfico y colorista, pero quitando un par de fotografías, y habida cuenta la hora en la que acabo de leerlo: 14´16h., casi que había empezado a hacérseme la boca agua esperando una descripción, eso sí, literaria, como todas las tuyas, de esas tapas a las que seguro hiciste todos los honores... ¡ pero cuyo nombre, aspecto, sabor y olor te guardas para ti solo, egoísta! ¡ Eso no se hace, y menos a estas horas...!
ResponderEliminarBuenas tardes, Juan. Tu visión de Oriola me ha gustado mucho. Es una ciudad que conozco bien: mucha historia y solera, de grandes monumentos, rancia y alegre, como toda ciudad mediterránea. Y ese "En Orihuela, tu pueblo y el mío..." de Miguel Hernández, a la muerte de Ramón Sijé, que como sabes, no se llamaba así, lo llevamos todos dentro desde que conocimos a este gran poeta.
ResponderEliminarY tú, Juan, como alma sensible que eres y errante pensador y gustador de nuevas sensaciones, te pusiste en camino.
El tren siempre tiene algo de enigmático y de misterioso y, creo, es la mejor forma de viajar, contemplando el paisaje.
Seguro que te fuiste empapando de todo lo que ofrece el paisaje. Y como excusa estupenda esa "Ruta de las tapas", colores y sabores en una bien amalgamada sinestesia. Y en buena compañía.
Esa ruta no la he hecho todavía pero sí la de Murcia, y no descarto el hacerla: tus escritos siempre invitan a plasmarlos en la realidad.
Un abrazo.