jueves, 30 de julio de 2015

París, mirada y andanza, IV. penúltima pieza.

Sacré Coeur y Montmartre:


     
       Un importante templo religioso de París, “Sagrado Corazón”, se ubica en lo alto de la colina de Montmartre. La presencia y visión del edificio se hace absoluta.


     Acude mucha gente a este lugar. Quién sabe si por la más amable temperatura, por lo espectacular de la basílica o por otras razones igual o más válidas.



    Tal vez por ver París desde este balcón. 


     En el interior del monumental edificio se está celebrando el ritual de la misa. En francés, por supuesto. Motivo de respeto por lo que hago breve la visita. La limito a una exploración rodeando el espacio de la celebración litúrgica, en un paseo sin detenimiento por las naves. 
      Me estimula y atrae mucho más pasear, mirar por donde los artistas aún pueblan el mítico barrio de la bohemia.

      Pero en vez de buscar Montmartre, -la brújula, con el calor, anda averiada-, he ido descendiendo los innumerables escalones. Y, ¡ay!, eso supone tener que regresar cuesta arriba.
   

    Desde donde me veo llevado por mi despiste, se accede subiendo una encumbrada escalera llamada ‘calle del Calvario’, que desemboca, a su vez, en la plaza del ‘Calvario’. Repetido con toda propiedad: ¡subir por un camino riguroso hasta aquí lo es! El significativo nombre redoblado de plaza y calle es apropiadamente objetivo.

     La plaza del Cerro o del montículo.

   La luz de la tarde en Montmartre recibe y acoge cálida y serena. Me agrada. La iluminación es permanente. De la luz se deriva todo. La plaza de los artistas sigue defendiendo la vida del arte. El lugar es activo en la característica convulsión del claroscuro.
   
     Fue este barrio territorio del arte y de la cultura, del fenómeno de la bohemia. La inspiración artística idealizada en el hambre y la escasez, en la privación, que se vivían como elementos de vocación artística, como itinerario iniciático para alcanzar la gloria, en la esperanza de que los compradores de arte fueran generosos y, también, propagandistas.

La bohème”, esencia del recuerdo.


      En este lugar de París, unos arriesgados y enérgicos personajes venidos desde diversos lugares del mundo, acamparon en la historia e innovaron en el arte con nuevos conceptos y formas. Pintaban, bebían absenta, participaban en tertulias, pasaban frío, se admiraban, se envidiaban, se enamoraban. Los artistas bohemios de París, aquellos de apariencia desordenada, libres y románticos, entregados a la creación artística, se acabaron hace muchos años, ya no están aquí y sus huellas empalidecen.
   
  El paseo por la plaza del arte y los espacios expositivos cercanos, parece haber disuelto su rumbo. No sé cómo decirlo. Sólo es ya una identidad difuminada. La ausencia de aquel modo de vida muestra el vacío como una metáfora del espíritu. Sigue habiendo artistas en Montmartre, y tienen calidad. Exponen su obra. Pero el momento es muy otro ya.

     La plaza no se corresponde con la sugestión mental, la que imagina a aquellos artistas de los siglos XIX y XX, a los que la sociedad francesa adoptó y, culturalmente, agrandó con obras literarias, teatrales y con el cine.

       El arte y el pensamiento se difundieron desde la luz de París por todo el mundo. El consumo, la evolución del arte, sus canales de difusión y venta causaron una bajada en el tono. Sólo queda el recuerdo en la música y en algunas imágenes. El sueño bohemio vive en la memoria de una sombra. 

  La contemplación de Montmartre transmite cosquilleo en la mente y escalofrío en la espalda. La memoria de la Bohemia o la contemplación de alguna pintura proporciona diferentes resultados.
      Aún así, había que venir y ver.
     Y observar el arte en la calle, en galerías cercanas y en locales que quieren conservar el pasado. Se mantiene el interés. Y comprobar que vivimos sumergidos en un flujo incontenible de imágenes: tanto las de ahí afuera, como las del interior que la fantasía mantiene como símbolo y sueño.

   Me gustan los relieves, estas pinturas de mendigos iluminados bajo las farolas. Mueven a convertirlo en relato.


   Vuelvo a considerar que alguien, con talento narrativo o musical, podría situar aquí una trama sólida y abierta a la acogida de lo inesperado. Porque lo que es previsible acaba en indiferencia y bostezo. Arriesgarse y sorprender al lector, darle lo que no espera. 



Con pasión en la experiencia, se mira al presente y el pasado brota, refleja la memoria llena de exaltación. También irrumpe la pregunta por la responsabilidad del futuro, en momentos de cambio. La crisis de la concepción romántica del genio, el único poder que tiene el autor -o creador- es el de mezclar la escritura, llevar la contraria una a otra.
   


     Y escribir relatos plurales que estimulen el diálogo, sin ocultar la emoción de que en la historia, en la mirada hacia atrás, nos reconocemos entre las ruinas en las que se aprecia la evolución hasta aquí. Hasta el paisaje resulta abstracto en los contornos suaves y redondeados de los árboles.


      Hace muchísimos años, el arte trabajaba en la Historia,  confiaba en la utopía. Y empezó a mostrar la línea de sombra, en el esfuerzo para buscar y elegir imágenes que ofrezcan señales. Pero eso pertenece al Ayer, la Historia. Hoy hablamos de Mercado. Diálogo difícil.


El arte es cosa del pasado. (Hegel)

-         Alguien preguntó, ante las obras y objetos de los artistas: “Pero ¿esto es arte?

-         Un norteamericano muy influyente en arte, Arthur Danto, manifestó una rotunda respuesta: “El arte ha muerto”.

-         Dicho así, esto… Parece cosa reservada a expertos, para gente instruida. Es decir: para poca gente.

-         Las preguntas y las respuestas avanzan desde hace ya bastante tiempo, por allá en el siglo XIX.

-         Queda un poco lejos.

-         El arte que se llamó “moderno” perdió la naturalidad y fuerza de épocas anteriores. Pasó a ser arte para sí mismo, se encerró.

-         Como siempre, cosas de especialistas. ¿Cómo hacerlo entender, expresarlo sencillo?

-         El arte cambió y, por tanto, también las ideas sobre él. A mitad del siglo XX se pensó que la Modernidad había terminado.

-         Dime algo, que sirva como ejemplo.

-         La originalidad, el carácter irrepetible de los cuadros llamados abstractos dejó de ser fundamental. Y las formas que aparecen en los cuadros se parecen a los objetos que vemos en los comercios.

-         Si las obras dan la impresión de que las hace cualquiera, es lógico dudar de si estamos ante una obra de arte.

-         Ya no importa la originalidad, lo nuevo. Aparece la imitación artística y se llega a dudar de los originales y las copias.

-         Y, supongo, aparece una nueva teoría del arte.

-         Pues no. Ninguna “teoría postmoderna” ha sustituido a la moderna.

-         ¿Y eso?

-         Se duda de que exista una teoría que establezca lo que es arte y lo que no.

-         Y con esa duda… ¿quién compra arte?

-         Es curioso el fenómeno: el arte se encarece y sólo lo compran los que tienen mucho dinero.

-         Entonces, ¿dónde las diferencias entre arte y publicidad?

-         El arte se refugia en el significado de la realidad, no en la apariencia estética.

-         A ver: la forma no es lo principal del arte, sino el sentido.

-         Eso es. Pero al espectador no le está confiado descifrar un sentido oculto en las obras.

-         El artista se libera, ya que no está obligado a producir sus objetos según teorías.

-         Liberado de la teoría, el artista contemporáneo es libre de hacer lo que le plazca. El hombre moderno pierde toda certeza de sí mismo y nota la pérdida del artista creador.

-         Resulta difícil decidir lo que es o no es arte. Y más aún en el espacio donde habita lo efímero, lo fragmentario. Múltiples interpretaciones para encontrar en las obras alguna huella de posible sentido.

-         Por tanto, el arte puede parecerse a objetos normales y corrientes de la publicidad, de lo feo, lo vulgar y lo obsceno. Ya te he dicho: hoy no hay ninguna teoría artística que decida qué aspecto deba tener.

-         Pero esto significa la imposibilidad de la crítica.

-         La tarea está en ponerle palabras al contenido de las obras, hablar de lo que representan.

-         Las obras de arte son símbolos, maneras de expresar ideas, deseos, temores o críticas.

-         El resultado es la disolución del arte en la vida. Y, por tanto, en el frenesí del espectáculo y el mercado. “Lo quieres. Lo compras. Lo olvidas de la campaña publicitaria funcionan.

-         El arte se vuelve mercancía de alto valor. Hasta tanto que sólo la compran los bancos y los inversores. La capacidad engullidora del mercado a quien no le importa el creador, sino el mero gesto de la inscripción o la firma.

       Si el mundo no fuera absurdo, y todo tuviera un significado como hace un siglo…
        Si hubiera una forma por la que se enseñara a un niño en cinco minutos y convenciera de que su vida tiene un sentido, una geometría, un carácter…
        Las artes y las ciencias se han ocupado de otras grietas.

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·       En el café Le Ronsard¸ antes de iniciar la subida al Sagrado Corazón, una situación incómoda, desapacible.

          Las seis de la tarde, persiste el calor que ha invadido París. Antes de iniciar la subida al Sacré Coeur y luego a Montmartre, conviene tomar algo para contradecir a la modorra. Y será un café “Le Ronsard”.
          Dos camareros al otro lado de la barra. Uno de ellos, de tez oscura, se nos acerca y nos saluda con un “¡bon jour!” supuestamente amable.

-     ¿Por qué dices lo de ‘supuestamente’?

-     Porque era por la tarde y el saludo se dice de otra manera. Esto me suena a adiestrada costumbre mecánica.

-     Por nuestra cara inconfundible de turistas extranjeros: ofreció amabilidad prefabricada.

-     Se empeñaba en que nos sentáramos en una mesa, ¿recuerdas? ¡Si nosotros queríamos algo rápido! Y, además, nos gusta el café de pie. Se lo dije bien claro.

-     Sí, ya sé. No tiene por qué conocer nuestras costumbres. Y, menos aún, cuando imponen las suyas. La contradicción es la de que la amabilidad empalagosa al entrar chirría cuando aparece el desaire en el trato, con tinte de chauvinismo.

-     Volvió a preguntar, esta vez con cara inexpresiva, si el café era exprés. Le dije ‘oui’. Y me insistió en que nos sentáramos.

-     Y tú seguiste hablándole, ¿de qué?

-     Que pusiera sacarina. Me miró con ceño fruncido. Y empezó a hablar con bastante velocidad, por lo que algunas expresiones no las entendí…, aunque me las imaginaba.

-     Sí, la verdad es que hablaba irritado.

-     La explosión vino cuando le pedí un cubito de hielo (glace)…

-     Sí, ahora me acuerdo,… nos miraba toda la gente del bar por la voz elevada que empleaba con nosotros.

-     Nos dijo que es que queríamos gastar poco. Y eso no estaba bien. Que sentarse a la mesa costaba 20 céntimos más por persona; y que, para ahorrar y no comprar agua, habíamos pedido hielo.

-     ¡Menos mal que no le pediste lo de “pierres de refroidissement», (‘piedras de enfriar’),  con lo susceptible que estaba el camarero ¡la habríamos liado!

-     No pude resistir más: me tomé el café de golpe, le pedí la cuenta de los dos (¡4,40 euros!), pagué y nos fuimos.

-     No quise escuchar lo que siguió diciendo a nuestras espaldas.

-     Deja el episodio atrás, en el saco de las cosas caras e incómodas de París.

-     Anótalo, sólo como señal de la brecha entre la realidad y la pretendida politesse (cortesía) francesa.

-     Olvidado queda. Desde allí, al barrio de los Artistas: esperaba ¡Montmartre!

1 comentario:

  1. En general, los mismos franceses tienen mala opinión de la educación de los irritables parisinos... Se ve que se pega a quienes viven y trabajan allí.

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