domingo, 19 de julio de 2015

PARÍS, Mirada y andanza. (parte I)

 "Las luces de París"  poema de Luis Aragón, de difícil traducción.
 [En la pared cabecera de la habitación del hotel en París].

      París es una ciudad compleja, con una larga y densa historia de la que quedan huellas muy cuidadas. París, no obstante, se vive de modo simple e inocente para el viajero que llega por primera vez o para quienes repiten. A la vez que mágica, donde las sorpresas son sencillas, París debe ser vista a través de los ojos de niño, donde todo impresiona y de todo se guarda memoria emotiva; es lugar y espacio siempre por descubrir en sus detalles y en su conjunto, cada vez. Ya sea en la inquietud de sus calles o en los colores de los bulevares, las pequeñas cosas nos llevan a preguntarnos si tenemos la mirada dispuesta para maravillarnos.  No sólo es el momento: París es su historia, acumulada y contradictoria, que los franceses mantienen viva en sus perfiles y señales.

     En la observación de cada momento, el viajero aprecia a los distintos personajes, cambia de mirada, empieza a moverse mejor y se abre a la oportunidad de una nueva admiración.

       Lo que comienza como un acercamiento a la ciudad, deriva en un canto a lo cotidiano, a lo que ahí está: la pretensión y voluntad de expresar de forma muy simple cosas muy importantes. Narrar poniendo cada historia a la altura de los ojos, procurando la sencillez del lenguaje y, si fuera posible, la curiosidad propia de la infancia ante las cosas.

      En el relato se muestran, a la vez que se esconden, múltiples capas de realidad. Es el valor e interés que pueda tener porque, detrás de cada historia, se dibuja el simbolismo y las reflexiones que el paisaje urbano de París, se aporta un elemento clave incrustado en el tiempo, en el que parece transcurrir lento, más tranquilo, más agradable y fácil de digerir. Lo que realmente importa es el presente, con las ilusiones y los sueños que contiene.

El relato de los viajes debiera ser tan sugestivo como el viaje en sí mismo, un incentivo permanente en el que se despierte el interés: “¡…cuenta, cuenta…!”, nos solicitan. Es la inquietud por contar algo original, y no caer en lo bien que está el Louvre, o la torre Eiffel, el Sena y otros singulares distintivos... que todo el mundo conoce, aunque no haya estado en París.


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      Lo sugerente se transfigura en extraordinario
     
     Escritos después de vividos, aquí traigo retazos del trayecto, fiados a la memoria. Sí, a la memoria impresionada, la que mezcla, funde, modifica, elimina. Podría afirmarse que la mayoría de los recuerdos son encontrados. Quedamos prevenidos: la memoria no siempre es de fiar. No obstante, está la sinceridad de lo que voy a decir y aseguro que así ha pasado.     
   


     Quizá la mejor táctica para invitar al relato sea la amistad. Es la única actitud que da buenos resultados en el noventa y cinco por ciento de las veces. No se le puede relatar el viaje a alguien si no le va a importar o no existe predisposición a la escucha, a la lectura. Pero yo sé a quiénes me dirijo.


LA BRÚJULA SE ABRE  A UN NUEVO RUMBO.

     Se había previsto de un destino viajero concreto, de un sitio tranquilo para que, en el sosiego, fluyeran pensamientos y conclusiones, satisfacción sobre todo.

     Pero, ¡ah!, se movió la rosa de los vientos y la nave dio en puerto distinto.

    Lo inicialmente previsto era pasar unos días en un hotel cerca del monasterio de Yuste, en el que se alojó y murió Carlos I de España y V de Alemania; en la comarca de La Vera (Cáceres).
Pero…

- Oye, Antonio, que ha surgido  una buena ocasión para ir a…

- Ya lo tenemos reservado, no des más vueltas, Mariano: nos esperan en Yuste.

- Escucha que te digo: lo he cambiado.

- ¿Quéeee…? ¿Qué me estás contando, Mariano?

- Que he cambiado el destino.

- Pero eso, ¿a qué viene ahora?

-      Nos vamos a París, cuatro noches.

- Dime que me estás gastando una broma…

-  Que no es broma, Antonio. Es una buena oportunidad. Yo no he ido nunca y ahora que podemos…

-         ¿Me vas a decir que da lo mismo un sitio que otro? Dijimos de un sitio tranquilo.

-         No, no es lo mismo. Déjate de tranquilidades: vamos a Francia.

-         Pero, Mariano, ¿qué hacemos tú y yo en París?

-         Ver lo que no hemos visto, Antonio.

-         ¿Y el dinero que habíamos pagado…?

-         Todo está resuelto con la agencia de viajes... ¡Nos vamos a París, Antonio!

-         Yo estaba por la serenidad del sitio de Cáceres.

-         Ya iremos. Habrá más ocasiones. Lo de París, ahora, es un buen acierto; créeme.

-         Y ¿por qué lo has hecho sin consultarme al menos, Mariano?


-         Hablabas tanto de París que, mira por dónde, se ha presentado y… déjate de tonterías, ¡nos vamos a París!

-         Pero…

-         No hay “peros” que valgan. ¡París nos espera! Sin tener que conducir.

-          ¿Y el pasaporte?

-         No hace falta, Antonio, que somos europeos. Venga, a preparar la maleta, que vienen a por nosotros esta noche, para llevarnos al aeropuerto.

-         ¡Ay!, qué miedo me das. Nos recogen… ¿quiénes?

-         Los de la agencia, que dan este servicio. Te recogen en la puerta de casa y te trasladan al aeropuerto. Y a la vuelta, lo mismo.

-         Mira, por lo menos, no molestamos a nadie de la familia ni pedir el favor a algún amigo.

-         Todo arreglado. Y nosotros, ¡a París!

-         Todavía no salgo de mi asombro… Cambiar de destino de viaje… Porque te conozco que, si no, te ibas tú solo, Marianito.

-         ¿No te ilusiona?

1 comentario:

  1. Me alegro de que hayas disfrutado! De modo distinto que en Yuste que, quizá por menos conocido, me intriga más...

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