[En la pared cabecera de la habitación del hotel en París].
París es una ciudad
compleja, con una larga y densa historia de la que quedan huellas muy cuidadas. París,
no obstante, se vive de modo simple e inocente para el viajero que llega por
primera vez o para quienes repiten. A la vez que mágica, donde las sorpresas
son sencillas, París
debe ser vista a través de los ojos de niño, donde todo impresiona y de todo se
guarda memoria emotiva; es lugar y espacio siempre por descubrir en sus detalles
y en su conjunto, cada vez. Ya sea en la inquietud de sus calles o en los colores
de los bulevares, las pequeñas cosas nos llevan a preguntarnos si tenemos la
mirada dispuesta para maravillarnos. No sólo
es el momento: París
es su historia, acumulada y contradictoria, que los franceses mantienen viva en
sus perfiles y señales.
En
la observación de cada momento, el viajero aprecia a los distintos personajes, cambia
de mirada, empieza a moverse mejor y se abre a la oportunidad de una nueva admiración.
Lo
que comienza como un acercamiento a la ciudad, deriva en un canto a lo
cotidiano, a lo que ahí está: la pretensión y voluntad de expresar de forma muy
simple cosas muy importantes. Narrar poniendo cada historia a la altura de los
ojos, procurando la sencillez del lenguaje y, si fuera posible, la curiosidad
propia de la infancia ante las cosas.
En
el relato se muestran, a la vez que se esconden, múltiples capas de realidad.
Es el valor e interés que pueda tener porque, detrás de cada historia, se
dibuja el simbolismo y las reflexiones que el paisaje urbano de París,
se aporta un elemento clave incrustado en el tiempo, en el que parece
transcurrir lento, más tranquilo, más agradable y fácil de digerir. Lo que
realmente importa es el presente, con las ilusiones y los sueños que contiene.
El
relato de los viajes debiera ser tan sugestivo como el viaje en sí mismo, un
incentivo permanente en el que se despierte el interés: “¡…cuenta,
cuenta…!”, nos solicitan. Es la inquietud por contar algo
original, y no caer en lo bien que está el Louvre, o la torre Eiffel, el Sena y
otros singulares distintivos... que todo el mundo conoce, aunque no haya estado
en París.
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Lo sugerente se transfigura en extraordinario
Escritos después de vividos,
aquí traigo retazos del trayecto, fiados a la memoria. Sí, a la memoria
impresionada, la que mezcla, funde, modifica, elimina. Podría afirmarse que la
mayoría de los recuerdos son encontrados. Quedamos prevenidos: la memoria no
siempre es de fiar. No obstante, está la sinceridad de lo que voy a decir y
aseguro que así ha pasado.
Quizá
la mejor táctica para invitar al relato sea la amistad. Es la única actitud que da
buenos resultados en el noventa y cinco por ciento de las veces. No
se le puede relatar el viaje a alguien si no le va a importar o no existe predisposición
a la escucha, a la lectura. Pero yo sé a quiénes me dirijo.
LA BRÚJULA SE ABRE A UN NUEVO RUMBO.
Se
había previsto de un destino viajero concreto, de un sitio tranquilo para que,
en el sosiego, fluyeran pensamientos y conclusiones, satisfacción sobre todo.
Pero,
¡ah!, se movió la rosa de los vientos y la nave dio en puerto distinto.
Lo
inicialmente previsto era pasar unos días en un hotel cerca del monasterio de Yuste, en el que se
alojó y murió Carlos I de España y V de Alemania; en la comarca de La Vera
(Cáceres).
Pero…
- Oye, Antonio, que ha surgido una buena ocasión para ir a…
- Ya lo tenemos reservado, no des más vueltas, Mariano: nos
esperan en Yuste.
- Escucha que te digo: lo he cambiado.
- ¿Quéeee…? ¿Qué me estás contando, Mariano?
- Que he cambiado el destino.
- Pero eso, ¿a qué viene ahora?
- Nos vamos a París, cuatro noches.
- Dime que me estás gastando una broma…
- Que no es broma,
Antonio. Es una buena oportunidad. Yo no he ido nunca y ahora que podemos…
-
¿Me vas a decir que da
lo mismo un sitio que otro? Dijimos de un sitio tranquilo.
-
No, no es lo mismo.
Déjate de tranquilidades: vamos a Francia.
-
Pero, Mariano, ¿qué hacemos
tú y yo en París?
-
Ver lo que no hemos
visto, Antonio.
-
¿Y el dinero que
habíamos pagado…?
-
Todo está resuelto con
la agencia de viajes... ¡Nos vamos a París, Antonio!
-
Yo estaba por la
serenidad del sitio de Cáceres.
-
Ya iremos. Habrá más
ocasiones. Lo de París, ahora, es un buen acierto; créeme.
-
Y ¿por qué lo has hecho
sin consultarme al menos, Mariano?
-
Hablabas tanto de París
que, mira por dónde, se ha presentado y… déjate de tonterías, ¡nos vamos a
París!
-
Pero…
-
No hay “peros” que
valgan. ¡París nos espera! Sin tener que conducir.
-
¿Y el pasaporte?
-
No hace falta, Antonio,
que somos europeos. Venga, a preparar la maleta, que vienen a por nosotros esta
noche, para llevarnos al aeropuerto.
-
¡Ay!, qué miedo me das.
Nos recogen… ¿quiénes?
-
Los de la agencia, que
dan este servicio. Te recogen en la puerta de casa y te trasladan al
aeropuerto. Y a la vuelta, lo mismo.
-
Mira, por lo menos, no
molestamos a nadie de la familia ni pedir el favor a algún amigo.
-
Todo arreglado. Y
nosotros, ¡a París!
-
Todavía no salgo de mi
asombro… Cambiar de destino de viaje… Porque te conozco que, si no, te ibas tú
solo, Marianito.
-
¿No te ilusiona?
Me alegro de que hayas disfrutado! De modo distinto que en Yuste que, quizá por menos conocido, me intriga más...
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