jueves, 24 de marzo de 2016

PRESENCIA EN LA MEMORIA PERMANENTE. (Evocación personal)


       In memoriam


Siempre  en JUEVES SANTO’,
día del Amor Fraterno.

En sí mismo ya era día destacado. Jueves Santo de la liturgia (y perteneciente a esos "tres jueves que relucen más que el sol", expresado en el dicho popular). 
Para mí es relevante porque, en la relación entre mi padre y yo, como si de una acción de constante tallado artesano se tratara, cada inaugurada fecha anual de este día, incidía en la huella que fue su permanente desvelo y empeño: sentimiento de que la fraternidad fuera activa.

En esta ocasión, yo contaba con ocho años de edad, quizá no llegaba a los nueve.

Vino de la fábrica donde trabajaba, —este día era laborable—. Cesaba antes en el trabajo habitual, por encargo de sus jefes, propietarios y protectores de las imágenes religiosas, para otra ocupación circunstancial que quedaba inscrita en la jornada laboral. Le encomendaban ir a la iglesia del pueblo, junto a otras dos personas, mujeres, para el atavío de la imagen y el trono de La Dolorosa, —de escultor anónimo, imitación de la de Salzillo—, y había de quedar hecho antes de que comenzaran los Oficios religiosos y todo listo para la procesión de la noche. 
(También haría lo propio con san Juan, porque era el presidente de la cofradía. Y allí le aguardaba mi madre).

Ya estaba dispuesto mi padre para acudir a la iglesia, tras cambiarse de ropa, cuando llamaron a la puerta. Fue un reclamo enérgico. En aquellas fechas aún no había timbre eléctrico y se llamaba con los nudillos.
Abrí.
Una mujer, a la que yo conocía de verla por el pueblo, trababa con su brazo derecho a un niño que dormía en su regazo. En su mano izquierda portaba una capaza, que elevó abriendo la mano en señal de petición, mientras decía algo, para mí, ininteligible en ese momento, que transcribo así:

“…día…. derno… la mohna… ves santo”.

     ¿Cómo…? le pregunté con tinte irónico, pues sólo había entendido la primera y última palabras, que repetí con sonsonete.  

Mi padre, que acudió por la robustez de la llamada, presenció la escena. 

De su bolsillo sacó una moneda de veinticinco céntimos (“un real de agujero”, se decía entonces) y se la dio a la señora, que la aceptó, dio las gracias y se fue.

Mientras cerraba la puerta, mi padre me aclaró con gravedad:

    —  ¿Tú sabes cuántas veces habrá dicho esta mujer eso mismo durante la mañana?  Nadie pide limosna por su gusto. Con eso no se bromea.
  
    —   No, papá; es que no he entendido lo que parecía decir. Y me ha hecho gracia.
  
    —    Hoy es día de pedir más que de costumbre, —me explicaba mi padre—. Sé que es poco lo que le he dado, pero no tengo ni puedo más. Y con estas cosas no se hacen chistes.

   —    ¿Qué tiene que ver el día? —pregunté, verdaderamente ignorante, ante la seriedad de mi padre.

   —    Es Jueves Santo, y esta mujer pide una limosna especial.

  —    ¡Ah…! No lo sabía. Entonces, hoy ¿se da más? —seguí en mi empeño de querer saber.

   —    No hay por qué dar más. Hay gente que no da nada; ni siquiera un trozo de pan, o una cuantas patatas o algo así. Para eso la mujer lleva la capaza. Si hubiera estado la mamá seguramente le habríamos dado comida.

   —    ¿Y cómo le sentaría si nada recibe?

   —    Pues supongo que no muy bien. Y más aún cuando se les niega con un: “¡Perdone usted por Dios, hermana; otra vez será!

   —    ¿Y eso es así, y ya está?

   —    Por el día que es hoy, aunque sólo sea una vez al año, hemos de procurar compartir lo que tengamos, aunque sea poco.

   —    Es que no he entendido a la mujer, —me justifiqué—, lo siento.

   —     Ha dicho: Día del Amor Fraterno: la limosna de Jueves Santo”, —reprodujo mi padre con claridad.

[Los diálogos, reconstruidos, lógicamente, intentan parecerse a lo que ocurrió. La intención es el reflejo de la actitud de mi padre y de que yo no pretendo quedar bien un montón de años después].

Lo recuerdo aún con cierto bochorno por no haber comprendido de lo que se trataba y lo que pudo significar una carencia de respeto hacia la mujer, con mi desafortunada expresión.

A su vez, lo reconstruyo y menciono con orgullo, porque mi padre, sin estridencia, pero con paciente seriedad y decisión, se esforzaba en hacerme entender estas cuestiones.

 Oímos una campana que tañía un hombre, como las que tocan los auroros. A su lado, un monaguillo portaba un farol. Detrás, el cura del pueblo caminaba concentrado, mirando al suelo, envuelto en un manto blanco.

     —  Viene el Viático, —me informó mi padre.
    
    — ¿Qué es el Viático? —pregunté, nuevamente.
    
   —    Es la comunión para los enfermos e impedidos; es el camino, la vía para ayudar a quien menos puede. Hay que acudir a quien no tiene posibilidades. Hoy es día de encuentro entre hermanos.

 
Mi padre abrió otra vez la puerta y se arrodilló al paso del Viático. Le imité el gesto sin dudarlo: si lo hacía mi padre, es porque eso es lo que había que hacer. 
Durante unos segundos estuvimos silenciosos, expectantes, al paso de la breve comitiva. Enseguida nos incorporamos. 
    
    —    Me tengo que ir, que se va haciendo tarde, —mi padre iba a lo de los arreglos procesionales. No sin antes decirme:
    
   —     “Recuerda: hoy es de los hermanos. Día del Amor Fraterno. Y los hermanos están para quererse. Y cuánto más necesiten, más cerca hemos de estar, como con la mujer que llamó a la puerta y pidió”.




 Eran tiempos oscuros, mi padre lo tenía claro.

5 comentarios:

  1. Excelente el texto. Exquisito el mensaje. Amoroso el recuerdo. Gracias por compartir.

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  2. Gracias por las 4 frases tan certeras y densas en contenido, en tu comentario, pensadas para decir bien y llegar adentro. Gracias, "persona desconocida" (me habría gustado saber quién eres). Que te sea favorable este día.

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  3. Al leer tu relato de forma inmediata me vienen a la memoria vivencias con olor a incienso, por lo que el placer es doble, el primer placer es la lectura y el segundo que me transporta a años pasados, gracias por partida doble,
    Paco

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  4. Estoy de acuerdo con Unknown. Quizá en tiempos anteriores a los nuestros no estaba tan organizada la asistencia a las personas necesitas, no había servicios sociales ni oenegés, pero sí estaba la mentalidad de que cada uno puede ayudar en lo que y como puede, y así van saliendo las cosas. A veces echo de menos esas sociedades antiguas con más sentido de comunidad que la nuestra, tan individualista, a las que miramos como atrasadas por su bajo nivel de organización "tangible". Pero salían adelante con una organización intangible envidiable, porque comprometía a todos. Esta es una reflexión como historiadora.

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  5. Tu artículo, además de todo lo que dicen mis predecesores, es de lo más visual. Parece que estoy viendo a ese niño que fuíste, en el umbral de la puerta de la calle, intentando descifrar a esa pobre mujer y cómó tu padre ( increíble el parecido contigo ahora, por cierto) salió a socorrerla poniendo en práctica lo que tú, en todos los años que te conozco ( que ya van siendo) siempre en recuerdas en ese día. Lo que demuestra, entre otras cosas, que entendiste muy bien lo que te enseñó, de palabra y con el ejemplo.

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