sábado, 30 de diciembre de 2017

Nochevieja: tránsito y esperanza.


LA ÚLTIMA CAMPANADA


Temperatura de calidad primaveral envuelve a la noche, como si estuviéramos en abril. Serán cosas del cambio climático, piensa el padre. Sobre la mesa han colocado dos jarras de agua, elemento habitual en los rituales de Nochevieja. Representa el alejamiento de las penas sentidas a lo largo del año y se prepara para el recibimiento de todo lo bueno.
     Desde la sala del comedor se divisa gran parte de la plaza y de la calle, por la que no cesa el tráfico de coches y el ruido. La cena llega a su fin, toman postres de frutas y dulces elaborados.
    Entre risas cómplices, repasan las señales del rito para esta noche. Lola, la madre, enciende las cinco velas verdes de cera natural, señal por la que se pide salud para cada uno de los presentes. Marta, la hija, pregunta si todos llevan alguna prenda roja pegada a la piel, para el buen amor. Maletas hechas, dispuestas en la puerta de la casa, es señalado deseo de viajar. En el fondo de las copas, un objeto de oro o plata: anillos, pendientes, moneda… Por lo de la prosperidad económica. Al otro lado de la puerta, una escoba, para barrer las penas y los malos pensamientos.
    En menos de media hora se agota 2017.
    La conversación gira en los comentarios sobre el vestido de Marta. Es una prenda en color rojo fuego, traslúcida, un vestido largo hasta los pies, que reserva a las miradas por un forro de raso rojo pasión, a modo de minifalda interior. Sostenido por finos tirantes, queda libre toda la espalda y, por delante, el escote de vértigo que resalta el pecho. El padre lo define como ‘no-vestido’.
    La madre asegura que su hija viste tal como lo requiere la noche. Y que está guapísima. Y su amigo vendrá a buscarla para disfrutar del momento en la benigna madrugada murciana.
    El hijo de esta familia, pendiente del teléfono móvil, mira porque vibra y avisa de alguna comunicación. Tras comprobarlo, pregunta a su familia si también él va guapo con el esmoquin.
—¡Claro que sí, Álvaro! ­Estás guapísimo, pareces un príncipe de película. —responde la abuela con gozo y sin titubeo—. ¡Ya quisiera quedar para esta noche con un hombre como tú!
Abuela, ¡qué dices! —se sonroja el nieto.
No entiendo que tu padre desapruebe el vestido de tu hermana.
—¡Es que Marta va provocativa, casi desnuda! —exclama con enfado el padre desde la cabecera de la mesa.
 —¿Provocadora? ¡Me habría gustado, con sus años, resplandecer como luce tu hija esta noche! Pero, ¡ay!, aquellos eran otros tiempos, —expresa la abuela, en la nostalgia de que el tiempo presente es mejor y más libre.
Mamá, no digas tonterías, —amonesta el padre de familia a la abuela.
Desde luego, papá, —interviene Marta—, parece que te has caído de una maceta o algo así.
Mira, niña…, —intenta hacerse oír el hombre en tono paternalista.
Con veinte años cumplidos no soy ni me siento ninguna niña, —apostilla Marta.
Tengamos la fiesta en paz, —interviene Lola, la madre—. La moda y la noche son así. Marta ha decidido que esta noche se viste de esta forma, y me parece que está estupenda. Lo fundamental es que ella se sienta a gusto.
—¿Tú, Álvaro, no dices nada? —pregunta el padre en busca de apoyo del hijo, que está en otra órbita.
Has recibido un mensaje, Marta, —advierte Álvaro.
No, no, te lo han enviado a ti.
Que no, que no, que mi tono es distinto al tuyo.
    Los padres manifiestan con desaire que resulte más importante para los hijos la atención telefónica, saliéndose de la conversación. ¡Ah!, ante las nuevas formas, hay que rendirse. El tradicional sonido de zambombas y panderetas hace tiempo que fue sustituido en los hogares por las sintonías de los teléfonos móviles. Es el nuevo sonido de la vida.
    Álvaro descubre que, para alguien, cuyo teléfono móvil desconoce, es importante:
                «...que, en Nochevieja, la magia sea tu mejor traje, tu sonrisa el mejor regalo, tu felicidad mi mejor deseo... y que sigas siendo como eres. Feliz Año Nuevo».
      Otros muchos mensajes se empeñan en que «2018 sea todavía mejor que el 2017», sin la mínima idea de cómo te ha ido este año. Realmente, con las nuevas tecnologías evolucionan los mensajes:
“...«pro mira como bbn los pces en el rio».
¿Desvarío colectivo? Formamos parte de esta locura en Nochevieja. «Pásalo». Miran con prisa las pantallas del televisor y de los móviles, sin tiempo apenas para sí mismos.

       Mientras tanto, Lola ha traído desde la cocina, dispuestas en cinco cuencos, las uvas para cada uno.
    Alberto, el padre, enciende el televisor. Desde la Puerta del Sol, en Madrid, se ve en la pantalla a innumerables personas saltando con alegría mientras les enfoca la cámara.

   Quedan dos minutos para que suenen las campanadas. Cada quien comprueba el número exacto de uvas. Alberto quita el envoltorio de la boca de la botella de cava y retira el alambre. Lo importante es que, para el brindis, suban muchas burbujas 'en rosario', símbolo de felicidad.
     En el televisor suena el repique de llamada del reloj.
       
   Comienzan las campanadas. Con cada una se toma un grano de uva:
«…cinco…, …nueve…, once…» «once…», «once…»
       La imagen del televisor queda fija, sin más sonido y movimiento que el de la campanada número once. El árbol de Navidad, en el comedor de la familia, se ha apagado. Al igual que las luces de la calle. Hace un momento, subían los ruidos propios de esta noche. Ahora, silencio oscuro. ¿Qué ocurre? Las llamadas de socorro han quedado ahogadas por explosiones de petardos. Los fuegos artificiales, propios de la celebración de Nochevieja, quedan fijos en el cielo. No se oye nada.
          En esta casa advierten de sí mismos que el brazo se mantiene quieto y no hay voluntad que lo doble para acercar la uva número doce a la boca. Las miradas contienen el miedo y expresan el pánico que sienten los paralizados integrantes de esta familia.
     El momento, que prometía ser la conclusión alegre de una cena tranquila, se ha transformado en todo menos en eso.
     Es la abuela la primera en recuperar el movimiento, poco a poco. Deja su tazón sobre la mesa con el último fruto. Se levanta lentamente y hace la misma acción con cada uno de la familia. Nota que se le humedecen los ojos, está asustada. Hay que sobreponerse, quieta no se hace nada, determina.
     Los otros cuatro, ayudados por el abrazo de la abuela, recuperan movimiento con lentitud. Balbucean palabras confusas.
    —Este es el momento quieto, es el tránsito. Creo que pasamos a otra vida, —manifiesta la abuela mientras acaricia la cabeza de su nieta.
           Sus familiares, despaciosos, buscan respuestas en las miradas de los otros. La madre, cuando es abrazada por la abuela, se levanta torpemente y camina hacia donde está Álvaro, su hijo. Le rodea con sus brazos, protectora, y observa el parpadeo en el móvil.
     —¿Qué está pasando? —dice Lola, angustiada. —Nunca había vivido una situación así.
        El nuevo año se hiela sin camino en el tiempo y se resiste a entrar.
    Alberto observa que hay un trozo de hielo flotando en cada jarra. Se ha congelado el agua. Mira a Álvaro, de quien espera una respuesta.
           —El agua se congela a 4ºC, no a cero grados. Es lo que se llama la dilatación anómala del agua, con la que se protege la vida, —justifica Álvaro.
             —¡Ya te digo…! ¿Y qué tiene que ver eso con que el tiempo se haya detenido? —protesta Alberto.
             —Se puede congelar el tiempo, como le ocurre al agua, —­explica Álvaro.
             —¡Qué cosas dices! ¿A qué viene eso ahora? —dice con enfado el padre.
           —El agua se congela y protege la vida. Observa la costra helada. Como la capa de los mares helados, abajo fluye el agua y los seres vivos viven. Igual le ha pasado al tiempo. Y lo estamos viviendo.
         —Somos habitantes del mundo contemporáneo, vivimos en el siglo XXI, —interviene Marta—, el del cambio climático y también de mentalidad.
     —¿Cómo salimos de aquí? —se pregunta Alberto, inquieto.
     —Solo con sentido común, —advierte Marta.
     —Quien muestra mayor temple es la abuela, —dice Lola, su nuera, —hable usted, por favor.
     —No sé qué puedo decir, —aclara la abuela.
     —Inténtalo, mamá, —suplica Alberto.
       La abuela inclina la cabeza y mira atentamente a una de las velas. La llama se mueve, cruje la cera.
     —Creo que
     —Dí, abuela, dilo ya, —presiona impaciente Marta.
    —Creo que, en quietud, estamos en la sala de espera: no se moverá el tiempo hasta que todos digamos aquello que no nos hemos atrevido, y a hacer lo debiéramos durante el año que acaba. Hemos de ir y hablar con quienes tuvimos malentendidos o broncas. Mientras la llama se consume, vayamos y volvamos. Pronunciemos las palabras que rompen el hechizo:
                                  «Tiempo: clausura mi año. Porque aquí cierro mis errores
             y dejo todo lo que no quiero atrás, y que entre limpio
            el año nuevo. Perdono y me perdono».
   
        Solo sonará la última campanada cuando todos quedemos a bien con el año que termina—, implora la abuela.
           La duda del ser humano, como el más allá, es el paso del tiempo. Las preguntas se hacen de manera personal y directa. Hay que volver a pensar los símbolos, la sexualidad, lo afectivo, las costumbres.
      Porque no hay respuestas, solo huellas.
—«¡Doce…!», —grita Alberto con júbilo, mientras ha sonado la última campanada.
        La imagen del televisor se mueve, vuelve a sonar y la locutora habla de un momento extraño ocurrido aquí, que todos comentan. Dice que un portavoz del gobierno ha anunciado una investigación, que se difundirá en un informe.
La rosa más delicada puede vencer a un ejército, —afirma Lola, con orgullo, mientras pasea la mirada cariñosa sobre los suyos.
      Cogidos de la mano, los cinco sonríen.
      Y se agrupan para hacerse una selfie.
     Así comenzó el día de Año Nuevo.
     Han pasado ya veinte minutos.
     Suena el timbre de la puerta. Vienen amigos a buscar a los chicos.
     La realidad se levanta, se sueña y se construye. Con versos luminosos dedicados a las personas, a las estaciones, a la playa y al bosque, a la lluvia suave y a la tormenta, a la ciudad y a los problemas, a la incomprensión y la ausencia… Para vivir, para aprender a vivir.
      Ha sido un viaje del espíritu, —con sentido filosófico, no religioso—.

          Cualquier parecido con alguna película o con la realidad es pura coincidencia.









2 comentarios:

  1. ¡Eres un artista, Juan! De qué manera tan sutil has sabido detener el tiempo , justo en la penúltima campanada del año, para hacernos reflexionar sobre todo lo que tenemos que dejarnos atrás, lo que hay que superar, y el ánimo con el que hay que emprender la llegada del nuevo. Todo eso a través de una familia que puede ser la de cualquiera de nosotros. Mi pensamiento mañana, cuando llegue ese momento, será para ti, para este relato. Me aplicaré "el cuento", y nunca mejor dicho. Gracias, amigo.


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  2. ¡Qué cuento, Juan! Tan real en su ficción, tan bien narrado. Enhorabuena y gracias por compartir :) Que recibas el año en paz con el que se va, y lleno de ilusión y proyectos para el que entra. Alguno compartiremos :)

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