LA ÚLTIMA
CAMPANADA
Temperatura de
calidad primaveral envuelve a la noche, como si estuviéramos en abril. Serán cosas del cambio climático, piensa el padre. Sobre la
mesa han colocado dos jarras de agua, elemento habitual en los rituales de
Nochevieja. Representa el alejamiento de las penas sentidas a lo largo del año
y se prepara para el recibimiento de todo lo bueno.
Desde la
sala del comedor se divisa gran parte de la plaza y de la calle, por la que no
cesa el tráfico de coches y el ruido. La cena llega a su fin, toman postres
de frutas y dulces elaborados.
Entre risas cómplices, repasan las
señales del rito para esta noche. Lola, la madre, enciende las cinco velas
verdes de cera natural, señal por la que se pide salud para cada uno de los
presentes. Marta, la hija, pregunta si todos llevan alguna prenda roja pegada a
la piel, para el buen amor. Maletas hechas, dispuestas en la puerta de la casa,
es señalado deseo de viajar. En el fondo de las copas, un objeto de oro o
plata: anillos, pendientes, moneda… Por lo de la prosperidad económica. Al otro
lado de la puerta, una escoba, para barrer las penas y los malos pensamientos.
En menos de media hora se agota
2017.
La conversación gira en los
comentarios sobre el vestido de Marta. Es una prenda en color rojo fuego, traslúcida,
un vestido largo hasta los pies, que reserva a las miradas por un forro de raso
rojo pasión, a modo de minifalda interior. Sostenido por finos tirantes, queda
libre toda la espalda y, por delante, el escote de vértigo que resalta el pecho.
El padre lo define como ‘no-vestido’.
La madre asegura que su hija viste
tal como lo requiere la noche. Y que está guapísima. Y su amigo vendrá a
buscarla para disfrutar del momento en la benigna madrugada murciana.
El hijo de esta familia, pendiente
del teléfono móvil, mira porque vibra y avisa de alguna comunicación. Tras comprobarlo,
pregunta a su familia si también él va guapo con el esmoquin.
—¡Claro
que sí, Álvaro! Estás guapísimo, pareces un príncipe de
película. —responde la abuela con gozo y sin titubeo—. ¡Ya
quisiera quedar para esta noche con un hombre como tú!
—Abuela, ¡qué dices!
—se sonroja el nieto.
—No
entiendo que tu padre desapruebe el vestido de tu hermana.
—¡Es
que Marta va provocativa, casi desnuda! —exclama con enfado el padre
desde la cabecera de la mesa.
—¿Provocadora?
¡Me
habría gustado, con sus años, resplandecer como luce tu hija esta noche! Pero,
¡ay!, aquellos eran otros tiempos, —expresa la abuela, en la
nostalgia de que el tiempo presente es mejor y más libre.
—Mamá,
no digas tonterías, —amonesta el padre de familia a la abuela.
—Desde
luego, papá, —interviene Marta—, parece que te has caído de una maceta o
algo así.
—Mira,
niña…, —intenta hacerse oír el hombre en tono paternalista.
—Con
veinte años cumplidos no soy ni me siento ninguna niña, —apostilla
Marta.
—Tengamos
la fiesta en paz, —interviene Lola, la madre—. La moda y la noche son así.
Marta ha decidido que esta noche se viste de esta forma, y me parece que está
estupenda. Lo fundamental es que ella se sienta a gusto.
—¿Tú,
Álvaro, no dices nada? —pregunta el padre en busca de apoyo del hijo,
que está en otra órbita.
—Has recibido un mensaje,
Marta, —advierte Álvaro.
—No, no, te lo han enviado a
ti.
—Que no, que no, que mi tono
es distinto al tuyo.
Los padres manifiestan con desaire
que resulte más importante para los hijos la atención telefónica, saliéndose de
la conversación. ¡Ah!, ante las nuevas formas, hay que rendirse. El tradicional
sonido de zambombas y panderetas hace tiempo que fue sustituido en los hogares
por las sintonías de los teléfonos móviles. Es el nuevo sonido de la vida.
Álvaro descubre que, para
alguien, cuyo teléfono móvil desconoce, es importante:
«...que, en Nochevieja, la magia
sea tu mejor traje, tu sonrisa el mejor regalo, tu felicidad mi mejor deseo...
y que sigas siendo como eres. Feliz Año Nuevo».
Otros muchos mensajes se empeñan
en que «2018 sea todavía
mejor que el 2017», sin la mínima idea de cómo te ha ido este año.
Realmente, con las nuevas tecnologías evolucionan los mensajes:
“...«pro mira como bbn los pces en el
rio».
¿Desvarío colectivo? Formamos
parte de esta locura en Nochevieja. «Pásalo».
Miran con prisa las pantallas del televisor y de los móviles, sin tiempo apenas
para sí mismos.
Mientras tanto, Lola ha traído desde
la cocina, dispuestas en cinco cuencos, las uvas para cada uno.
Alberto, el padre, enciende el
televisor. Desde la Puerta del Sol, en Madrid, se ve en la pantalla a
innumerables personas saltando con alegría mientras les enfoca la cámara.
Quedan dos minutos para que suenen
las campanadas. Cada quien comprueba el número exacto de uvas. Alberto quita el
envoltorio de la boca de la botella de cava y retira el alambre. Lo importante
es que, para el brindis, suban muchas burbujas 'en rosario', símbolo de felicidad.
En el
televisor suena el repique de llamada del reloj.
Comienzan las campanadas. Con
cada una se toma un grano de uva:
«…cinco…, …nueve…, once…» «once…», «once…»
La imagen del televisor queda fija, sin más sonido y movimiento que el
de la campanada número once. El árbol de Navidad, en el comedor de la familia,
se ha apagado. Al igual que las luces de la calle. Hace un momento, subían los
ruidos propios de esta noche. Ahora, silencio oscuro. ¿Qué ocurre? Las
llamadas de socorro han quedado ahogadas por explosiones de petardos. Los
fuegos artificiales, propios de la celebración de Nochevieja, quedan fijos en
el cielo. No se oye nada.
En esta casa advierten de sí
mismos que el brazo se mantiene quieto y no hay voluntad que lo doble para
acercar la uva número doce a la boca. Las miradas contienen
el miedo y expresan el pánico que sienten los paralizados integrantes de
esta familia.
El momento, que prometía ser la
conclusión alegre de una cena tranquila, se ha transformado en todo menos en
eso.
Es la abuela la primera en
recuperar el movimiento, poco a poco. Deja su tazón sobre la mesa con el último
fruto. Se levanta lentamente y hace la misma acción con cada uno de la familia.
Nota que se le humedecen los ojos, está asustada. Hay que sobreponerse, quieta
no se hace nada, determina.
Los otros cuatro, ayudados por el
abrazo de la abuela, recuperan movimiento con lentitud. Balbucean palabras
confusas.
—Este
es el momento quieto, es el tránsito. Creo que pasamos a otra vida, —manifiesta
la abuela mientras acaricia la cabeza de su nieta.
Sus familiares, despaciosos,
buscan respuestas en las miradas de los otros. La madre, cuando es abrazada por
la abuela, se levanta torpemente y camina hacia donde está Álvaro, su hijo. Le
rodea con sus brazos, protectora, y observa el parpadeo en el móvil.
—¿Qué está pasando? —dice
Lola, angustiada. —Nunca había vivido una situación así.
El nuevo año se hiela sin camino
en el tiempo y se resiste a entrar.
Alberto observa que hay un trozo de
hielo flotando en cada jarra. Se ha congelado el agua. Mira a Álvaro, de quien
espera una respuesta.
—El
agua se congela a 4ºC, no a cero grados. Es lo que se llama la dilatación
anómala del agua, con la que se protege la vida, —justifica Álvaro.
—¡Ya
te digo…! ¿Y qué tiene que ver eso con que el tiempo se haya detenido?
—protesta Alberto.
—Se
puede congelar el tiempo, como le ocurre al agua, —explica Álvaro.
—¡Qué
cosas dices! ¿A qué viene eso ahora? —dice con enfado el padre.
—El
agua se congela y protege la vida. Observa la costra helada. Como la capa de
los mares helados, abajo fluye el agua y los seres vivos viven. Igual le ha
pasado al tiempo. Y lo estamos viviendo.
—Somos
habitantes del mundo contemporáneo, vivimos en el siglo XXI, —interviene
Marta—, el del cambio climático y también de mentalidad.
—¿Cómo salimos de aquí?
—se pregunta Alberto, inquieto.
—Solo con sentido común,
—advierte Marta.
—Quien
muestra mayor temple es la abuela, —dice Lola, su nuera, —hable
usted, por favor.
—No sé qué puedo decir,
—aclara la abuela.
—Inténtalo, mamá, —suplica
Alberto.
La abuela inclina la cabeza y
mira atentamente a una de las velas. La llama se mueve, cruje la cera.
—Creo que…
—Dí, abuela, dilo ya,
—presiona impaciente Marta.
—Creo
que, en quietud, estamos en la sala de espera: no se moverá el tiempo hasta que
todos digamos aquello que no nos hemos atrevido, y a hacer lo debiéramos durante
el año que acaba. Hemos de ir y hablar con quienes tuvimos malentendidos o broncas.
Mientras la llama se consume, vayamos y volvamos. Pronunciemos las palabras que
rompen el hechizo:
«Tiempo: clausura mi año. Porque aquí cierro
mis errores
y dejo todo lo que no quiero atrás, y que entre limpio
el año
nuevo. Perdono y me perdono».
Solo
sonará la última campanada cuando todos quedemos a bien con el año que termina—,
implora la abuela.
La duda del ser humano, como el
más allá, es el paso del tiempo. Las preguntas se hacen de manera personal y
directa. Hay que volver a pensar los símbolos, la sexualidad, lo
afectivo, las costumbres.
Porque no hay
respuestas, solo huellas.
—«¡Doce…!»,
—grita Alberto con júbilo, mientras ha sonado la última campanada.
La imagen del televisor se mueve,
vuelve a sonar y la locutora habla de un momento extraño ocurrido aquí, que
todos comentan. Dice que un portavoz del gobierno ha anunciado una
investigación, que se difundirá en un informe.
—La rosa más delicada puede vencer a un
ejército, —afirma Lola, con orgullo, mientras pasea la mirada
cariñosa sobre los suyos.
Cogidos de la mano, los cinco
sonríen.
Y se agrupan para hacerse una selfie.
Así comenzó el día de Año Nuevo.
Han pasado ya veinte minutos.
Suena el timbre de la puerta. Vienen amigos a
buscar a los chicos.
La realidad se levanta, se sueña
y se construye. Con versos
luminosos dedicados a las personas, a las estaciones, a la playa y al bosque, a
la lluvia suave y a la tormenta, a la ciudad y a los problemas, a la
incomprensión y la ausencia… Para vivir, para aprender a vivir.
Ha sido un viaje del espíritu, —con
sentido filosófico, no religioso—.
¡Eres un artista, Juan! De qué manera tan sutil has sabido detener el tiempo , justo en la penúltima campanada del año, para hacernos reflexionar sobre todo lo que tenemos que dejarnos atrás, lo que hay que superar, y el ánimo con el que hay que emprender la llegada del nuevo. Todo eso a través de una familia que puede ser la de cualquiera de nosotros. Mi pensamiento mañana, cuando llegue ese momento, será para ti, para este relato. Me aplicaré "el cuento", y nunca mejor dicho. Gracias, amigo.
ResponderEliminar¡Qué cuento, Juan! Tan real en su ficción, tan bien narrado. Enhorabuena y gracias por compartir :) Que recibas el año en paz con el que se va, y lleno de ilusión y proyectos para el que entra. Alguno compartiremos :)
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