La indefinición avisa de peligro
extremo para la dignidad de las personas. En este período histórico, en que
sabemos que la crisis no es sólo económica, la vida humana y la fuerza de
trabajo -con un empleo precario e impreciso- se reducen a productos de compraventa.
Lo que se conoce como “sociedad”,
se ha paralizado –estancarse es perecer- con dos anclas: una, la que la explica
como sociedad de riesgo global (Ulrich Beck), donde la incertidumbre es amenaza
para la seguridad, (como ocurrió en las crisis alimentarias, “vacas locas”), y en
la que la tecnología y la ecología traen consecuencias sociológicas y políticas,
incluidas las condiciones que irrumpen con el retorno del terrorismo
internacional.
La otra áncora es la
pérdida de la dignidad, en esta situación de incertidumbre, empezando por la
increíble devaluación de la vida humana (primer derecho fundamental). Quienes
huyen de la miseria y de peligros de los que nada saben, la huida extrema, en
esta histeria, es hacia la muerte: huyendo
de la violencia en Libia y en países africanos, mueren masivamente por
naufragio al sur de Italia.
Las crisis económicas no
son sólo de capital, pues arrasan, además del valor de cada una de las vidas
humanas, con el sentido moral.
Los amigos del poder se concentran
en torno a fantasías políticas, y atribuyen a la libertad los males que aguantamos.
Porque se atemorizan y, a su vez, asustan a los débiles. Nada dicen de las
cambiantes condiciones de vida, casi siempre incómodas para la mayoría y que aumentan
el número de personas en la miseria.
En realidad, nadie sabe
nada cierto. La consecuencia de que los poderes estén asustados les lleva a comportarse
de forma desconsiderada e imprudente; conducta que provoca saña, ansiedad e indiferencia.
Aguantar la ansiedad del modo de vida requiere cada vez nervios más templados,
más picaresca, más ardides. Y el extraño impulso que a veces inspira los actos
humanos (compasión, altruismo, cada sentimiento de humanidad) se va apagando.
El triunfo de la sociedad
basada en la economía y el capital provoca que las personas, en una gran
mayoría, se limitan a mirar y tolerar lo que sucede:
· ahogamientos de inmigrantes que huyen de la
miseria y encuentran la muerte a las puertas del primer mundo. Sin una acción
común: descoordinación entre asistencia humanitaria y la dureza de medidas ante
la llegada de inmigrantes,

· el aumento de la pobreza y la necesidad
entre nuestros próximos y conocidos.
· los delitos económicos cometidos por
personas “respetables” -?-, hombres soberbios, fríos, ambiciosos, que defraudan mareantes e incomprensibles
–por enormes- cantidades de euros. Lo
que mueve al enriquecimiento de unos pocos, que voluntariamente ignoran que el
Estado se legitima porque sus gastos deben ser aprovechados por todos, y
provoca la penuria de muchos. 
También está en crisis el
prestigio moral del intelectual.
Los partidos les buscan e
incluyen en sus listas electorales, -¿con qué canto de sirenas les habrán
convencido?-
La influencia del intelectual, que acumuló prestigio, se ha ido disolviendo en la
prensa, en la escena de las tertulias de griterío, etc.
Pero hay algo más que
política y partidos.
Los
inquietos ciudadanos demandan una perspectiva dinámica y de futuro, en la que la
educación es clave para el desarrollo. Ante el desengaño y la indignación, alguien tiene que ofrecer una
respuesta: la conducta ética, la que no puede ni responde con palabras. Y liderar
el camino de forma atrevida, con una visión clara y valiente.
La
esfera del pensamiento debe levantar las dos anclas de que hablábamos al
principio. Y se debe interesar por las condiciones sociales que contaminan a la
educación, no ya sólo a la situación política y socioeconómica, sino a las circunstancias
e influencias de instituciones académicas, de las editoriales, del ámbito periodístico
y cultural. Se trata de incidir en un estilo de pensamiento, en el que se
investiga y explica cómo se tejen las relaciones personales e institucionales
en la vida cotidiana de una comunidad, qué hábitos se asume, qué cultura se va a
reivindicar, en
una sociedad impersonal y globalizada, donde se salve lo individual.
El
pensamiento es luz en la decadencia, es siempre una rebelión. Ahí
se abre el camino como una necesidad.
Es
una esperanza.
Completamente de acuerdo. Antes se buscaba la verdad y/o la libertad, y la gente mataba y moría por ellas. Ahora se busca la comodidad, y esto que describes es lo que ha parido. Pero no se me había ocurrido lo de que están asustados los que tienen que tomar decisiones. Es muy interesante.
ResponderEliminarMagníficas fotos ( incluso la penúltima, pese a lo odiosa) que ilustran un no menos magnífico texto. Visión peculiar y enriquecedora, como todas las tuyas.
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