domingo, 16 de abril de 2017

Reencuentro en Granada, con la Alhambra





      RETORNO A QUIEN SIEMPRE ESPERA:

     LA ALHAMBRA, EN ABRIL DE CÁLIDA PRIMAVERA

   Salí a pasear con la Alhambra. Emblemático espacio que habita al paseante, cual sea su ánimo da igual. Mañana calurosa de abril, envuelta en la luz intensa de Granada y la nieve presente en Sierra Nevada, testigos del momento sin tiempo.


     Historia, leyendas… contadas en multitud de idiomas dichas a personas guiadas entre sus rincones por acreditados conocedores y, también, tecnología enlatada de audio. Los sonidos se mitigan enseguida, diluidos en el espacio abierto y cautivados en los colores de los cuidados jardines. Para contar sobre el encuentro con la Alhambra no importa el estilo desplegado.
    En un intento de realismo esencial provisto de magia, en una atmósfera de realidad creciente desde el perfume de lo imaginario y el recuerdo heredado. La medida no puede ser precisa, el aliento es largo y se combinan en un ritmo vivo, la inquietud con la ternura. La esclavitud y la libertad, la historia y el mito, concordancia entre la historia, la leyenda y sus personajes: un canto permanente donde cada palabra es la palabra.
    

Hay momentos del paseo en que, ante la llegada de grupos nerviosos de personas con rasgos orientales, que empujan a otros paseantes por ocupar un indefinido sitio de privilegio para la foto, también se estorban entre sí, buscando apresuradamente no sé qué instantánea… La realidad es intermediada y solo perciben a través de cámara videofotográfica, tablet y móvil, con lo que las indicaciones de los guiadores quedan inadvertidas. Creo que es un atractivo más de La Alhambra: la observación del comportamiento de los nipones.
    
    Parecido ocurre con la presencia de mujeres vestidas con el hiyab musulmán, que parecieran salidas de algún cuento del escritor romántico Washington Irving, (que vivió en la Alhambra mientras escribía sus cuentos). A no ser porque bajo el atuendo islámico asoma el pantalón vaquero y envueltos los pies en zapatillas deportivas.
     
     Hornadas de personas que se mueven con idiomas europeos occidentales y eslavos, desfilan a diferentes ritmos por jardines y veredas del monumento.
La lengua española suena con diferentes acentos, desde el inconfundible andaluz, el destacado argentino y otras variantes sudamericanas.
     En el ascenso a la Torre de la Vela me tropiezo con personas que bajan y que hablan en un idioma singular: el euskera.
En el Patio de los Leones, centro del paraíso, se oye a quienes se comunican en catalán, comentando retazos de la historia.
  
La Alhambra nació cosmopolita, y ahí sigue.

En un instante fuera del trasiego humano, atiendo al sonido rumoroso del agua que desciende, tropieza y canta por canalones de piedra y teja. Se manifiesta otro necesario idioma, el del silencio, con sus excelentes resultados, en la difícil práctica de atender a los demás y escucharse a uno mismo.
       Hacía muchos años que no paseaba por la Alhambra, recinto que nunca defrauda, aunque tenga importantes espacios ‘en restauración’, vivificada para que, acicalada, la vean las generaciones, (en la confianza de que los restauradores no ahuyenten a los duendes).
              He regresado. Porque la Alhambra flamea con impresiones, genera vivencias y se posa en recuerdos: los que ofrece ella misma, los que llevamos dentro y allí se destapan. Ahí sigue, aguardando al viajero, sea quien sea y de donde acuda.

Ámbito fue, y continúa, para modelos y formas de escritura poética, (¡quién pudiera escribir una lira!) que, sugeridos a Garcilaso de la Vega, alcanzaron tan notable expresión. Y para el incesante recuerdo que es presencia inmarcesible.

En la mochila llevo un poema que acude al diálogo con el susurro interno: es la mirada de Charo Guarino a través de sus versos, “Recuerdos de la Alhambra”, (de igual nombre que la composición musical del maestro Tárrega, https://www.youtube.com/watch?v=zQnBstCaosE):
    
            Yo te llevé a la Alhambra
                            y te acompañé al fin del mundo
                           porque siempre quisimos
                         que el otro fuera aquel
                         a quien seguimos esperando.

                                              No pudo ser,
                          pero tú serás
                         siempre
                       quien me llevó al fin del mundo
                        y yo aquella
                       con quien fuiste a la Alhambra.

3 comentarios:

  1. Granada es la ciudad más cautivadora que conozco. Mi padre es granadino, y yo me siento parte de ella desde que tengo conciencia de mí misma.

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  2. Con tu relato, una se sitúa en el lugar y camina por tus senderos.
    La Alhambra grandiosa, mágica y ensoñadora... ¡Quién pudiera sentir su embrujo cada atardecer...!

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  3. Hermoso el poema de Charo, de perfecta construcción, redondo y emotivo. Y tu crónica de esa nueva visita a la Alhambra, absolutamente sugerente, adobada, en esta ocasión con el toque cosmopolita, por los diversos acentos y atuendos con los que te cruzaste en el devenir por ese recinto. Un auténtico crisol de cultura, a través de la mirada sensible del viajero. Que nos lo ha contado y hecho compartir, con ese sabor granaino inconfundible de quien ama esa ciudad. Porque estás a gusto en esa ciudad. ¡Y se te nota!

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