RETORNO A QUIEN SIEMPRE ESPERA:
LA ALHAMBRA, EN ABRIL DE CÁLIDA
PRIMAVERA
Salí a pasear con la Alhambra. Emblemático espacio que habita al paseante, cual sea su ánimo da igual. Mañana calurosa de abril, envuelta en la luz intensa de Granada y la nieve presente en Sierra Nevada, testigos del momento sin tiempo.
Historia, leyendas… contadas en multitud de idiomas dichas a
personas guiadas entre sus rincones por acreditados conocedores y, también, tecnología
enlatada de audio. Los sonidos se mitigan enseguida, diluidos en el espacio
abierto y cautivados en los colores de los cuidados jardines. Para contar sobre
el encuentro con la Alhambra no importa el estilo desplegado.
En un intento de realismo esencial provisto de magia, en una
atmósfera de realidad creciente desde el perfume de lo imaginario y el recuerdo
heredado. La medida no puede ser precisa, el aliento es largo y se
combinan en un ritmo vivo, la inquietud con la ternura. La
esclavitud y la libertad, la historia y el mito, concordancia entre la historia,
la leyenda y sus personajes: un canto permanente donde cada palabra es la
palabra.
Hay momentos del paseo en que, ante la llegada de grupos
nerviosos de personas con rasgos orientales, que empujan a otros paseantes por
ocupar un indefinido sitio de privilegio para la foto, también se estorban
entre sí, buscando apresuradamente no sé qué instantánea… La realidad es
intermediada y solo perciben a través de cámara videofotográfica, tablet y móvil,
con lo que las indicaciones de los guiadores quedan inadvertidas. Creo que es un
atractivo más de La Alhambra: la observación del comportamiento de los nipones.
Parecido ocurre con la presencia de mujeres vestidas con el
hiyab musulmán, que parecieran salidas de algún cuento del escritor romántico Washington
Irving, (que vivió en la Alhambra mientras escribía sus cuentos). A no ser porque
bajo el atuendo islámico asoma el pantalón vaquero y envueltos los pies en
zapatillas deportivas.
Hornadas de personas que se mueven con idiomas europeos
occidentales y eslavos, desfilan a diferentes ritmos por jardines y veredas del
monumento.
La lengua española suena con diferentes acentos, desde el
inconfundible andaluz, el destacado argentino y otras variantes sudamericanas.
En el ascenso a la Torre de la Vela me tropiezo con personas
que bajan y que hablan en un idioma singular: el euskera.
En el Patio de los Leones, centro del paraíso, se oye a
quienes se comunican en catalán, comentando retazos de la historia.
En un instante fuera del trasiego humano, atiendo al sonido rumoroso
del agua que desciende, tropieza y canta por canalones de piedra y teja. Se
manifiesta otro necesario idioma, el del silencio, con sus excelentes resultados,
en la difícil práctica de atender a los demás y escucharse a uno mismo.
Hacía muchos años que no paseaba por la Alhambra, recinto que
nunca defrauda, aunque tenga importantes espacios ‘en restauración’, vivificada
para que, acicalada, la vean las generaciones, (en la confianza de que los
restauradores no ahuyenten a los duendes).
He regresado. Porque la Alhambra flamea con impresiones, genera vivencias y se posa en recuerdos: los que ofrece ella misma, los que llevamos dentro
y allí se destapan. Ahí sigue, aguardando al viajero, sea quien sea y de donde
acuda.
Ámbito fue, y continúa, para modelos y formas de escritura
poética, (¡quién pudiera escribir una lira!) que, sugeridos a Garcilaso de la
Vega, alcanzaron tan notable expresión. Y para el incesante recuerdo que es
presencia inmarcesible.
En la mochila llevo un poema que acude al diálogo con el susurro
interno: es la mirada de Charo Guarino a través de sus
versos, “Recuerdos
de la Alhambra”, (de igual nombre que la composición musical del
maestro Tárrega, https://www.youtube.com/watch?v=zQnBstCaosE):
Yo te llevé a la Alhambra
y te acompañé al fin del mundoporque siempre quisimos
que el otro fuera aquel
a quien seguimos esperando.
No pudo ser,
pero tú serás
siempre
quien me llevó al fin del mundo
y yo aquella
con quien fuiste a la Alhambra.
Granada es la ciudad más cautivadora que conozco. Mi padre es granadino, y yo me siento parte de ella desde que tengo conciencia de mí misma.
ResponderEliminarCon tu relato, una se sitúa en el lugar y camina por tus senderos.
ResponderEliminarLa Alhambra grandiosa, mágica y ensoñadora... ¡Quién pudiera sentir su embrujo cada atardecer...!
Hermoso el poema de Charo, de perfecta construcción, redondo y emotivo. Y tu crónica de esa nueva visita a la Alhambra, absolutamente sugerente, adobada, en esta ocasión con el toque cosmopolita, por los diversos acentos y atuendos con los que te cruzaste en el devenir por ese recinto. Un auténtico crisol de cultura, a través de la mirada sensible del viajero. Que nos lo ha contado y hecho compartir, con ese sabor granaino inconfundible de quien ama esa ciudad. Porque estás a gusto en esa ciudad. ¡Y se te nota!
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