Leer y
hablar de la obra es lo apropiado. (“El teatro también se lee”). Así sigue
entre nosotros el autor, en su obra: la memoria recupera su creación literaria.
Un universo
desconocido se abre ante el lector y el espectador, simultáneamente: eso es la
“Lectura dramatizada”. Y se manifestó, se hizo visible y sólida.

A cualquiera
de nosotros le puede pasar en la vida aquello que sucede en el escenario,
cuando se recorre el laberinto de caminos que se separan, para reunirse después.
Esta obra, incluida en el ciclo “Escenas
de cuyo nombre no quiero acordarme”,
del proyecto y programa Deletreartes,
(que, entre otras, fija la actividad teatral los últimos jueves y viernes de
mes), “Lo
Invisible” ha sido una intensa y compleja experiencia.
El
atractivo supremo del Teatro es aquello que es posible, que se convierte en
realidad y transportarnos a una dimensión nueva. Un pensamiento, hablado o
mimetizado, se encadena y desemboca en otro, viajando al interior del personaje.
Nos aleja de todo lo familiar y, a su vez, nos ofrece seguridad.
Los protagonistas
de la obra “Lo
Invisible” se sienten empujados por la esperanza de que pueda
existir otra vida, en otro lugar, y por la posibilidad de poder empezar de
nuevo y volver a creer en algo.
El
escenario contiene en el centro una traslúcida tela blanca iluminada tenuemente
desde el interior. Al lado izquierdo, una luz proyectada simula la entrada de
un túnel, y a la derecha una puerta, la de la realidad.
Con este
diseño de línea angular, se insinúa la “expresión del tránsito”, —señal absolutamente inestable, en
la que se está y no se está a la vez—,
el punto de no retorno a partir del cual nada puede volver a ser visto con los
mismos ojos.
15
personajes transitan por escenario y todos son imprescindibles para transmitir
las impresiones y los indicadores.
Debido a
lo limitado de actores masculinos, ha habido que recurrir a que mujeres
interpreten papeles de hombre: la “Autora
teatral” sustituyó al autor, “El Traspunte” del teatro —que, en su vitalidad, no tiene
miedo a la muerte—.
El “ayudante del Dr. Death” se
convirtió en “la Ayudante”. Y el viejecito, transmutado en
“Viejecita”.
La “Hermana
de la Caridad”, sí era ‘hermana’, en femenino.
Roles cortos en
frases-texto pero necesarios, indispensables para la escena, como la “Actriz”
en el Prólogo y como el “Mendigo” del acto “La arañita en el espejo”,
como “Pedro”
en ‘El Segador’, personaje a merced de su mujer y la complicidad.
Los ocho
roles fueron interpretados fenomenalmente, y son dignos de mención.
También
en “La arañita…” se muestran bien compensados “Lucía” y “Don Pablo”, en equilibrio con la
protagonista. (“Don Pablo” se fija en unos ojos que nunca engañan y se enfrenta
a la culpa).
Diez lecto-intérpretes
entregados a la lectura dramatizada como se entregan a la vida y traspasan felizmente
más allá de la afición, alcance verdaderamente emocionante. Hicieron que la
obra se sustentara y ayudaron a descubrir unas intimidades trascendentes. Las
protagonistas pueden elegir cómo quieren que sea el mundo. Eso se queda ahí,
dentro de cada cual: el mundo está en el interior. Y en lo consciente de esa
trascendencia late la esperanza de volverles a reunir en otra obra.
La
escritura de “Azorín” es finamente revulsiva. No alivia sino que altera. Y sitúa en la
incomodidad que produce lo frágil de la realidad y que hay un mundo interior al
cual difícilmente podemos acceder y no hay lugar donde resguardarse de la
monotonía, de la nada.
La
lectura nos zarandea y nos lleva desde el sentido más profundo de las cosas a
la inquietud, donde la nada es un elemento esencial porque habita en los
límites, en aquel lugar común del tránsito que las personas intentamos
inútilmente evitar, con la tendencia a evadirnos en un espacio nuevo, un lugar
fantástico con un escenario verosímil, en la ilusión de acceder a la dimensión
desconocida. Pero nada vuelve a ser igual que antes.
Cinco
personajes femeninos sustentan cada acto escénico.
Como
varillas de abanico: se necesitan todas unidas para mover el aire.

Ideas
universales de la cotidianidad, presencia reflexiva.

La SEÑORA,
alegoría de la
muerte, personaje ideal y surrealista en presente continuo.
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LA ENFERMA MARÍA
Inmensidad… Eternidad… Infinito
|
TERESA Personaje terrenal, sin escrúpulos
para
conseguir sus fines, usa el miedo a la muerte.
|
El
autor coloca una arañita en un espejo, paralela a los significados en los otros
actos, enfocada desde tres ángulos: Leonor, María y la Enferma. Deslumbran por
su potencia. Incluso en la frontera que separa euforia y desencanto.
LEONOR declina. Desgastada por la
ausencia del esposo y la enfermedad, se encamina hacia la comprensión y se
apaga en una muerte lenta.
MARÍA defiende su maternidad y su
posición, formada por horas de silencio. Es valiente y pasa del dominio
racional a pedir ayuda en lo esotérico.
La
ENFERMA
es un ser que resiste las sentencias médicas y que, finalmente acepta el exitus.
Tres
personajes maltratados, desconfiados y anhelantes.
Y,
en conjunto, cinco formas de monólogo que son inmersión en la mente del ser
humano con pluralidad de significados. Sensación de circularidad. Estímulo para
quebrar la inercia de la costumbre, y también como broche de un definitivo y largo adiós.
Todo esto lo enhebra muy bien la SEÑORA, mujer fascinante en alegoría de lenguaje universal, personaje
encarnado con sensibilidad arisca desde su incuestionable posición de poder. Y
la sutileza del engaño acompañado del chantaje emocional que contra MARÍA
despliega TERESA (la risa que se dispara
ante la muerte como desahogo).
El
tenue humor es el único que le da una dimensión real; para que no sea una
tragedia. Se
pasa también por la ternura, por la luz...
Esta
obra es un recorrido emocional que se vive, y que nos une al resto de los seres
humanos. Es algo muy particular pero tremendamente universal: todos pasamos por
ese suceso.
La
emoción se abre paso por entre las frases. Los actores y actrices tienen dudas
a la hora de mostrar su personaje, pues hay que llegar hasta recovecos
profundos. Seres humano en el momento de la adversidad final.
Una
extraordinaria experiencia.
Que debe
prolongarse.
Hay que
acudir al Teatro, ver a los personajes en relieve y en directo, jugar a que se
crean que son otro y lo son o no. No se dejen desnaturalizar por el espejismo de
la televisión: una cosa es ser actor y otra ser famoso.
Larga
vida al Teatro.
Concluye ese ciclo de teatro del que tan cumplida cuenta nos has venido dando, Juan. Lo, peor, si me permites la crítica, el nombre. Ese "Escenas de cuyo nombre no quiero acordarme" , esa construcción está ya tan, tan manida, la han desvirtuado tanto por usarla tántas veces, y casi siempre gente que no ha leído el Quijote en su vida. En fin ( suspiro hondo), si alguien lo escogió y lo demás lo aceptaron, pues bien está.
ResponderEliminarPor contraposición, lo mejor, tú: tú como director, y tú en cada una de esas mujeres - y esos pocos hombres - a los que has guiado con tan diestra disposición, y cuyos resultados se han apreciado en los diversos estrenos. Mi enhorabuena a todos por ese recorrido conjunto y compartido sobre las tablas de un escenario. Un lugar, me consta, en el que siempre te has sentido en tu hogar.