En la
ría de Arousa, es Cambados
la ciudad de la diferencia fusionada.
Se le dedicó una tarde, y observamos
una ciudad compleja: actividad marinera,
agricultura (destaca la vid albariño), turismo de masas, y los pazos y casas
señoriales. (También hay otras enormes mansiones de construcción reciente, que destacan
por su suntuosidad y granito caro, quizá de inversión complicada. Mejor no remover).
En la
cultura, destacan los vestigios de presencia del notable y famoso escritor
Ramón Mª del Valle Inclán, que vivió en este lugar.
Recordemos el paseo y sus
avatares.
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«Capilla, palomar y ciprés, pazo
es», asegura el dicho popular gallego y señala las tres características
indispensables.
El narrador ha
de acercarse a la objetividad, en un entorno de impacto, como es éste. La
mirada sigue siendo subjetiva, a veces pretende ser irónica.
Toda una travesía vital que hay que leerla de pie,
caminando desde los dominios donde emergen las variantes de la incertidumbre
más tópica de Galicia.
Tiene su interés, sin
duda. Ponemos el punto de mira en el pazo,
(para los seseantes, ‘paso’), procede el latín “palatium” y se
refiere claramente a un palacio.
Preciosas construcciones en
zonas rurales, habitadas por gente de alto poder económico y larga historia. Alrededor
del pazo pasaba la vida de los aldeanos que trabajaban las tierras del hidalgo
dueño. Entrar en una de estas viviendas es vivir
rodeado de historia en plena naturaleza.
La visita
comienza en el grandioso pazo de FEFIÑÁNS.
El viajero
inevitablemente lo descubre al bajar del autobús. Amplio espacio de la monumental
plaza de Fefiñáns, construcción del siglo XVI, Bien de Interés Cultural. Conjunto
arquitectónico bello y admirado de Galicia.: enorme pazo, con arco-puente, atalaya de la Torre del Homenaje, —el ‘palomar’—, y la iglesia de San Benito, (reúne sobradamente las
tres características). Antiguamente era la plaza del mercado semanal.
Es también la
sede de la denominación de origen albariño.
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La sorpresa
vino después del paseo, tras recorrer la calle Real y bordear la iglesia, hay que destacar enfáticamente el hallazgo, de entre
otros pazos, el PAZO de ULLOA, hermoso lugar.
(Para mí, personalmente, lo
considero un momento cumbre en el viaje).
Más allá de la anécdota, lo relevante
es encontrar y visitar un pazo
no abierto al público, fuera de la ruta turística.
(Xavier, el guía, dirá que,
en todos los años que lleva en esta profesión, nunca accedió a este pazo).
La tarde calurosa avanza y allí me
encuentro con Juli y Carmina, [a quienes dedico esta reseña y compartimos admiración y momento mágico],
que estaban mirando el cruceiro. Y seguimos hasta la puerta
de esta llamativa construcción.
Que sea ‘pazo’ y de
pertenencia a Ulloa, evoca y trae a la memoria la novela de Emilia Pardo Bazán:
“Los pazos de Ulloa”, (publicada en 1886).
Es propiedad privada, por lo
que el acceso es restringido. Que pudiéramos acceder fue una mezcla de
casualidad, empatía y. como resultado, un privilegio.
Estábamos a la puerta cuando
un hombre, de unos setenta años, vistiendo sombrero blanco de paja, camisa
blanca y pantalón, pleno de energías se acercó a la verja sin rozar a quienes
estábamos allí. Empujó con decisión la puerta y ya, desde dentro, sujetando el acceso,
nos preguntó:
— “¿Quieren ustedes entrar?
¡Pasen!”
No lo dudamos. Julián (Juli),
el cordobés y yo respondimos:
— Si no molestamos, claro que queremos, —manifestó Juli con una nerviosa sonrisa y cierta
timidez cómplice.
— Será un gusto visitar el pazo. Pero ¡qué dirán los dueños! —le indiqué con cautela.
— Soy el dueño, —expresó
con resolución y una amplia sonrisa—. Les invito: “¡Adelante!”
Una vez dentro, boquiabiertos
y mirándonos como si no fuera verdad, reparamos en que el hombre había
desaparecido mientras admirábamos las hortensias.
A lo lejos, dentro del
recinto, en lo que era un espacio dedicado a pista de tenis y piscina, se
escuchó una voz juvenil de hombre:
— “¡Abuelo, han entrado desconocidos!
Nos quedamos paralizados,
pues por nada del mundo buscábamos un conflicto ni que alguien nos considerara algo
así como en un allanamiento de morada.
Tras un largo minuto, desde
una esquina interior de la casa, la voz rotunda del dueño sonó:
— Tranquilos, que vienen conmigo. No os preocupéis, seguid con
lo vuestro.
Se dirigió hacia nosotros,
comentando que los nietos lo disfrutan mucho, traen a sus amigos y hacen
comidas y fiestas, pero trabajan poco para mantener el pazo. Y que esto
necesita mucha dedicación y cuidado.
El dueño había dejado el
sombrero. En una mano portaba las llaves de un coche y en la otra una
herramienta de jardín.
— Pero díganme, ¿de dónde son?
Se lo dijimos mientras se
acercaba hacia donde estábamos.
Por si se iba a ausentar, me
atreví a preguntarle con apresuramiento si este Pazo de Ulloa tenía que ver con
la famosa obra de la escritora Emilia Pardo Bazán, “Los Pazos de Ulloa”.
— No, no. Ella nunca estuvo aquí, al menos que conste y yo sepa.
Se nota que ustedes han leído.
Emilia Pardo Bazán se inspiró en tierras como
esta, Galicia profunda y tradicional, en sus gentes, en sus costumbres, la vida rural gallega en el mundo cerrado, lo
que quedó recogido en su famosa obra: Los pazos de Ulloa.
Al referirse al personaje central de la obra, “Julián”,
ocurrió que mi amigo de viaje comentó:
— Yo
me llamo Julián, —manifestó Juli.
— ¡Qué
casualidad! —exclamó el dueño del
pazo.
— Pues
sí que lo es, —reímos por la coincidencia de nombres estando en un pazo.
El Pazo de Ulloa, construido en el siglo XV, reformado
a lo largo de los años, entre sus propietarios tuvo a la Casa de Alba.
—
También este pazo fue
propiedad de los Castro, —siguió
informando el actual propietario—. ¿Han leído a Rosalía de
Castro?
Casi como un resorte, me
salió sin pensar, inicié el conocido poema de la nostalgia —saudade—, de
Rosalía:
Adiós
ríos, adiós fontes
adiós,
regatos pequenos;
adiós,
vista dos meus ollos,
non
sei cándo nos veremos.
Miña
terra, miña terra,
terra
donde m’eu criei,
hortiña
que quero tanto,
figueiriñas
que prantei,
(…)
|
Adiós, ríos; adiós, fuentes
adiós, arroyos pequeños;
adiós, vista de mis ojos:
no sé cuándo nos veremos.
Tierra mía, tierra mía,
tierra donde me crié,
huertecilla que tanto amo
higueruelas que planté.
(…)
|
Le gustó que fuera en
gallego.
El señor nos indicó por dónde
acceder a la casa y comprobar las características del pazo.
— Entren en la casa, vean lo que está abierto. Y luego, cuando
se vayan, cierren al salir. Tengo que seguir trabajando, —nos comentó, mientras subía a coche audi Q7, de amplio
espacio trasero, cargado de pequeños árboles y de ramas de boj que dejaría en
el contenedor de residuos de plantas.
Aclara que estaba en pleno
cuidado de los bojs, arbusto siempreverde, y si me sonaba, en clara alusión al libro “Madera de
boj” de Camilo José Cela, el premio Nobel que estuvo allí. El dueño del pazo
manifestó con tono confidencial que Cela comía y bebía mucho y no se ocultaba
de su inclinada afición por las mujeres.
Hay que dejar constancia del
suceso, de la casualidad de que el actual dueño nos franqueara la entrada.
Traspasamos un misterio y lo
vimos por dentro en el ámbito de lo privado.
Escudo de armas, peculiar ladeado,
en él aparecen los linajes familiares de los Acevedo, los Ulloa, los Fonseca y
los Castro.
En el jardín del pazo destaca
la camelia, delicada flor señorial, que también pudimos observar en el pazo de
al lado, La Capitana, a unos cien metros, casa solariega Amplio y espacioso también
construida a principios del siglo XV.
Es de propiedad de los Ulloa,
y estaba abierto al público porque, no en vano, se alquila como casa rural y
para celebraciones.
La Capitana cuenta con
viñedos, jardines con bojs centenarios y árboles frutales, protegidos por una
muralla que los rodea y aísla del exterior.
Lo más: la cocina, el comedor
y la bodega de A Capitana, con cuatro
lagares de piedra centenarios, que dan idea de que en la antigüedad este pazo
debió ser uno de los mayores centros de elaboración de vino de todo el Salnés.
Las diferencias en solo unos
poco metros, pequeñas y sutiles que no pueden medirse ni pesarse, van desde lo
rural a lo marítimo y a la acogedora calle Real.
Otras veces se halla en acontecimientos temporales:
cuando los viajeros entran en el bar que tiene textos de Valle Inclán en sus
paredes.
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Anécdota de un EXTRAVÍO: Lo más críptico fue al caminar y
extraviarnos, en calles de bifurcación, cuando la hora de regreso al autobús
estaba muy próxima. De pronto, en un instante que resulta imposible
predeterminar, no teníamos línea de horizonte.
Nos pusimos
a andar a buen paso ¡y nos pasamos!, creyendo que íbamos en paralelo, y
aparecimos en no sé dónde. Menos mal que la cordobesa de Montilla, Carmina,
mujer previsora, llevaba el número de teléfono de Xavier, el guía. Y localizamos
la plaza de Fefináns, punto de encuentro.
— “¡Os habéis perdido!”, —nos
dijeron al regresar al autobús.
— Pues no sé qué decir. Más bien os decimos
que os habéis perdido el Pazo de Ulloa.
Risas, emociones, complicidad y recuerdos imborrables,
la imagen es sugerente. Lo importante es que vimos algo impensable y genial.