jueves, 21 de julio de 2016

EN LA VIRGEN DE LA ROCA, BAIONA, COMENZÓ UN DENSO DÍA.


(Omisión involuntaria. Debió situarse esto como introducción, y las dos anteriores juntas, formar un bloque cronológico).

   

     El recuerdo suele estar pintado de imaginación. Para escribir hay que concentrarse mirando hacia dentro. El viaje por las rías bajas depara un mundo completo.

     La anchurosa libertad de espíritu contrasta con la gran cantidad de signos y símbolos religiosos que encontramos en cualquier parte. No solo los cruceiros de señal del camino de Santiago, sino gran la cantidad de alegorías religiosas católicas, al aire libre, que ofrecen la protección de los marinos y los de tierra como faro-guía.

    El tiempo despejado y tranquilo del verano propicia la libertad interior que hace posible la distancia ante los monumentos, pues la mirada y el disfrute son de matiz turístico. 


    Diferenciada en la densa jornada en que la ‘frontera’ es cuestión crucial que se supera con puentes necesarios entre dos países, pues es ineludible un abrazo sobre el agua desde Galicia, hasta el cercano Portugal, y también cruzando el océano hasta las Américas.



    La jornada comenzó con una ascensión para la visita a la Virgen de la Roca. Una enorme virgen de piedra de 15 metros de altura y hueca por dentro, función de linterna en un bello entorno. El mirador tiene forma de barca. La subida hasta aquí es dura pero merece la pena por las excelentes vistas: Atlántico y la costa de Baiona.



    Bajada al puerto, donde está la réplica de la nave “La Pinta”, de las tres del viaje de Colón, del descubrimiento de América, tripulada mayoritariamente por gallegos. Instintivamente, “La Pinta” bien merecía tratamiento singular, ya que distinguida está en la ciudad portuaria.        Por julio tiene lugar en Baiona la Fiesta de la Arribada, un viaje en el tiempo cada año para conmemorar la llegada de la carabela la Pinta de regreso al puerto.


     De camino hacia la nave, por la pasarela, allí, al fondo, está y se ve el castillo de Gondomar, convertido en hotel de lujo. 






    A los pies de la fortaleza se encuentra una enorme escultura, cuyas figuras representan a Galicia, América, la emigración y el retorno, todo alrededor de una gran esfera que simboliza al mundo. Es uno de los monumentos de la Arribada.




     El paseo por la pasarela hacia La Pinta significa el viaje que supera el final de la Edad Media. Empieza un tiempo nuevo.

     Solo podemos flotar en el recuerdo. Hay momentos históricos que marcan una época, y con la incorporación del nuevo mundo se rompían las amarras del antiguo orden. se trata de la recreación de un hecho histórico acaecido al final del siglo XV. La situación creada por el viaje a América requiere un nuevo timón, como el de la nave colombina. 



      Un cascarón de nuez capaz de recorrer más de cuatro mil kilómetros sin más referencias que unos rudos elementos, cartas/mapas de navegación para confirmar, y sin más ayuda que las estrellas, sin más motivo que la ilusionada aventura —en muchos casos, ineludible y provocada para salvar la vida poniendo agua de por medio—, de jugarse cada día la vida ante la voracidad del océano en una espera compensatoria de ansiadas riquezas.


    La relación va cambiando. Y se pasa de la grandeza de las cosas familiares, la vida cotidiana, por una visión ensanchada del mundo nuevo. 


   Viajes ideales, viajes soñados. Es también un placer cuando se hace desde las cosas, la presencia y realidad sugerente de un barco medieval. Cabe toda la imaginación de voz y cuerpo bajo la luz del sol cálido, desacostumbrado en Baiona. Los hombres regresan a casa tras años de ausencia.

     En la dársena, “La Pinta”. Al fondo, en tierra, el hotel Gondomar. Decidimos visitar la nave y no recorrer el camino hasta el Gondomar, pues al calor asaeteaba con dardos de fuego. Cambiamos paseo por cerveza, sentados frente al silencioso puerto, invadido por el turismo de masas y apenas coches en las calles, donde el peatón siempre tiene preferencia.

     El libro, expresión de un mundo libre, es de los pocos objetos que habría que llevar entre las manos. Imaginar, sin prisa, un tiempo de mirada pausada e interrumpida por la elevación de la vista sobre este entorno. Atardeceres interminables propios del océano en su hora mágica. 
     El libro es el armario de la historia. No importa aquí el trasfondo histórico, la religión, el mundo rural que cambia por otro más próspero, la conciencia que nos conmueve, pues el talante es diferente del que se marchó y ahora regresa. Emociones, conflictos, recuerdos y anhelos. 

    La imagen de la nave histórica se convierte en portada del libro imaginario que estamos leyendo mientras se bebe una cerveza. 
     El tiempo dilatado del verano, gracias a la bonanza meteorológica que nos invita a aprovechar los días más luminosos.




  Y desde aquí a la desembocadura del Miño.

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