(Omisión involuntaria. Debió situarse esto
como introducción, y las dos anteriores juntas, formar un bloque cronológico).

El tiempo despejado y
tranquilo del verano propicia la libertad interior que hace posible la distancia
ante los monumentos, pues la mirada y el disfrute son de matiz turístico.
Diferenciada en la densa jornada
en que la ‘frontera’ es cuestión crucial que se supera con puentes necesarios entre
dos países, pues es ineludible un abrazo sobre el agua desde Galicia, hasta el
cercano Portugal, y también cruzando el océano hasta las Américas.

Bajada al puerto, donde está la
réplica de la nave “La Pinta”, de las tres del viaje de Colón, del
descubrimiento de América, tripulada mayoritariamente por gallegos. Instintivamente,
“La Pinta” bien merecía tratamiento singular, ya que distinguida está en la
ciudad portuaria. Por julio tiene lugar en Baiona la Fiesta de la
Arribada, un viaje en el tiempo cada año para conmemorar la llegada de la
carabela la Pinta de regreso al puerto.
De camino hacia la nave, por
la pasarela, allí, al fondo, está y se ve el castillo de Gondomar, convertido
en hotel de lujo.
A los pies de la fortaleza se encuentra una enorme
escultura, cuyas figuras representan a Galicia, América, la emigración y el
retorno, todo alrededor de una gran esfera que simboliza al mundo. Es uno de
los monumentos de la Arribada.
El paseo por la pasarela hacia La Pinta significa el viaje que supera el final de la Edad Media. Empieza un tiempo nuevo.
Solo podemos flotar en el
recuerdo. Hay momentos históricos que marcan una época, y con la incorporación
del nuevo mundo se rompían las amarras del antiguo
orden. se trata de la recreación de un hecho histórico acaecido
al final del siglo XV. La situación creada por el viaje
a América requiere un nuevo timón, como el de la nave
colombina.
Un cascarón de nuez capaz de
recorrer más de cuatro mil kilómetros sin más referencias que unos rudos
elementos, cartas/mapas de navegación para confirmar, y sin más ayuda que las
estrellas, sin más motivo que la ilusionada aventura —en muchos casos,
ineludible y provocada para salvar la vida poniendo agua de por medio—, de jugarse
cada día la vida ante la voracidad del océano en una espera compensatoria de
ansiadas riquezas.
Viajes ideales, viajes soñados. Es también un placer cuando se hace desde las cosas, la presencia y realidad sugerente de un barco medieval. Cabe toda la imaginación de voz y cuerpo bajo la luz del sol cálido, desacostumbrado en Baiona. Los hombres regresan a casa tras años de ausencia.
En la dársena, “La Pinta”. Al
fondo, en tierra, el hotel Gondomar. Decidimos visitar la nave y no recorrer el
camino hasta el Gondomar, pues al calor asaeteaba con dardos de fuego.
Cambiamos paseo por cerveza, sentados frente al silencioso puerto, invadido por
el turismo de masas y apenas coches en las calles, donde el peatón siempre
tiene preferencia.

El libro es el armario de la historia. No importa aquí el trasfondo
histórico, la religión, el mundo rural que cambia por otro más próspero, la
conciencia que nos conmueve, pues el talante es diferente del que se marchó y
ahora regresa. Emociones, conflictos, recuerdos y anhelos.
La imagen de la nave
histórica se convierte en portada del libro imaginario que estamos leyendo
mientras se bebe una cerveza.
El tiempo dilatado del verano, gracias a la
bonanza meteorológica que nos invita a aprovechar los días más luminosos.
Y desde aquí a la desembocadura del Miño.
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