domingo, 24 de julio de 2016

TRÍPTICO PARA EL DELEITE: VINO, SABOR MARINERO Y MISTERIO EN GALICIA. (II) Mejillones en el Grove.

Fue en O Grove.
Desde un puerto activo de mariscadores.
Luego, en el traslado por barco, a la vista de las bateas de donde se obtienen los mejillones, que son como grietas del deseo en la vida.

Viajar libera de lo sedentario cotidiano. Y porque se entra en un activo paréntesis para los sentidos: irrumpe lo distinto que, casi por sí mismo, se observa y se vive como extraordinario, admirable y satisfactorio.

Este de ahora, aquí, sí que es un momento ‘turístico’ al más puro estilo: un barco restaurante, música fuerte, una botella de albariño, mejillones… y si quieres media docena de ostras o si son navajas, hay que pagar aparte del viaje, que solo incluye paseo, mejillones y albariño.

Son los “poyas”…, “pos ya que estamos…”

En momentos de crisis como el actual se necesita de viajes intensos que nos lancen con emociones extremas. Sirven como catarsis para volver a las preguntas esenciales: el amor, la existencia o la diversión. Todo va a la raíz, a la búsqueda de donde nace el deseo inevitable. Eso es universal.

Al principio, en este contexto parece que hay temor, respeto ante el océano y pereza por el viaje. Pero la aventura, por pequeña que resulte, es tan lúcida y evocadora como lo son los faros, que dan la vuelta y vuelven a iluminar.

Marcan caminos que adentran en el agua y en aquello que somos. Una y otra vez necesitamos asomarnos a ese precipicio. Camino que contiene íntima vibración: las cosas ahí están, en lo que ofrecen.





La narración, para que sea efectiva, ha de convencer. En los detalles, para dar a entender que lo que estamos contando ha sido vivido; o bien mostrar que estamos hablando de una experiencia asimilada por la conciencia y que puede ser contada de forma simple. Partidario de recurrir a los detalles, que sean significativos.



Mar para un autorretrato


Como un niño callado
que juega solo,
permanezco en estos ojos
del mediodía
escucho los confusos versos del mar
y el grito humano
en las aguas transparentes y frías
de la bahía de O Grove,
refugio para los cuentos.
Ante el mar, el silencio.
Brilla un cielo oscuro de ciruelas
y viene el alcohol frío a los ojos.
Y el vino, dentro de mí se oculta,
y protege de la claridad.


Palabras sordas de ausencia que se desplazan a ámbitos y espacios más o menos distantes, vacación conjugada con el deseo. 


De regreso al puerto, como cuando se retorne a casa, volvemos todos a donde solíamos, (Ulises no quería regresar a Ítaca), estómago con memoria de manjares y comidas desacostumbrados, la mente llena de vistas de paisajes, vivencias y recuerdos, también en olvidos y silencios.

Y pensamos: “la próxima vez  llevaré un libro pequeño para no sentirme solo”.

   
 





    La marea se fue, está baja.

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