
Galicia, Rías Baixas,
PONTEVEDRA y La CORUÑA. El presente y lo venidero, que sobre lo antiguo se alza.
Seis días justos por esta
privilegiada tierra. Lo visto en este tiempo, iluminado por un sol
que se oculta una hora después que en el resto de la España peninsular. Cielo limpio persistente e inhabitual en
estas tierras, los gallegos remarcaban que era un período largo, excesivo sin
agua del cielo. El pueblo gallego ama la lluvia; siente hacia ella veneración y respetuoso deseo.
Una empresa turística es la
que ofrece este viaje organizado, que se exterioriza en los autobuses, “Novas
Rías Baixas”.
Como una doble
tela de araña, los hilos van desde cualquier punto de la geografía hasta que,
como dijo el poeta Antonio Machado, se entrecruzan en:
"Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena
rompeolas de todas las Españas!"

Conductores, guías (Xavier, el guía desde inicio y regreso a Madrid, atento e irreprochable. Sus indicaciones y respuestas han
sido siempre informadas, amables y llenas de buen humor incansable y
contagioso), y autobuses ajustados con eficiencia al reloj. No puede ser de
otro modo, en donde coexisten carreteras secundarias y autovías de pago, para
tanto punto de interés turístico.
La luz sobre la infinitud de
las rías, sol que camina hacia el horizonte desde la noche de lo futuro con
honda emoción; se siente cómo la vida se completa con otro sentido.
PROPÓSITO para estas
CRÓNICAS de VIAJE.
Decir algo de lo que ha acontecido por esta noble tierra de Galicia. Todo viaje es una crítica del
mundo a la vez que modifica nuestra estabilidad. Cuando se viaja, lo sorprendente
es sacar el humor de risa, aturdido en melancolía. El protagonista, más que las
personas, es el viaje.
Los visitantes se renuevan
sin cesar, gentío hormigueante que viene y va. El viaje es el jardín de la
tertulia, placer de valiosa civilización. Una vez se ha conocido de las
dulzuras que proporciona el viaje, se vive como amparo contra la adversidad.
El amor a los viajes es
propio de temperamentos silenciosos y bulliciosos, a la vez. Viajar es una
gimnasia bien establecida, individual y colectiva, física e intelectual que nos
hace más inteligentes.
Comprender el alumbramiento de lo
presente toda vez que ya pertenece al recuerdo, al pasado. La comunicación, no
cotidiana, se establece entre quienes comparten viaje y habitáculos. La fuerza
y el ingenio de la gente, del Norte y del Sur. Mirando de lado, intento en
ocasiones indagar el carácter del momento y observo, sorprendido gratamente,
las páginas en donde fijan sus ojos las personas que viajan.
El saber popular está
constelado de sentencias:
«No importa que lleves un vestido viejo,
pero no dejes de probar el vino nuevo».
Los tópicos y las frases
hechas son síntesis para urgencia comunicativa, con su carga de verdad y mucho lastre añadido. Pulpo, albariño y ribeiro.
Como es lo de “Vigo trabaja, Pontevedra descansa, Santiago reza y La Coruña se
divierte”. Estímulo para comprobarlo,
pues las simplificaciones encierran siempre una invención y un enredo engañoso.
En un atardecer de julio,
recién llegados, frente a frente con las rocas grises de la costa, una pregunta
se levanta:
—
«¿Qué conduce a un pueblo?»
Seguro que algo más que la
casualidad, las circunstancias históricas, o su concepto de la vida. Todas las
cosas se viven y se repiten. Escondida pregunta, íntima, latente que asalta el
ánimo de los viajeros.
Sobre las entradas y accesos
a Galicia habría que instalar una inscripción que diga: «Sosiego
para el ánimo».
Por donde quiera que se vaya,
hay señas de identidad, de monumentos, de tiendas, grandes o
pequeñas, austeras o fastuosas, en donde se administra esa sustancia que hace
bien a las almas, las conforta y las vivifica. Detrás del vidrio de los
escaparates, transparente, se despliega toda la dulce serenidad del sentir
gallego, distinguida parsimonia para paladear el pulpo con albariño, y acoger
el aire del Atlántico entre los dedos sutiles de la mano distraída.
—¡ah, el hórreo!—,
—¡ah, el hórreo!—,
Observador que se abandona a
la complacencia, un intento de conocer lo que el viajero ve de la
realidad y de sí mismo. Hay situaciones que permiten entrever,
descubrir, la personalidad humana. Apetece, de vez en cuando, vivir la sorpresa
de la experiencia de viaje organizado en base turística, sin más pretensiones.
En realidad, es un
autoanálisis de modos de invención, en lugares que se visitan por primera vez, sin
memoria alguna sobre su pasado.
Comenzamos a darnos cuenta en
la distancia. Cuando se cierra los ojos para concentrarse viene a la mente la
tarea de imaginar razonando: es un acto creativo.
Considero este viaje como emocionalmente significativo. Una historia sobre el hecho de ser humanos. ¿Cómo será estar tan lejos? Escribir, que siempre resulta difícil, recupera el entusiasmo e inclina a completar historias y miradas que pueden ocurrirle a cualquiera.
Es también un viaje para el
lector, que en todo momento siente que se está trasladando a otro lugar, y lo percibe
como algo muy real.
Conducir al lector a
la esencia misma de los lugares y vivencias sentidas por sí mismos, en
el aquí y el ahora. Porque ser humano es tener memoria y ser
consciente del futuro.
Diferentes generaciones
confluyen casualmente con una luz de esperanza. Y, sobre todo, la coexistencia entre
los viajeros que convierten en casa el autobús, con diferentes acentos
lingüísticos, tantos como formas de mirar y desenvolverse:

· Isabel, alicantina con
aires murcianos, conversadora incansable, para quien el viaje es siempre un
destino. Distinguida por su continua disposición a ver, escuchar y caminar.
· Julián (Juli) y Carmina, de
Montilla, Córdoba, de donde es el vino que tiene su nombre —montilla—, ciudad romana milenaria, Munda,
importante desde antes de Cristo. Esta pareja muestra simbiosis en engranaje de
buen humor y ganas de entrar en la esencia de paisajes, edificios e historia,
con su resolutiva cámara fotográfica.

· Dos chicas de Canarias, una
de Gran Canaria (no recuerdo su nombre) y la otra, Dauni, (diosa guanche de la
Luna) de Tenerife.
· Paco y Mary, de Madrid: dos
personas complejas; ella, la abnegación y control del marido sin perder el buen
humor ni hacerse eco de algún exabrupto; él, apoyado en su necesario bastón,
dispuesto siempre a hacer los itinerarios, sin perderse nada, por empinada que
sea la subida y arriesgada la bajada.
· Cuatro jovencitas —tres de
Murcia y una de Albacete—, recién acabada sus respectivas carreras
universitarias en Educación, contrapunto joven y que fueron adoptadas por el
colectivo. Es el futuro que llega.
· La familia de Jaén (padre,
madre e hijo adolescente) que entraban en todas las conversaciones.
Otros personajes singulares: el del sombrero de paja tintado en negro, con una lesión en la pierna, que supera con voluntad y buen humor sin perderlo.
· La pareja de Valladolid, David
y Cristina, singular él y mucho más singular ella que, dotada de gracia pícara, daba vuelta a cualquier argumento de él y le inducía a un futuro prometedor.
· De los recién casados de
Málaga: hablaban poco, pero, eso, sí, con una sonrisa y actitud propia
de la luna de miel, espejo la una del otro.
· Otra singular pareja, de la
que recuerdo que él, con la moneda para entrar a los aseos en O Grove, nos
mantuvo el acceso gratuito.
· Las fumadoras/ tosedoras de
Móstoles
· y otras personas hasta
completar autobús, con quienes no puede intercambiar más de un breve saludo.
· También se destaca la
figura de la dueña del hotel “Cruceiro”, poco agraciada físicamente pero de
gran eficiencia para su negocio.
Crónicas e
impresiones de un viaje.
Viajar, a
veces, resulta una actitud como enamorarse para
escribir luego sobre el amor.
Y que haya lectores. Para lo que aquí quede escrito, en estas entregas,
espero un poco de atención y algo de benevolencia. Los comentarios sobre las
ciudades quedan reducidos al terreno de la simple ocurrencia.
Se podría hacer cientos de
clasificaciones distintas: los sentimentales, los cultos, los literarios, los
respetuosos, los bien escritos, los mal escritos... Hay otra clase: los
viajes escritos por alguien a quien nos gustaría tener de compañeros, que
provoquen una agradable sensación de bienestar y de disfrutar
con lo que de bueno tiene la vida. Que tenga la virtud y el talento de
encontrar en las ciudades y en los espacios que visita el punto de belleza de
ese lugar, no para los visitantes y turistas, sino para los locales.
Los zapatos del viajero
fatigan los caminos de la Galicia que permanece. Las crónicas no lo son por
días ni por personas, sino por lugares que contienen cierto interés, también la
mirada sobre el paisaje. Siempre hay algo de asombro y sorpresa en los sitios
por los que se pasa.
Hecho con empeño y sin cálculo alguno, en la
insatisfacción por el resultado de la exposición, por si resulta repetitiva,
(pues la piedra preciosa existe y hay que intentar limpiarla para que brille).
Casi como un
poema sobre los sueños realizados.
(Lo
iremos viendo, si soy capaz de despertar vuestro interés y si os agrada. Que
haya sensación de cosa viva).
Como un preludio o un aperitivo -ya que el turismo gastronómico en vuestro viaje se hizo bien presente, a juzgar por las fotografías- las magníficas descripciones, en unos pocos rasgos, de tus compañeros de andadura que, con ella, dejas ya inmortalizados. No puede ser mejor comienzo. Esperemos su continuación.
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