Otra vez es mayo.
Malva sobre
tierra, pavimento tiznado y viscoso.
Árbol que deja caer en vuelo su flor malva
extraviada, como moradas estrellas llegadas al suelo para tapiz irregular.
De dos formas es la vida, como las jacarandas.
En la tarde, el paseante atraviesa una calle, y se encuentra con la jacaranda, destellos morados del árbol de las dos floraciones, tanto en las ramas como en las recién caídas corolas que, como anchas concavidades de forma de ovario, tapizan el suelo, y ofrecen contraste de color y, también, manchan el suelo de terrazo y asfalto. Si se las pisa, se adhieren con resistencia a los zapatos. Estacional e inevitable. La dualidad de la jacaranda: en mayo se desprende de flores, en otoño las mantiene en pomos.
El transeúnte recoge algunos pétalos y se los lleva a casa
donde, despacio, extraídos uno a uno, sin planificar forma, compone una figura
caprichosa e imprecisa, queriendo transportar la sensación al interior. Sensibilidad doble en tiempo único: la flor de jacaranda es de tacto delicadamente
sedoso, a la vez que se pega en los dedos. En esta realidad duplicada, habrá
quien se quede con la florida delicadeza del árbol y sus corolas que se
desprenden silenciosas. O quienes se amolden al andar pegajoso.
Crepúsculo
de colores
se armoniza en gris.
Soplo suave,
brisa del anochecer,
fluye en el leve viaje de cálices azulados.
Quietud
en el encuentro de la noche.
Quizá noctámbulos
los pisen al paso.
O la
escoba barrendera los arrastre
por caminos
posibles
sin identidad
ni huella,
y sin
tiempo.
Coloreado
sonido de flores abatidas,
diálogo
que se evade como humo.
Y vuelve
a empezar
como en
una nueva lectura de viejas cartas.
Una
estrella cruza la noche,
momento
dual de luz y oscuridad.
Lo que
somos.
La sustancia
misma de su llegada está hecha de espera. Anota el observador, quisiera que las
palabras sonaran a música sutil, como en sordina. De tal modo que se descubre que la
música sustituye a la acción y al diálogo.
La jacaranda, argumento común que sucede dos veces, su flor
caída en mayo se hace metáfora del náufrago que intenta sobrevivir
a la intemperie, en la incertidumbre.
A lo largo del rincón
de sombra, realidad íntima, en la existencia dual nadie es el mismo. Gozo y equilibrio son cosas
desiguales, son emociones diferentes.
Y hay acontecimientos que no son razones, sensaciones que
se quedan en la piel, en los ojos, en los oídos, con fragilidad
Jacaranda alilada que te desnudas para vestir el suelo de color malva…
ResponderEliminarYo soy de las que se quedan con la exuberancia de sus flores y su tacto de terciopelo, alfombrando la ciudad. La jacarandá es para mí sinónimo de vida que se renueva y renace como una explosión de alegría incontenible. Gracias, Juan, por apreciarlo y saber transmitirlo. Y por tu incansable crónica, siempre transida de sensibilidad.
Todos los años disfruto del tapiz de las jacarandas de Murcia, su belleza, y la serenidad que transmiten. Así que me considero hermanado contigo en nuestra devota admiración hacia las jacarandas.
ResponderEliminarCiertamente se da esa "dicotomía",o "polaridad" entre la belleza en un polo y la fragilidad en el otro; así como de nuevo, la belleza y la pegajosa suciedad que produce.
Muy bien, por sugerir "la mirada amable a los árboles" que me induce a recordar el poema de Eloy Sánchez Rosillo, "el silencio del árbol"
Zafri