lunes, 9 de mayo de 2016

TIEMPO DUAL DE JACARANDA

        Otra vez es mayo.
         Malva sobre tierra, pavimento tiznado y viscoso. 
       Árbol que deja caer en vuelo su flor malva extraviada, como moradas estrellas llegadas al suelo para tapiz irregular.
                    De dos formas es la vida, como las jacarandas.
   
 
     En la tarde, el paseante atraviesa una calle, y se encuentra con la jacaranda, destellos morados del árbol de las dos floraciones, tanto en las ramas como en las recién caídas corolas que, como anchas concavidades de forma de ovario, tapizan el suelo, y ofrecen contraste de color y, también, manchan el suelo de terrazo y asfalto. Si se las pisa, se adhieren con resistencia a los zapatos. Estacional e inevitable. La dualidad de la jacaranda: en mayo se desprende de flores, en otoño las mantiene en pomos.


       El transeúnte recoge algunos pétalos y se los lleva a casa donde, despacio, extraídos uno a uno, sin planificar forma, compone una figura caprichosa e imprecisa, queriendo transportar la sensación al interior. Sensibilidad doble en tiempo único: la flor de jacaranda es de tacto delicadamente sedoso, a la vez que se pega en los dedos. En esta realidad duplicada, habrá quien se quede con la florida delicadeza del árbol y sus corolas que se desprenden silenciosas. O quienes se amolden al andar pegajoso. 


Crepúsculo de colores
se armoniza en gris.
Soplo suave, brisa del anochecer,
fluye en el leve viaje de cálices azulados.
Quietud en el encuentro de la noche.
Quizá noctámbulos los pisen al paso.
O la escoba barrendera los arrastre
por caminos posibles
sin identidad ni huella,
y sin tiempo.
Coloreado sonido de flores abatidas,
diálogo que se evade como humo.
Y vuelve a empezar
como en una nueva lectura de viejas cartas.
Una estrella cruza la noche,
momento dual de luz y oscuridad.
Lo que somos.

        La sustancia misma de su llegada está hecha de espera. Anota el observador, quisiera que las palabras sonaran a música sutil, como en sordina. De tal modo que se descubre que la música sustituye a la acción y al diálogo.
   
   Oda a la puntualidad de las flores que descienden como emociones en movimiento. Palabras que se quisieran lejos del tópico. Palabras errantes de melancolía y memoria, que hablan de este y de cualquier otro tiempo.

       La jacaranda, argumento común que sucede dos veces, su flor caída en mayo se hace metáfora del náufrago que intenta sobrevivir a la intemperie, en la incertidumbre.

      A lo largo del rincón de sombra, realidad íntima, en la existencia dual nadie es el mismo. Gozo y equilibrio son cosas desiguales, son emociones diferentes.

     Y hay acontecimientos que no son razones, sensaciones que se quedan en la piel, en los ojos, en los oídos, con fragilidad 

2 comentarios:

  1. Jacaranda alilada que te desnudas para vestir el suelo de color malva…

    Yo soy de las que se quedan con la exuberancia de sus flores y su tacto de terciopelo, alfombrando la ciudad. La jacarandá es para mí sinónimo de vida que se renueva y renace como una explosión de alegría incontenible. Gracias, Juan, por apreciarlo y saber transmitirlo. Y por tu incansable crónica, siempre transida de sensibilidad.

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  2. Todos los años disfruto del tapiz de las jacarandas de Murcia, su belleza, y la serenidad que transmiten. Así que me considero hermanado contigo en nuestra devota admiración hacia las jacarandas.
    Ciertamente se da esa "dicotomía",o "polaridad" entre la belleza en un polo y la fragilidad en el otro; así como de nuevo, la belleza y la pegajosa suciedad que produce.
    Muy bien, por sugerir "la mirada amable a los árboles" que me induce a recordar el poema de Eloy Sánchez Rosillo, "el silencio del árbol"
    Zafri

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