miércoles, 26 de octubre de 2016

[6ª entrega].- CENA CON MADAME LIBERTY, nuevo saludo por la mañana

La noche del sábado

   
    Se llega a Nueva York habiendo leído y conversado sobre lo que ofrece y significa la ciudad y sus lugares. Seguro que, previamente, ya sabemos bastante de la Gran Manzana. La información condiciona la mirada.
           Da para mucho este viaje a Nueva York.
 
        Lo cierto es que hizo un tiempo meteorológico espléndido. Solo una mañana, durante poco tiempo, cayó una lluvia fina que sólo mojó un poco las calles. Y eso es fundamental, porque no se ve igual con el paraguas ni mirando hacia arriba con las gotas mojando la cara e impidiendo la visión. 

    Porque en Nueva York las cosas ocurren desde arriba (subir al Rockefeller Center o al Empire State) y luego sentir lo que ocurre a ras de calle, con la vibración del subway (metro) y de las galerías en construcción desde donde emerge el vapor blanco concentrado. Un ejercicio saludable consiste en activar la cámara y fotografiar las cosas desde las alturas o desde lejos. Porque todo está aquí.
   Hay que ir a Nueva York. Desde la llegada al aeropuerto JFK, las cosas son absolutamente nuevas, de impresión primera, fuera de comparaciones con lo previo.

       24 de septiembre, sábado al oscurecer, salimos desde el hotel en autobús hacia las dársenas y muelles del puerto neoyorquino en el río Hudson. El tráfico rodado sigue siendo de alta densidad e intensos sonidos de claxon: eso, según el guía, es ‘lo normal’.  

     Si de lo que se trata es de acceder a un barco-restaurante para cenar, circunstancia prevista y no suponga sorpresa, —estaba incluida en los costes del viaje—, sí que hay expectación y curiosidad: ¡a ver qué nos depara la noche de cena!

       Los salones del flotante restaurante se disponen en los laterales de mesas para parejas —o para cuatro personas— y en el centro las mesas más amplias, para grupos. Como es nuestro caso.

    Nos atiende personal que habla español, son hispanos (como les llaman aquí; lo de ‘sudamericanos’ es cosa que se dice en Europa). Cuando comprueban que todos hemos ocupado nuestros sitios, toman nota de los platos que componen la cena, a elegir de entre tres clases cada uno:

· Ensalada. /Carne o pescado. / Postre helado. 

       En este espacio lo importante no es la comida, aunque hay que cuidar que sea apetecible en relación lo que ofrecen y lo que cuesta. Que todo contribuya estar bien.
     De buena calidad, abundante: a lo neoyorquino. Con una ensalada individual pueden comer tres. Y el salmón, de segundo, que sirvieron, le calculo medio kilo, al igual que el filete de carne de quienes lo pidieron. (Comí todo, que la comida no se desaprovecha; y menos aún si está deliciosa, como fue el caso).

      El énfasis en los tópicos puede crear en la trama del viaje un campo cerrado, sin lozanía. Como el riesgo que supone hablar de bienestar y darle visibilidad.

     Afortunadamente, lo real nos satisface: no es, no puede ser lo mismo verlo en directo que a través de medios escritos fotográficos, vídeos y películas: la realidad es superior. Y sólo la fantasía puede ser comparable, pero sabemos que será fantasía.



  Comienza la primera de las dos travesías por la bahía del río Hudson. Todo embelesa: la conversación tranquila, la comida, las luces de Manhattan, las de New Jersey, los puentes iluminados… 



        El panorama desde el barco, techo y paredes son de cristal, es un espectáculo. Entre cada plato da tiempo suficiente para salir afuera, a cubierta, escuchar el sonido del agua que surca la nave y hacer fotos.
 ¡La estatua de la Libertad iluminada!
   Allí la Dama enciende su llama  
   y la luz destaca sobre lo oscuro. 
   El viento de la historia 
   llena los pulmones y el propósito. 
   La mirada, en el cerco del agua,
   viaja con la noche
    y aguarda al sol:
   promete que vendrá. 
                                Luces de N.Y. La noche de cena y navegación tiene una duración aproximada de tres horas. Impresionantes vistas de principio a fin del recorrido por el río Hudson.
       En el espacio abierto de agua, la temperatura ha bajado sensiblemente y se agradece la chaqueta de manga larga.
       No hay que inventar, sino mirar fuera y ver lo que hay, dejarse envolver por la noche. Vemos de manera distinta dentro que fuera.

       Noche del sábado 24 de septiembre, donde los espacios se hacen íntimos y los guardamos.
                 Se sienten, se oyen en el aire los lamentos de la isla de Ellis, donde los emigrantes debían de aguardar antes de entrar a la ciudad. La quietud agita las palabras tristes y últimas, donde recordar llama a la tristeza.
        El barco salió desde el muelle contiguo a donde guardan un portaaviones que fue famoso y hoy es reclamo turístico.   
      Paseo grato e inolvidable. A bordo del barco, buen ambiente.
      Comienza a anochecer, y con la puesta de sol se percibe a la ciudad en la noche.
      Se navega a la vista de Manhattan y New Jersey hasta llegar debajo del puente de Brooklyn. Al regreso, una parada frente a la Estatua de la Libertad, para volver a puerto.
   Noche de otoño, magnifica experiencia.
      Estatua de mujer
      que alza la mano
     iluminada de libertad,
     y en la otra sujeta la historia. 
     Nueva York es nombre 
     de tierra en el agua.
               Hay un momento en que uno no se acaba de creer lo que ocurre y está viviendo; escepticismo que no es falta de entusiasmo.
     Hablamos de una ciudad que se enfrenta a una historia complicada y a unos cambios que han afectado al mundo, a la cultura y al arte en particular.


  Nueva York es la experiencia de lo exterior; es el sentido que produce el cambio en la forma de mirar. Estar dentro y fuera al mismo tiempo es una posición temporal necesaria.
      Es abrazar el presente y la comprobación, donde se valoran cosas y espacios contradictorios, donde no cuesta asumir la crítica y no preocupa demasiado qué opinan los demás.

     —    Dígame, ¿existe en esta ciudad alguna sola norma para que vivir aquí deba ser aburrido?

     —    Le garantizo que no hay ninguna ley que ponga límites a la creatividad ni a las creencias y opiniones. Son las ancestrales y dignas tradiciones de Nueva York.

      —    Entonces estoy viviendo una nueva y apasionante etapa personal.

      —    Esta ciudad a nadie deja indiferente.

        Y así se vivió la noche, en el corazón dramático donde tantas vidas encontraron acogimiento en la nueva tierra y, ¡ay! También otras se truncaron. Silencio creador latiendo, mientras se observa la naturaleza humana en el siglo XXI.
          El espejo neoyorquino es la civilización, donde muchas veces el ser humano encuentra el modo de convivir o desaparece al otro lado del espejo.
La noche, satisfecha, quedó atrás.

        Salió el sol y había que comprobar que no fue un sueño.

      Comienza el domingo. Por la mañana, tomamos el subway-metro (una nueva experiencia) para llegar nuevamente a los muelles, dispuestos a un nuevo paseo en torno a la Estatua de la Libertad.
 
  



     Nuevamente para comprobar que la estatua de la Libertad sigue ahí.
        Cruzar el río Hudson en ferry, como la acción que hacen miles de trabajadores y viajeros, diariamente, en un masificado transporte, —a pesar de ser domingo o por ello—, y disponer de un imaginado punto de amarre para hacerse una idea de lo que supondría la llegada a este lugar de inmigrantes durante el siglo XX.


     Y apreciar el skyline de la ciudad acercándose a Manhattan.

        En la mañana es superior al relato en sí mismo, se comienza el camino a pie entrando por Broadway, 



      donde enseguida nos espera el toro, siempre lleno de gente para manosearlo en cuernos y testículos y hacerse fotos. La policía no permite que se encarame nadie, para lo de la foto en doma de res. Todo el mundo sonríe, aunque no se acerque.


       En todo caso, son brillantes todas las claves y soluciones en el complejo universo de Nueva York. Aunque cuenten las cosas, se prefiere vivirlas.


     Encuentro
     en el que nos busca la verdad.
    Es el viaje.
    Suena a música melancólica,
    se escapa de los sueños 
    con otro nombre 
   que convierte el pañuelo 
   en palabras de la memoria,
  donde todo sucede,
  nada cambia 
  y confirma la vida.


        Nueva York es grandiosa, aunque se mire de lejos.

Lo que se comenzó en el subway-metro, luego se continuó en ferry, siguió a pie y así concluyó, largo periplo de todo un día de domingo.




 Contar es necesario en el cambio de perspectiva.


        Pero eso será otra día.

3 comentarios:

  1. La noche espectacular. la cena deliciosa así como la compañía. Un placer!!! Nos vemos en Manhattan

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  2. Hay una frase (magnífica) de la entrada, que resume el espíritu de estas crónicas: "Encuentro en el que nos busca la vida. Es el viaje". Parafraseándola, yo iba pensando, mientras la leía: "Viaje que nos incita a que lo hagamos personalmente. Es esta crónica". Mejor dicho, todas las que has escrito sobre tus viajes; pero en la de éste, particularmente, lo has conseguido de un modo especial, al menos para mí. Ay, ese paseo con cena en barco mientras esas vistas de película desfilan ante tus ojos..

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  3. Preciosas descripciones y fotos. ¡Qué ganas de ir y ver a esa Señora, que tu describes tan estupendamente y que simboliza la Libertad!. Una travesía la he hecho por el Sena, viendo y parando en cada uno de los puentes,con orquesta y cena... (¿Has observado que utilizan la palabra viniendo del Latín y no "Freedom" para la estatua de la dicha Señora?)
    El paseo por la bahía de Nueva York no quiero perdérmelo.
    Con un poco de suerte, iré este verano.

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