La noche del sábado
Da para mucho este viaje a Nueva York.

Hay que ir a Nueva York.
Desde la llegada al aeropuerto JFK, las cosas son absolutamente nuevas, de
impresión primera, fuera de comparaciones con lo previo.

Los salones del flotante
restaurante se disponen en los laterales de mesas para parejas —o para cuatro
personas— y en el centro las mesas más amplias, para grupos. Como es nuestro
caso.
Nos atiende personal que
habla español, son hispanos (como les llaman aquí; lo de ‘sudamericanos’ es
cosa que se dice en Europa). Cuando comprueban que todos hemos ocupado nuestros
sitios, toman nota de los platos que componen la cena, a elegir de entre tres clases
cada uno:
En este espacio lo importante
no es la comida, aunque hay que cuidar que sea apetecible en relación lo que ofrecen y lo que cuesta. Que todo contribuya estar bien.
De buena calidad,
abundante: a lo neoyorquino. Con una ensalada individual pueden comer tres. Y
el salmón, de segundo, que sirvieron, le calculo medio kilo, al igual que el
filete de carne de quienes lo pidieron. (Comí todo, que la comida no se desaprovecha;
y menos aún si está deliciosa, como fue el caso).
El énfasis en los tópicos puede crear en la trama del viaje un campo
cerrado, sin lozanía. Como el riesgo que supone hablar de bienestar y darle
visibilidad.
Comienza la primera de las dos
travesías por la bahía del río Hudson. Todo
embelesa: la conversación tranquila, la comida, las luces de Manhattan, las de
New Jersey, los puentes iluminados…
El panorama desde el barco, techo y paredes son de cristal, es un espectáculo. Entre cada plato da tiempo suficiente para salir afuera, a cubierta, escuchar el sonido del agua que surca la nave y hacer fotos.
¡La estatua de la Libertad iluminada!
Allí la Dama enciende su llama
y la luz destaca sobre lo oscuro.
El viento de la historia
llena los pulmones y el propósito.
La mirada, en el cerco del agua,
viaja con la noche
y aguarda al sol:
promete que vendrá.

Allí la Dama enciende su llama
y la luz destaca sobre lo oscuro.
El viento de la historia
llena los pulmones y el propósito.
La mirada, en el cerco del agua,
viaja con la noche
y aguarda al sol:
promete que vendrá.
Luces de N.Y. La noche de
cena y navegación tiene una duración aproximada de tres horas. Impresionantes
vistas de principio a fin del recorrido por el río Hudson.
En el espacio abierto de agua, la temperatura ha
bajado sensiblemente y se agradece la chaqueta de manga larga.
No hay que inventar, sino mirar fuera y ver lo que
hay, dejarse envolver por la noche. Vemos de manera distinta dentro que fuera.
Noche del sábado 24 de
septiembre, donde los espacios se hacen íntimos y los guardamos.
Se sienten, se oyen en el aire los lamentos de la isla de
Ellis, donde los emigrantes debían de aguardar antes de entrar a la ciudad. La
quietud agita las palabras tristes y últimas, donde recordar llama a la
tristeza.
El barco salió desde el muelle
contiguo a donde guardan un portaaviones que fue famoso y hoy es reclamo turístico.
Paseo grato e inolvidable. A
bordo del barco, buen ambiente.
Comienza a anochecer, y con
la puesta de sol se percibe a la ciudad en la noche.
Noche de otoño, magnifica experiencia.
Estatua de mujer
que alza la mano
iluminada de libertad,
y en la otra sujeta la historia.
Nueva York es nombre
de tierra en el agua.
Hay un momento en que uno no se acaba de creer lo que ocurre y está viviendo; escepticismo que no es falta de entusiasmo.
Hablamos de una ciudad que se enfrenta a una historia complicada y a unos cambios que han afectado al mundo, a la cultura y al arte en particular.
Hablamos de una ciudad que se enfrenta a una historia complicada y a unos cambios que han afectado al mundo, a la cultura y al arte en particular.
Es abrazar el presente y la comprobación, donde se valoran
cosas y espacios contradictorios, donde no cuesta asumir la crítica y no
preocupa demasiado qué opinan los demás.
—
Dígame, ¿existe en esta
ciudad alguna sola norma para que vivir aquí deba ser aburrido?
—
Le garantizo que no hay ninguna
ley que ponga límites a la creatividad ni a las creencias y opiniones. Son las
ancestrales y dignas tradiciones de Nueva York.
—
Entonces estoy viviendo
una nueva y apasionante etapa personal.
—
Esta ciudad a nadie deja
indiferente.
Y así se vivió la noche, en el corazón dramático donde
tantas vidas encontraron acogimiento en la nueva tierra y, ¡ay! También otras
se truncaron. Silencio creador latiendo, mientras se observa la naturaleza
humana en el siglo XXI.
El espejo neoyorquino es la civilización, donde muchas
veces el ser humano encuentra el modo de convivir o desaparece al otro lado del
espejo.
La noche, satisfecha, quedó atrás.
Salió el sol y había que comprobar que no fue un
sueño.
Comienza el domingo. Por la
mañana, tomamos el subway-metro (una
nueva experiencia) para llegar nuevamente a los muelles, dispuestos a un nuevo
paseo en torno a la Estatua de la Libertad.
Cruzar el río Hudson en ferry,
como la acción que hacen miles de trabajadores y viajeros, diariamente, en un
masificado transporte, —a pesar de ser domingo o por ello—, y disponer de un imaginado
punto de amarre para hacerse una idea de lo que supondría la llegada a este
lugar de inmigrantes durante el siglo XX.
En la mañana es superior al
relato en sí mismo, se comienza el camino a pie entrando por Broadway,
donde enseguida nos espera el toro, siempre lleno de gente para manosearlo en cuernos y testículos y hacerse fotos. La policía no permite que se encarame nadie, para lo de la foto en doma de res. Todo el mundo sonríe, aunque no se acerque.
donde enseguida nos espera el toro, siempre lleno de gente para manosearlo en cuernos y testículos y hacerse fotos. La policía no permite que se encarame nadie, para lo de la foto en doma de res. Todo el mundo sonríe, aunque no se acerque.
En todo caso, son brillantes
todas las claves y soluciones en el complejo universo de Nueva York. Aunque
cuenten las cosas, se prefiere vivirlas.

Encuentro
en el que nos busca la verdad.
Es el viaje.
Suena a música melancólica,
se escapa de los sueños
con otro nombre
que convierte el pañuelo
en palabras de la memoria,
donde todo sucede,
nada cambia
y confirma la vida.

Encuentro
en el que nos busca la verdad.
Es el viaje.
Suena a música melancólica,
se escapa de los sueños
con otro nombre
que convierte el pañuelo
en palabras de la memoria,
donde todo sucede,
nada cambia
y confirma la vida.
Lo que se comenzó en el subway-metro, luego se continuó en ferry, siguió a
pie y así concluyó, largo periplo de todo un día de domingo.
Contar es
necesario en el cambio de perspectiva.
Pero eso será otra día.
La noche espectacular. la cena deliciosa así como la compañía. Un placer!!! Nos vemos en Manhattan
ResponderEliminarHay una frase (magnífica) de la entrada, que resume el espíritu de estas crónicas: "Encuentro en el que nos busca la vida. Es el viaje". Parafraseándola, yo iba pensando, mientras la leía: "Viaje que nos incita a que lo hagamos personalmente. Es esta crónica". Mejor dicho, todas las que has escrito sobre tus viajes; pero en la de éste, particularmente, lo has conseguido de un modo especial, al menos para mí. Ay, ese paseo con cena en barco mientras esas vistas de película desfilan ante tus ojos..
ResponderEliminarPreciosas descripciones y fotos. ¡Qué ganas de ir y ver a esa Señora, que tu describes tan estupendamente y que simboliza la Libertad!. Una travesía la he hecho por el Sena, viendo y parando en cada uno de los puentes,con orquesta y cena... (¿Has observado que utilizan la palabra viniendo del Latín y no "Freedom" para la estatua de la dicha Señora?)
ResponderEliminarEl paseo por la bahía de Nueva York no quiero perdérmelo.
Con un poco de suerte, iré este verano.